Kurdistán: paz posible pero negada

Una paz posible pero negada se esconde tras la detención y encarcelamiento en Turquía de Abdullah “Apo” Öcalan, uno de los fundadores del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) y su presidente, con una historia larga y articulada, como la del pueblo kurdo, con resistencia y el sueño de poder vivir sin opresión. En 2017, desde la isla prisión de Imrali, donde Öcalan lleva 25 años, escribió: “La cuestión nacional no es un fantasma de la modernidad capitalista. Sin embargo, fue la modernidad capitalista la que impuso la cuestión nacional a la sociedad. La sociedad nacional ha sustituido a la comunidad religiosa. No obstante, la transición a una sociedad nacional debe superar la modernidad capitalista si no queremos que la nación siga siendo un disfraz de los monopolios represivos”. Es su pensamiento, el cual transformó la lucha por la independencia en el paradigma del Confederalismo Democrático.

Una propuesta de paz y convivencia entre los pueblos que los gobiernos de Turquía, pero también de Irán, Siria e Irak, niegan; la misma se centra en el feminismo, la democracia y la ecología, superando la idea del Estado-nación y el poder centralizado. Ciertamente, el proceso de negación de la propuesta de paz de Öcalan, que el fundador del PKK está llevado a cabo a pesar de encontrarse en un estado límite de encarcelamiento que vulnera sus derechos, tiene un punto focal con el secuestro del líder del PKK, el 15 de febrero de 1999, en Nairobi, Kenia, donde había sido llevado por el gobierno griego a su embajada. Ese día, después de 12 días, Öcalan abandonó la residencia del embajador y se dirigió al aeropuerto, pero fue interceptado por un comando turco y trasladado a Turquía. El primer ministro turco Bülent Ecevit diría al día siguiente: “Advertimos que lo capturaríamos en cualquier parte del mundo, hemos cumplido esa promesa”. La reacción del pueblo kurdo se vuelve airada y se asaltan embajadas y consulados griegos en varias ciudades europeas. El PKK denuncia las “responsabilidades” de Grecia, Kenia, Estados Unidos e Israel. La inteligencia israelí niega cualquier implicación, al igual que Washington, que sin embargo aplaude la operación, declarándose “satisfecho” por la detención del “líder terrorista”. El consulado israelí en Berlín también es invadido y cuatro kurdos mueren a manos de las fuerzas de seguridad de Tel Aviv.

La presión de Turquía, segundo ejército de la OTAN, es fuerte e histórica. Así, al PKK se le incluye en las listas internacionales de terroristas, se le niega el conflicto, se niega la violenta turquización del sureste del país, se niega la legitimidad de una resistencia cultural y política. Turquía perpetró el genocidio del pueblo armenio sin haberlo reconocido nunca y actuó del mismo modo contra el pueblo kurdo. Öcalan tuvo que huir de Siria y se refugió en Moscú, pero no encontró sitio en Rusia y se trasladó a Europa, a un país de la OTAN, y desde allí intentó romper el cerco político y militar del Estado turco contra el pueblo kurdo y el PKK. Llegó, procedente de Moscú, a Italia, y permaneció allí un par de meses; después, el 16 de enero, fue “expulsado” y su misión de paz se convirtió en una trágica odisea de rechazos y traiciones. 

En un primer momento, Öcalan fue condenado a muerte, en junio de 1999; luego, tras la abolición de esta pena, su condena fue cambiada a cadena perpetua en 2002. Ahora se encuentra en un estado de aislamiento total, sin posibilidad de ver a familiares ni abogados. Todo ello niega cualquier forma de respeto por la vida y los derechos humanos. Tras su condena a muerte, los países europeos que lo traicionaron y abandonaron pidieron a Turquía que no lo matara. Incluso, después de su detención, desde la cárcel, Öcalan intentó seguir con su propuesta de paz y así envió señales inequívocas, primero pidiendo a su partido que depusiera las armas el 31 de mayo de 1999, y después hablando “por la paz y la fraternidad en el eje de una república democrática. Estoy dispuesto a servir al Estado turco y creo que para ello debo seguir vivo”. 

Los mensajes de paz llegan siempre que le permiten a Öcalan comunicarse. Con radicalidad y valentía, no acepta la lógica del odio e intenta enviar señales de paz y otras de construcción del mundo. Sobre la vida del presidente del PKK y su encarcelamiento, Turquía juega un papel central nacionalista/colonial. Con la llegada de Erdogan, esto se ha profundizado y también se ve afectado por el intento del actual presidente turco de islamizar el país. No es casualidad que el propio Öcalan denunciara que “bajo la bandera de la ‘identidad turca superior’, toda la sociedad se ha entregado al nacionalismo agresivo”. Y también: “Las potencias hegemónicas utilizan a menudo la asimilación como herramienta cuando se enfrentan a grupos étnicos rebeldes. La lengua y la cultura también son portadoras de resistencia potencial, que puede ser desecada por la asimilación. Quienes ya no puedan hablar su lengua materna dejarán de apreciar sus características, arraigadas en factores étnicos, geográficos y culturales. Sin el elemento unificador de la lengua, desaparece también la cualidad unificadora de las ideas colectivas”. 

No cabe duda de que liberar hoy a Öcalan significaría abrir seriamente la posibilidad de recomponer el rompecabezas social que ha generado la agresión contra el pueblo kurdo. Dejarlo en prisión, restringir sus derechos humanos y esperar su muerte, por el contrario, son espeluznantes muestras de poder y, al mismo tiempo, la mayor demostración de falta de voluntad para resolver los conflictos que en la complejidad multicultural y plurinacional de la zona se han alimentado replicando lógicas nacionalistas y religiosas en lugar de favorecer la política de la diferencia y encontrar formas de convivencia pacífica entre los pueblos.

FUENTE: Andrea Cegna (periodista italiano) / La Jornada

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