Identidad bajo los escombros

Carpas de refugiados por el terremoto. Sheik Masud, Alepo, Siria. Mauricio Centurión / El Salto Diario

Estar durmiendo, sentir el piso despegarse del centro, querer levantarse de la cama y que todo se caiga, y sea polvo, escombro y oscuridad. Gritar el nombre de tus familiares y no tener respuestas. Tomar el teléfono, llamar a emergencias y que no hablen tu idioma, que te den opciones que no entendés, no poder decir dónde estás ni saber cuáles son las palabras para pedir ayuda.

El escritor y artista argentino Dani Zelko aborda en uno de sus libros cómo en la comunidad de Bangladesh residente en España se morían por coronavirus porque cada vez que llamaban a emergencia nadie hablaba su idioma. Cuando pedían a alguien que pudiese traducir, el sistema impedía que otra persona hablase en su nombre. El libro se llama Lengua o muerte.

Debido a la diversidad de pueblos que habitan Turquía, el sistema telefónico de emergencias ofrece siete idiomas para las víctimas del terremoto del 6 de febrero pasado: turco, árabe, inglés, francés, alemán, ruso, farsi y festuca. La lengua kurda no aparece en la lista, a pesar de que hay más de 20 millones de kurdos en el territorio administrado por el Estado turco.

“El terremoto no fue en Turquía, fue en Bakur (norte kurdo o Kurdistán turco)”, dice Sherwan, un hombre que vive en Rojava (Kurdistán sirio). Tanto las ciudades de Kahramanmaraş (Meresh, en kurdo) y Gaziantep (Dilok), epicentros de los terremotos, como Urfa y Diyarbakir (Amed), son ciudades de mayoría kurda y en los últimos años habitadas por refugiados árabes.

Esos pueblos viven en la zona hace, por lo menos, mil años. Hasta la caída del Imperio Otomano, sobrevivían en condiciones duras, con enfrentamientos, pero sin la prohibición de su cultura. Luego de la Primera Guerra Mundial, con la creación de la República turca y la repartición del Kurdistán entre cuatro Estados, comenzaron las prohibiciones de la lengua, la vestimenta y la cultura en los territorios ahora controlados por Turquía. A partir de ese momento, los kurdos fueron oprimidos, violentados y apresados cada vez que intentaron ser kurdos.

Escuela primaria kurda que aloja a 300 familias afectadas por el terremoto. La pintura de fondo dice “Zimane me, hebuna me ye” (Nuestra lengua, nuestra existencia). Sheik Masud, Alepo, Siria. Mauricio Centurión / El Salto Diario 

“Nadie puede ayudar ni ser ayudado”

Un cuerpo sin vida cubierto con una cortina color crema, un señor tapado con una frazada tiritando de frío, los grados dan bajo cero. Un padre mantiene la mano apretada de su hija, que no puede salir, que está con vida, habla, le dice cosas que él aún puede escuchar, pero está atrapada entre los escombros.

“Las personas se van a morir de frío, y por falta de agua o comida si no nos ayudan ya”, dice por teléfono Ahmed, un ciudadano kurdo en Bakur. Habla con su hermano que está en Rojava, al que ve a través de una pantalla del celular. Ningún medio masivo nombró como kurdos a los afectados del terremoto, teniendo en cuenta que son más de la mitad de las víctimas. Ningún medio tampoco nombró Kurdistán entre las regiones afectadas, un pueblo al que se le niega el reconocimiento, la lengua, la ayuda y los muertos.

Entre el territorio controlado por el Estado turco y por el Estado sirio, hay alrededor de 25 millones de kurdos. Se calcula que más de cinco millones de kurdos fueron afectados por el terremoto y sus consecuencias.

Ser kurdo en el territorio gobernado por Turquía es un martirio, y en una situación de emergencia las cosas solo empeoran. Desde el día de los terremotos, los kurdos denunciaban la falta de atención en los barrios afectados, donde viven junto a sirios y kurdos-alevíes. Turquía es el país con mayor número de refugiados y donde viven ellos no apuntan las cámaras y no llegan las ayudas. Las donaciones de distintos países arriban a través de la administración de Turquía y la AFAD (Dirección de Catástrofes y Emergencias). De eso, remarcan las personas kurdas consultadas, no les llega nada. Ahora tienen frío, hambre, no saben a dónde ir, tienen todavía a sus familiares bajo los escombros y cuando se organizaron para buscarlos, los soldados turcos los amenazaron con arrestarlos.

“No nos dejan buscar a nuestros seres queridos, pero tampoco lo hacen ellos”, cuenta Serdem a través de un intercambio telefónico. Todo intento de autoorganización es impedido por el Ejército. “Nadie puede ayudar ni ser ayudado. Las fundaciones kurdas están trabajando a escondidas, porque ya nos confiscaron un camión con donaciones, como si fuera algo ilegal ayudar”, agrega Serden, que pertenece al Partido Democrático de los Pueblos (HDP), una rama de la izquierda kurda y turca perseguida y encarcelada por el gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan.

Barrio Sheik Masud, Alepo, Siria. Mauricio Centurión / El Salto Diario

Un imperio construido sobre arena

Una catástrofe no siempre conlleva un desastre social y humanitario, la precaución y la negligencia son palabras que siempre resuenan como denuncia ante situaciones como las que atraviesan Turquía y Siria. ¿Cuántas son las veces necesarias para aprender la lección, cómo se explica que fue un error, un descuido, un hecho de corrupción a los familiares de las más de 40.000 víctimas?

Debido a que el territorio turco se encuentra bajo fallas geológicas, durante los últimos 50 años ha habido varios terremotos con conclusiones similares. El anterior terremoto que afecto a mayoría kurda fue en la ciudad de Wan en el 2011 dejando 600 muertos y 4000 heridos. El más conocido por su repercusión internacional fue en 1999: dejó 17.000 muertos y 20.000 construcciones derrumbadas. Las investigaciones posteriores indicaron que los edificios y las casas no estaban preparadas, porque fueron construidas con materiales baratos y no se respetaron las normas legales para un territorio con alto riesgo sísmico. La negligencia del gobierno de ese entonces potenció la llegada al poder del Partido Justicia y Desarrollo (AKP), con Erdogan a la cabeza. Sus promesas fueron afianzar los contactos con la Unión Europea (UE) y destinar fondos a construcciones más seguras.

Según el medio turco Haber Turk, más del 50% de las casas y edificios que se derrumbaron con los últimos terremotos fueron construidos entre 2001 y 2022, durante la administración de Erdogan. Luego de las catástrofes anteriores, el actual mandatario cobró un impuesto que tenía como destino un fondo que permita construcciones antisísmicas. Según cifras oficiales del gobierno turco, sólo un 0,5% del gasto del presupuesto oficial fue destinado a las precauciones antisísmicas. Los hospitales, aeropuertos y algunas construcciones públicas, y hasta los edificios en barrios residenciales, que fueron construidos con estos supuestos estándares, colapsaron o resultaron gravemente dañadas. Los edificios vendidos como construcciones antisísmicas se convirtieron en escombros y debajo de ellos quedaron las personas. El titular de la Cámara de Ingenieros Civiles de Turquía había declarado en 2003 que, en caso de terremoto, las ciudades turcas corrían el riesgo de convertirse en “cementerios”.

Si bien los desastres naturales no hacen distinción de raza y clase, en la mayoría de estos sucesos las muertes que se podrían haber prevenido pertenecen a las minorías. Los videos filmados con celulares muestran lo mismo: edificios que se desmoronan como si les fallaran las piernas y el suelo que absorbe a los mastodontes que desaparecen como si fueran abducidos. El motivo lo explica el medio Vox en este video: construcciones baratas antisísmicas con “base blanda”, un error cometido en otros países como India y Haití. Un error ya cometido en los edificios que colapsaron en Turquía en 1999, una lección que se elige no aprender.

Negligencia programada

Turquía ha aumentado su número de habitantes constantemente en los últimos años: es el país que más refugiados tiene en el mundo. Hay 4.000.000 de sirios y sirias, de los cuales la mitad fue afectada por el terremoto. Esta comunidad convive con los alevíes y kurdos en la parte más marginada y abandonada de un país conocido por su nacionalismo extremo y la nostalgia otomana.

Las diferentes experiencias en terremotos, las incontables investigaciones y alertas de que la región afectada era una zona con riesgo sísmico, hicieron que se emita una reglamentación para el área de la construcción. A partir de ese momento, todos los edificios debieron seguir las normas antisísmicas, al mismo tiempo que las construcciones anteriores que no respetaran esas reglas serían inhabilitados.

El exceso poblacional hizo que se creara una medida para saltar las reglas .“Amnistía” se llama la regulación oficial que permite, de manera legal, que los edificios que no cumplan las reglas antisísmicas puedan ser habilitados a través del pago de una serie de multas.

El ex presidente de la Cámara de Constructores de Turquía, Taner Yuzgec, le dijo a The New York Times que alrededor de ocho millones de edificios se beneficiaron de esa medida. De acuerdo con el Ministerio turco de Medio Ambiente y Urbanización, con este programa el gobierno obtuvo 3.100 millones de dólares sólo desde 2018.

En muchos de estos edificios vivían kurdos, árabes y alevíes. El mismo Erdogan, en ese momento anunció con felicidad la aplicación de estas normas, llamándolas “construcciones para la paz”. Lo que era en realidad la legalización del asilo inseguro y a buen precio para la población que sobra.

Después de que un terremoto mortal sacudiera la provincia occidental de Esmirna en 2020, un informe del servicio turco de la BBC reveló que 672.000 edificios de esa región se habían beneficiado con la última amnistía. Este mismo informe citaba que el Ministerio de Medio Ambiente y Urbanismo en 2018 había declarado que más de 50% de los edificios en el país -lo que equivale a casi 13 millones de edificios- se habían construido infringiendo la normativa.

El único alcalde que no accedió a este sistema de provisiones se llama Ökkeş Elmasoglu y gobierna la ciudad de Denzin. Elmasoglu se convirtió en un héroe de su pueblo por no conceder amnistías y derribar las edificaciones que no cumplían con las normas. En su territorio, a pesar de estar cercano al epicentro de los terremotos, no sufrieron derrumbes.

Tras los sismos, Erdogan declaró que no podían estar preparados para semejante catástrofe. Es verdad, la catástrofe tiene dimensiones pocas veces vistas, pero es bien sabido que Turquía se encuentra sobre una falla geológica. También es públicamente conocido que después del terremoto de 1999, se reunieron 10.000 millones de dólares para prevención de catástrofes. ¿La gran pregunta es qué destino tuvo ese dinero que podía evitar tantas muertes?

En un reciente informe del SIPRI (Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo), se reveló que los gastos militares del Estado turco aumentaron en un 77% en el período comprendido entre 2011-2020. Sólo en noviembre de 2020, se pagaron 47 millones de dólares por 12 drones modelo Bayraktar TB2 UAV. La mayoría de esos aviones no tripulados fueron usados para atacar a la población de Rojava. Es decir, para asesinar kurdos.

Escuela primaria kurda que aloja a personas que perdieron su casa con el terremoto. Barrio Kurdo Sheik Masud, Alepo, Siria. Mauricio Centurión / El Salto Diario

El Centro de Información de Rojava (RIC, por sus siglas en inglés) constató 127 ataques de drones turcos contra la población de Rojava durante el año 2022, que dejaron 67 muertos. La empresa turca que fabrica los drones se llama Baykar Machine, dirigida por el yerno de Erdogan, Selcuk Bayraktar, funcionario del Estado turco.

El presidente de Turquía y su partido se encuentran en una situación muy grave frente a las elecciones generales de mayo próximo, las más complicadas de su carrera. Las respuestas ante esta catástrofe, las cuales fueron lentas -algo admitido por el propio Erdogan-decidirán su futuro. En una de sus últimas conferencias de prensa se comprometió a construir todas las casas y edificios derrumbados en apenas un año. La empresa que lo va a hacer es la de su yerno, el de los drones, el ministro de Finanza de las construcciones que se derrumbaron.

Mikel Ayestarán, el reconocido periodista vasco especializado en Medio Oriente, que en la actualidad vive en Turquía, cuenta en una charla con 5W que se sabe muy poco de la atención a los barrios habitados por refugiados. Ayestarán destaca cómo en la sociedad turca creció el discurso xenófobo de los ultranacionalistas, que demandan que se abra fuego contra los sirios; los acusan de robar la ayuda, de los saqueos en tiendas, de cortar los dedos de las víctimas para robar sus anillos.

Niños árabes juegan debajo de un edificio al que se le cayeron las paredes por el terremoto del 6 de febrero. Alepo, Siria. Mauricio Centurión / El Salto Diario

La guerra que no se detiene

La zona siria afectada por el terremoto es un verdadero enclave de fuerzas que están en guerra hace 10 años. Lo que genera un desastre sobre desastre, muerte sobre muerte, pérdida sobre pérdida, y hasta un tercer desplazamiento de muchas familias: primero por la guerra, segundo por la guerra y tercero por el terremoto.

De las más de 40.000 muertes del terremoto, un 20% son en el territorio sirio, donde también hay más de 10.000 personas heridas. Además, millones de personas quedaron sin casa. Marti Griffiths, jefe humanitario de la ONU, reconoció el fracaso de la ayuda para toda Siria: “Hasta ahora le hemos fallado a la gente del noreste de Siria. Con razón se sienten abandonados, la ayuda internacional no ha llegado”.

Edificios débiles por tantos años de conflictos bélicos, ataques constantes, que no se detuvieron con los terremotos, por parte de Rusia, Irán y el régimen sirio a su principal oposición, el llamado “ejército rebelde” en la provincia de Idlib. A esto se suman más ataques, hechos de discriminación y el bloqueo de “los rebeldes” -sostenidos por el Estado turco- a los kurdos en Alepo, Sheba y Tel Riffat. En el cantón kurdo de Afrin, ocupado ilegalmente por Turquía desde 2018 a través de grupos mercenarios, los terremotos se sintieron con potencia. En esa zona también se acrecentaron la discriminación, los robos y la falta de ayuda.

En las zonas afectadas por los terremotos, los kurdos viven entre vecinos que los odian. En Alepo, 300.000 kurdos confluyen en Sheik Masud, un barrio donde el régimen sirio controla las entradas y salidas, y en el cual bloqueó todo tipo de ayuda para paliar la destrucción de los sismos. Camiones con comidas, frazadas y combustible quedaron varados en la ruta, porque Damasco negó su paso. Mientras esto sucedía, en el barrio aumentaban las muertes por frío. En Sheik Masud también fueron atacadas por un cochebomba las personas de la administración autónoma kurda que revisaban el estado de los edificios.

Muchas personas del barrio se desplazaron a Sheba, donde hay cinco campos de refugiados, repletos de personas que vivían en Afrin. Los pobladores que se desplazaron a Tel Riffat eligieron escapar del terremoto hacia una zona donde todos los días hay un ataque de artillería por parte de Turquía, como fue el caso del anciano Yusef Amed, que escapó del terremoto en Alepo hacia la casa de su hija y fue asesinado cuando rezaba, después de recibir el fuego de un mortero lanzado por las fuerzas pro-turcas.

Antes de los terremotos, las necesidades humanitarias en el noroeste sirio ya estaban en sus niveles más altos desde que comenzó la guerra civil hace más de 10 años, alertó el Secretario General de la ONU, António Guterres. Se estima que más de cuatro millones de personas ya dependían de la ayuda humanitaria en las zonas más afectadas de Siria, controladas por los rebeldes, debido a la guerra civil. El régimen de Bashar Al Assad insiste en que toda la ayuda que llegue al país, incluida la destinada a áreas fuera de su control, pase por Damasco, algo que complica que los envíos humanitarios alcancen a los kurdos y a los árabes afectados.

Una abuela y su nieta esperan un lugar para dormir en una escuela kurda. Alepo, Siria. Mauricio Centurión / El Salto Diario

Un jardín kurdo ocupado y destruido

No hay un solo kurdo que nombre Afrin y que la nostalgia y el dolor no se apodere de su cuerpo. En 2018, Turquía invadió el cantón kurdo y dejó un saldo de 130 civiles muertos y 300.000 personas desplazadas hacia Alepo, Sheba y Tel Rifat. Como resultado, la proporción de kurdos en la población cayó del 97% a menos del 35%. Afrin, incluida la ciudad de Xindires, fue destruida en un 80%. Ese cantón kurdo, ahora ocupado por Turquía, era el espacio de mayor diversidad natural y agricultura que tenía Rojava.

Este territorio es ahora controlado por el Ejército Nacional Sirio (ENS), una fuerza de yihadistas señalada como un factor del resurgimiento de ISIS, según el CAR (Center Arms Research). Las personas que quedaron en Afrin luego de la invasión sobreviven entre el asedio y la represión. Muchos de ellos, ahora fueron sepultados bajo los escombros. El ENS no permitió la entrada de ninguna ayuda que no provenga de Turquía. Los kurdos, por su parte, denunciaron que no les dieron ni una pala para enterrar a sus muertos.

En Afrin, la ayuda tardó dos días en llegar a las personas que permanecían bajo sus casas destruidas por el terremoto. Los únicos que intentaron ayudar fue un pequeño equipo de trabajadores egipcios de búsqueda y rescate. En la región se cavó una fosa común para depositar los casi 1000 cuerpos extraídos del caos de cemento y ladrillos derrumbados. Al menos, 5000 familias kurdas que se quedaron sin hogar.

“Sólo se permite el paso de miembros de la potencia ocupante turca, armas y municiones, pero no de suministros de socorro para la sufrida población kurda”, advirtió el doctor Kamal Sido, miembro de la Sociedad para los Pueblos Amenazados, un grupo de ayuda y derechos humanos con sede en Gotinga (Alemania).

La catástrofe más grande de los últimos tiempos parece no interrumpir la guerra, donde los grandes representantes del conflicto bélico intentan obtener réditos del desastre. Bashar Al Asad, líder del régimen sirio, logró volver a tener presencia en el ámbito internacional, en un hecho inédito. Hasta la propia ONU esperó su autorización para enviar las ayudas a Siria. Turquía sigue atacando y profundizando su plan de “erradicar a los kurdos” y ubicar a refugiados en los territorios ocupados, en un hecho de cambio demográfico pocas veces visto. Muerte, desplazamiento, frío e identidad bajo los escombros, una historia que se repite, tantas veces que parece perder sentido para la mirada internacional.

FUENTE: Mauricio Centurión (Fotos y texto) / El Salto Diario

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