La larga lucha kurda

El 12 de octubre, las milicias árabes sirias respaldadas por Turquía detuvieron a Hevrin Khalaf, una política kurda de 35 años, en un puesto de control a las afueras de la ciudad de Tel Abyad, en el noreste de Siria.

Cuatro días antes, Turquía y sus representantes invadieron el norte de Siria y desestabilizaron la región relativamente pacífica, desplazaron a más de 100.000 personas, desencadenaron propaganda racista contra los kurdos, y se movieron para destruir Rojava, el experimento kurdo de autogobierno democrático.

Khalaf, secretaria general del Partido Siria Futura, desempeñó un papel vital en el fomento de la amistad kurdo-árabe, y trabajó por un futuro conjunto en la Siria de la posguerra. Milicianos respaldados por Turquía sacaron a Khalaf de su auto y le golpearon la cabeza y las piernas con objetos metálicos. La agarraron por el pelo y la arrastraron hasta que le arrancaron la piel del cuero cabelludo. Y luego le dispararon en la cabeza, según el informe de su autopsia. Los asesinos fueron filmados gritando insultos mientras disparaban.

Khalaf encarnaba el tipo de sociedad que la gente en Rojava, el enclave autónomo en el norte de Siria, imaginó y por el que luchó desde 2012. Con todas sus imperfecciones, el experimento kurdo buscó crear una sociedad basada en la igualdad de género, la organización de abajo hacia arriba, la deliberación participativa, los principios ecológicos y la reconciliación de los pueblos, en un intento de autodeterminación. Los kurdos en el norte de Siria no buscaron el establecimiento de un Estado-nación étnico.

A la mañana siguiente, Yeni Safak, un periódico cercano al gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan, celebró el asesinato de Khalaf como una “operación exitosa de neutralización de una líder político afiliada al terrorista Partido de la Unión Democrática, o PYD.

El descarado regodeo por un crimen de guerra -la ejecución desarmada de Khalaf- por uno de los diarios más vendidos en Turquía, desgarra la fachada de las afirmaciones de Ankara de que su “Operación Primavera de Paz” está motivada por preocupaciones altruistas de “reasentar refugiados sirios” y tener que enfrentar una amenaza existencial de seguridad nacional por parte de Rojava, que el gobierno turco ha estado describiendo como un “corredor terrorista”.

No ha habido informes confirmados de un ataque real o de una provocación militar proveniente de la región auto-administrada kurda en el norte de Siria contra Turquía. ¿Por qué entonces su existencia representa una amenaza para la integridad nacional y territorial de Turquía?

La guerra de Erdogan parece más un intento de consolidar su poder, creando y explotando una oleada nacionalista en Turquía. Y al justificar su invasión del norte de Siria y al hablar de “reasentar” a los refugiados sirios allí, también estaba respondiendo al creciente sentimiento anti-refugiado en Turquía, lo que contribuyó a su pérdida de las elecciones de Estambul y Ankara en marzo pasado.

La guerra de Erdogan es un ataque etno-nacionalista contra el pueblo kurdo y sus aspiraciones, y un intento de utilizar el poderío militar turco para diseñar cambios demográficos en tierras que pertenecen a más de una nación.

La historia del nacionalismo militante anti-kurdo en Turquía es mucho más antigua que la de Erdogan y su partido, y se remonta al colapso del Imperio Otomano después de la Primera Guerra Mundial. Si bien la autonomía kurda se sugirió en el primer tratado de posguerra, esos términos se renegociaron después de la guerra de independencia turca y se establecieron las fronteras de la Turquía moderna, dejando a los kurdos sin una región autónoma. La cartografía colonial dividió las regiones kurdas entre los estados de Irak, Siria e Irán, con mandato turco, británico y francés. Los kurdos terminaron siendo minorías perseguidas en cada uno de estos países.

A los ojos del Estado turco, los kurdos no existían. Nuestros nombres fueron reemplazados por nombres turcos, nuestro idioma prohibido, nuestra música criminalizada y nuestra existencia negada. Los kurdos fueron fuertemente asimilados para ser turcos. Grandes poblaciones kurdas en Turquía huyeron a la vecina Siria durante las violentas campañas de turquificación en la primera mitad del siglo XX.

En Siria, los kurdos fueron forzados a una existencia precaria. Ideológicamente impulsadas por el panarabismo, las políticas en la Siria posterior a la independencia negaron la ciudadanía a los kurdos en el noreste, dejando a toda la comunidad apátrida. Entrampados entre la turquificación y la arabización, se apátrida para los kurdos significa mucho más que la simple falta de un Estado-nación kurdo. Significa la falta de protección básica en cualquiera de los estados donde habitan naturalmente.

Cuando nació mi padre, su lengua materna era un crimen. Hasta 1991, el idioma kurdo estaba oficialmente prohibido en Turquía, lo que hacía que hablar, escribir o escuchar kurdo fuera ilegal. En el pueblo kurdo yazidí de mi padre en Turquía, todos los días los estudiantes de su escuela tenían que leer un juramento que terminaba con la frase “Mi existencia estará dedicada a la existencia turca”. El juramento se recitó en las escuelas hasta 2013.

Mis padres eran estudiantes universitarios en Ankara, cuando en otra parte de la geografía kurda otro Estado atacó el derecho kurdo a existir. Saddam Hussein lanzó una campaña genocida contra los kurdos en el norte de Irak, en 1988. Decenas de miles corrieron hacia la frontera turca para escapar de la aniquilación.

Mis padres viajaron a Diyarbakir, en el sureste de Turquía, y ayudaron a construir refugios para quienes buscaban refugio después del ataque químico en Halabja, que mató a 5.000 civiles al instante. Mi madre me decía que sus amigos en la universidad fueron arrestados por leer una declaración condenando las masacres cometidas por el dictador iraquí. Aquellos que expresaron públicamente su solidaridad con las víctimas de Hussein fueron perseguidos en Turquía por promover el separatismo kurdo.

Un par de años después, durante el conflicto turco-kurdo de la década de 1990, miles de kurdos en Turquía se convirtieron en refugiados. Más de 40.000 murieron en el conflicto entre los grupos insurgentes kurdos y el Estado turco. Las ejecuciones de civiles, los desplazamientos forzados, las aldeas destruidas, las detenciones arbitrarias y las desapariciones de periodistas, activistas y políticos kurdos, llenaron esa oscura década de 1990.

Los kurdos en Turquía tuvieron una década relativamente pacífica de alivio entre 2005 y 2015, cuando el gobierno del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) levantó en parte las restricciones al idioma kurdo, permitió emitir a los medios kurdos y comenzó un proceso de paz. En las elecciones generales de junio de 2015, el Partido Democrático de los Pueblos, o HDP, el partido pro kurdo, cruzó el umbral del 10 por ciento requerido para ingresar al Parlamento y ganó 80 escaños.

Lamentablemente, el inestable pero prometedor proceso de paz se vino abajo, el conflicto entre las fuerzas turcas y los insurgentes kurdos se reinició en 2015, y Erdogan atacó al HDP, eliminó la inmunidad de sus miembros del parlamento, y arrestó a sus co-líderes, Selahattin Demirtas y Figen Yuksekdag.

Los opositores políticos de Erdogan, como el Partido Popular Republicano secularista, o el CHP, apoyaron su persecución al partido pro kurdo y a sus líderes. El presidente turco encontró apoyo completo nuevamente cuando invadió la región de Afrin, en Siria en 2018, y el norte del país recientemente.

Las diferencias políticas e ideológicas entre los partidos políticos turcos desaparecen cuando está en juego el nacionalismo anti-kurdo. La capitulación de la prensa turca y los partidos de oposición sobre la cuestión kurda está comenzando a tener efectos serios y oscuros en la vida de unos 20 millones de kurdos que viven en Turquía.

La precariedad de la vida kurda en Turquía, en tiempos de histeria nacionalista, queda notablemente ilustrada por el asesinato de Siren Tosun, un trabajador de Diyarbakir de 19 años, que fue atacado y le dispararon en la cabeza por hablar kurdo a fines de agosto. El 29 de septiembre, la policía turca irrumpió en un concierto del ganador del concurso nacional de talentos, Dodan Ozer, por cantar una canción kurda, y le arrebataron el micrófono mientras estaba en el escenario.

Un par de días después del reciente asalto turco en el norte de Siria, 78 personas fueron investigadas por publicaciones en las redes sociales que criticaban la operación militar, y nueve miembros del HDP fueron arrestados por usar el lema “No a la guerra, paz ahora” durante una reunión política.  Un tribunal turco dictaminó que este eslogan constituye “propaganda para una organización terrorista”.

La invasión de Turquía al norte de Siria es un intento de reforzar las bases étnicas represivas sobre las que se establecieron ambos países, Turquía y Siria. Los planes de ingeniería demográfica de Erdogan son una continuación del proyecto original del “cinturón árabe” del ex presidente sirio Hafez Al Assad, que vació las aldeas kurdas y las reemplazó por árabes.

La creciente evidencia de crímenes de guerra, ataques aéreos indiscriminados sin tener en cuenta la vida civil, por parte de las fuerzas militares turcas y sus mercenarios aliados, y la retórica de Erdogan de “limpieza”, solo presagia un mayor alcance de la crisis humanitaria que aguarda a los pueblos del norte de Siria.

Una zona de exclusión aérea, un embargo de armas y una solución política a la cuestión kurda son esenciales para proteger a los kurdos de la limpieza étnica. Estos esfuerzos son necesarios para evitar una mayor profundización del autoritarismo en Turquía y para trabajar hacia un futuro democrático común.

FUENTE: Rosa Burc (investigadora que trabaja con el movimiento kurdo en Medio Oriente) / The New York Times / Traducción y edición: Kurdistán América Latina