En los últimos años han estado bajo el foco por su papel de combatientes contra el Estado Islámico (ISIS), pero las mujeres kurdas afrontan otras realidades mucho menos mediáticas: violencia de género, matrimonios forzados, pobreza y represión persisten en una comunidad conservadora y patriarcal, en la que las tasas de suicidios de mujeres que se inmolan a lo bonzo son las más elevadas de la región.
Con una población de unos 40 millones de personas, la minoría kurda lleva décadas luchando por sus derechos en Irak, Irán, Turquía y Siria, los cuatro países en los que está repartida. Para el Islam, como para el resto de las religiones abrahámicas, el suicidio va contra el carácter sagrado de la vida y es tabú en muchas zonas. Por eso -y por razones culturales, sociales y políticas- no hay estadísticas oficiales sobre estas inmolaciones, pero informes de organizaciones humanitarias e investigaciones académicas revelan que las mujeres kurdas en Turquía, Irán, Irak y Siria lideran el número de este tipo de suicidios. En Irán, varios estudios señalan que en zonas como la provincia de Ilam, en el Kurdistán iraní, más del 70 por ciento de quienes se quitan la vida lo hacen prendiéndose fuego. La gran mayoría son mujeres; las pocas que sobreviven quedan marcadas para siempre.
¿Qué hay detrás de ello? La fotógrafa iraní Shaghayegh Moradian se interesó por este tema en 2019, al caer en sus manos un libro de la fallecida activista iraní Parvin Bakhtiarnejad, sobre los suicidios de mujeres kurdas. “Tienen una de las tasas de suicidios más altas del mundo, pero no se habla de ello, es tabú. Y en los casos en que las inmolaciones están vinculadas a acciones políticas, por supuesto aún menos”. En 2020 llegó el confinamiento por la pandemia de coronavirus “y los casos de violencia doméstica aumentaron, lo que me reafirmó en continuar este proyecto”.
La fotógrafa, que anteriormente había documentado la situación de las mujeres en Afganistán, ha viajado estos últimos años a Siria, Turquía e Irak, además de a zonas kurdas de Irán, para abordar este tema especialmente delicado. “En primer lugar iba como invitada, para escucharles; les pedía que sacaran una foto o algún recuerdo de su hija, su hermana, su esposa. Les explicaba que quiero contar sus historias para evitar que otras mujeres hagan lo mismo”, dice Moradian en una videollamada desde Vancouver (Canadá), donde reside desde hace años. De su dedicación a este tema desde 2019 dan cuenta las decenas de imágenes que cuelgan de la pared de su habitación, todas pertenecientes al proyecto. “Te abren las puertas de su vida privada, te aceptan y comparten su historia… ¿Cómo no voy a implicarme?”.
Por eso, además de narrar sus historias en imágenes, la fotógrafa es cofundadora de la oenegé Roulah, que da apoyo a víctimas de violencia de género, inmolaciones o matrimonios forzados. El proyecto fotográfico lleva el mismo nombre de Roulah (una palabra que en sorani, dialecto kurdo, se utiliza para designar algo muy querido), y que será también el título del libro cuya próxima publicación prepara. “Mi principal objetivo es que llegue a las personas kurdas”, dice. “Y que otras personas, y especialmente otras mujeres, entiendan estas historias”.
Con esta selección de imágenes comentadas por la autora, nos adentramos en el dolor, la pérdida, el sufrimiento y la discriminación que rodea a las víctimas de una de las caras menos conocidas de la sociedad kurda.
Zahra tenía 35 años cuando se quitó la vida prendiéndose fuego en el jardín de su casa en la ciudad de Abdanan, en el sur de la provincia de Ilam (oeste de Irán). Su madre y su hermana menor sufrieron una grave depresión tras su muerte y, por recomendación del psicólogo, quitaron de los lugares visibles todas sus pertenencias y las imágenes que les traían recuerdos. Fue hace siete años. Su madre guarda una foto de Zahra envuelta en un paño verde, un color que en la cultura islámica se asocia con el paraíso y con los santuarios sagrados.
En Oriente Medio no es habitual compartir la tristeza con extraños, ni hablar de cuestiones tabú. Al trabajar este tema tengo muy presente que para las familias es una carga de tristeza que arrastrarán toda la vida. Dos años después del suicidio de Zahra, su padre se quitó a su vez la vida colgándose en el porche de su casa.
Esta foto está tomada en un hospital de Sulaymaniyah, en el Kurdistán iraquí. Azima, de 38 años, se prendió fuego para quitarse la vida en 2020, durante la pandemia. No conozco los motivos exactos que la llevaron a ello. Un día que estaba sola en casa se roció con gasolina y se inmoló en el patio. Los vecinos acudieron a rescatarla y la trasladaron al hospital.
La hermana de Azima tuvo que quedarse en el patio, fuera del hospital, porque no se permitía el paso a los acompañantes a causa de la Covid-19. Lloraba y suplicaba a distintos doctores que ayudaran a su hermana. Azima murió dos días después.
El tema es muy duro e intento mostrarlo de forma que las fotos no dañen la sensibilidad de quienes las ven, que no aparten la vista ante la imagen.
El campo de refugiados de Duhok está en Irak, muy cerca de la frontera con Siria. Durante la pandemia la frontera estaba cerrada, y me quedé allí veinte días hasta que obtuve el permiso para cruzar. Esos días escuché muchas historias de suicidios en el campo. Un día oímos que en el otro extremo del campamento acababa de haber un caso. Cuando llegamos, la mujer ya había muerto. Era el 16 de septiembre de 2020. Se llamaba Hezar Khalaf y tenía 65 años; se prendió fuego en el baño de la tienda en la que vivía. La imagen está tomada unos treinta minutos después del suceso.
La mayoría de las mujeres que se quitan la vida con fuego lo hacen en algún sitio alejado de la casa, como el patio, para que las llamas no provoquen daños materiales y su muerte no suponga una carga financiera para la familia. Pero Hezar Khalaf vivía en una tienda, y el único sitio en el que podía inmolarse sin causar grandes daños era el baño. Cuando se dieron cuenta de lo que ocurría, varias personas intentaron extinguir las llamas que la envolvían. Pero murió por las quemaduras antes de poder llegar al hospital.
Shahnaz se intentó suicidar prendiéndose fuego hace diez años, cuando tenía 22. Su hermano había oído rumores de que la joven se veía con un chico, algo que lo enfureció. Un día, el hermano le llamó por teléfono asegurando que iba a matarla. Aterrorizada, la joven salió al patio y se prendió fuego. Sus familiares se dieron cuenta enseguida, sofocaron las llamas con una manta y la trasladaron de inmediato al hospital. Sobrevivió, pero su cara, sus manos y otras zonas del cuerpo quedaron marcadas por el fuego.
Shahnaz y su familia viven en Abdanan, en el oeste de Irán. Es una comunidad pequeña y todo el mundo sabe lo que ocurrió. Hoy Shahnaz tiene 32 años y no está casada. Apenas sale de la habitación en la que vive, en la parte superior de la casa de su hermano, para evitar que la vean. Tras algo así, las supervivientes no se pueden casar, ni vuelven a integrarse en la sociedad. Normalmente viven en ciudades pequeñas en las que todo el mundo conoce su historia. Y, por supuesto, la cirugía plástica está fuera del alcance de la mayoría. Es demasiado cara.
Rahşan Demirel vivía con su familia en la ciudad occidenta turca de Esmirna. Tenía dieciséis años cuando tuvieron lugar las revueltas de 1992 en la ciudad de Cizre durante el Newroz (el Año Nuevo kurdo, que se celebra en torno al 20 de marzo). Rahşan vio por televisión que las autoridades turcas habían prohibido todos los festejos y había una brutal represión (las autoridades dispararon contra la multitud que desafiaba la prohibición y causaron decenas de muertos), y quedó profundamente afectada. El 22 de marzo de 1992, la joven se inmoló a lo bonzo en una calle de Esmirna para denunciar la represión contra los kurdos.
Al año siguiente, su hermana Nalan se quitó la vida de la misma manera y con el mismo objetivo. Tras aquel segundo suicidio, los servicios secretos turcos acudieron a la casa familiar y confiscaron todas las pertenencias de las dos hermanas. La familia solo se quedó con dos fotos, las que muestran en esta imagen dos sobrinos de las fallecidas. Rahşan se convirtió en un icono de la resistencia y del coraje de los kurdos que luchan por la libertad y la justicia. Se le han dedicado poemas y pinturas para honrar su sacrificio. Sus hermanos ahora están casados y han transmitido a sus propios hijos el relato que habla del valor de sus tías.
Esta foto está tomada desde lo alto de una colina en Sulaymaniyah, en el Kurdistán iraquí. Al fondo se ven las luces de la ciudad. El fuego en primer plano lo estaban utilizando para cocinar. La intención de esta imagen es mostrar que el fuego es, aquí, una parte integral de la vida.
Este modo de quitarse la vida con fuego se ha convertido en algo demasiado habitual en estas zonas. Cuando los vecinos ven salir humo de algún lugar, enseguida piensan que puede provenir de un suicidio. Acuden con rapidez e intentan apagar las llamas con mantas. Pero las mujeres rara vez sobreviven.
Hice esta foto para aportar contexto y ubicar los lugares donde ocurren los casos de inmolación de las mujeres. En el mapa marqué las ciudades en las que tomé las fotos, y sobre él aparece la luz natural que entraba por la ventana; me pareció que evocaba precisamente el fuego.
Turquía es el único país en el que este tipo de inmolaciones entre las mujeres kurdas tienen una motivación totalmente diferente a las de Siria, Irak o Irán; tienen un significado de protesta política, generalmente de apoyo al grupo armado kurdo PKK y a su líder, Abdullah Öcalan (que desde 1999 cumple cadena perpetua en una prisión turca). El número de este tipo de suicidios en Turquía también es menor que en los otros tres países.
Esta foto muestra una pintura de Santa Febronia en la iglesia del mismo nombre en la localidad de Himo, cerca de la ciudad de Qamishlo, en el noreste de Siria. Está muy próxima a la frontera con Turquía e Irak. Según la historia, en el año 305 Santa Febronia fue torturada y quemada en una hoguera ante una multitud.
Debajo de este cuadro hay una plataforma en la que los cristianos que viven en la región encienden velas y rezan. Con esta foto busco reflejar la relación de siglos de la cultura de la zona con el fuego.
En esta imagen aparece Golbahar, madre de seis hijas y siete hijos. Vive en Al Ba’ath, en Siria. Nabilah, su cuarta hija, se prendió fuego para acabar con su vida cuando tenía 25 años. A su familia no le gusta hablar de aquel suicidio y algunos de sus miembros creen que tenía problemas mentales, pero Golbajar no quiere oír hablar de ello.
En la pared de una habitación donde se guarda la ropa de cama, y a la que el resto de la familia no tiene acceso, tiene enmarcadas dos fotos de su hija fallecida.
Batool, nacida en 1988, tenía un hijo de un año y medio cuando se suicidó inmolándose a lo bonzo. Sus padres desconocen si la joven tenía algún problema en su matrimonio, pero culpan a su yerno de la muerte de su hija. Esta se prendió fuego en la azotea de la casa en la que vivía con su marido. Tras su muerte, la madre de la joven tomó a su cargo al nieto, pero hubo disputas con el yerno y una resolución judicial le concedió a él la custodia del pequeño.
Han pasado varios años desde la muerte de Batool, que era hija única, y sus padres continúan sin poder visitar a su nieto. Tras la muerte de la joven, sus padres recogieron todas sus pertenencias de la casa del matrimonio y las llevaron a una habitación de su vivienda. En la imagen aparece su padre sosteniendo un collar de Batool en su casa de Abdanan, en Irán.
Juwan tiene 22 años y vive en Sulaymaniyah, en el Kurdistán iraquí. Se casó en 2017, cuando tenía apenas 17 años. Fue un matrimonio forzado y tuvo que dejar la escuela. En su primer año de casada dio a luz a una niña. Un año más tarde, después de una pelea con su marido, se prendió fuego frente a él en la cocina. Sufrió quemaduras de tercer grado en el 49 por ciento de su cuerpo. Su cuello, frente y ambas piernas muestran las cicatrices del fuego. Estuvo 58 días hospitalizada.
Tras salir del hospital, pidió el divorcio a través de un abogado. Ahora, ya divorciada, tiene derecho a ver a su hija solo un día al mes. Ha comenzado a estudiar de nuevo y está en el grado 11 (el penúltimo antes de acceder a la universidad). En un futuro le gustaría ser cirujana. Hasta mayo de 2021 se había sometido a 19 operaciones por complicaciones derivadas de las quemaduras, y aún sigue pasando por quirófano. Su padre costea estas intervenciones.
He incluido esta imagen en el proyecto para subrayar que una de las grandes razones por las que se inmolan estas mujeres son los matrimonios forzados y los matrimonios infantiles, según las investigaciones de expertos en salud mental.
Esta fotografía, tomada en una tienda de vestidos de novia, busca transmitir un interrogante: ¿quién será la siguiente? ¿Quizá la mujer que lleve ese vestido?
Eidi Khalf Morad tiene ahora 22 años. Es refugiada siria, y vive con su familia en el campo de desplazados gestionado por la ONU en Dohuk, Irak. La guerra y el avance de Estado Islámico en Siria acabó con el modo de vida de Eidi Khalf y su familia: dejaron su país con las manos vacías y llegaron a pie al Kurdistán iraquí. Su madre cuenta que Eidi Khalf estaba desconsolada por esta situación y se sumió en una depresión.
Las condiciones en el campo de refugiados eran muy difíciles. La tienda en la que vivían estaba dividida en diferentes secciones para crear una entrada, una cocina y un baño. Un día, la joven se impregnó con líquido inflamable en el baño y se prendió fuego. Las llamas se extendieron al resto de la tienda, pero lograron llevarla al hospital. Sobrevivió, pero las huellas de las quemaduras son muy visibles en su cara y cuerpo. Los costes del tratamiento son muy elevados y su familia, refugiada, no puede costearlos.
Shahriar es el menor de tres hermanos. Tenía doce años cuando, al volver de la escuela, fue testigo de cómo su madre se impregnaba en líquido inflamable y se prendía fuego en el patio de su casa. El niño corrió hacia ella para tratar de sofocar las llamas abrazándola, y las llamas le envolvieron a él también. Ambos fueron trasladados al hospital con la ayuda de los vecinos. La mujer murió al día siguiente.
Shahriar, que hoy tiene 18 años, es reacio a hablar de lo ocurrido aquel día y permanece en silencio la mayor parte del tiempo, aunque en la escuela sus compañeros saben lo que pasó. Vive con sus dos hermanos y su padre en Abdanan (Ilam), Irán.
Zeinab nació en 1994. Se quitó la vida prendiéndose fuego cuando era estudiante, con 17 años, en Abdanan (Irán). Era el mes sagrado de Ramadán y su madre tenía muchos invitados en casa por el iftar -la comida nocturna colectiva con la que se rompe el ayuno- cuando Zeinab se inmoló en el sótano de su casa. Sus familiares no están seguros de qué fue lo que le llevó al suicidio, pero creen que pudo tener que ver con una posible relación con un amigo de su tío. Él insistía en tener algo con ella, a lo que ella se negaba por miedo a los rumores.
En la imagen aparece una tela que Zeinab había llevado a un sastre para que le hiciera un vestido que nunca llegó a completarse. Su madre fue a buscar el vestido a medio hacer para guardarlo como recuerdo de su hija.
FUENTE: Shaghayegh Moradian Nejad / Fecha de publicación original: 20 de enero de 2022 / Revista 5W
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