Notas sobre el proyecto Nueva Turquía de Erdoğan

Turkey's President Recep Tayyip Erdogan addresses a labor union meeting in Ankara, Turkey, Thursday, Dec. 3, 2015. Russia's President Vladimir Putin on Thursday hinted at more sanctions against Turkey and accused Turkey of a "treacherous war crime" in downing a Russian jet at the border with Syria. Erdogan has hotly denied that his country was involved in oil trade with the Islamic State group , and has pledged to step down if Moscow proves its accusations. (Murat Cetinmuhurdar, Presidential Press Service, Pool via AP)

Al presidente turco Recep Tayyip Erdoğan se le define de acuerdo a diferentes puntos de vista de múltiples maneras: como dictador, moderno sultán, fundamentalista islámico, fascista, asesino, loco, estratega político… La lista de calificativos es, sin duda, larga. Sin embargo, más allá de los términos, Erdoğan es uno de los líderes políticos más temibles e inquietante de la actualidad, hasta el punto de haber sido clasificado por la revista Time como una de las 100 personas más influyente del siglo.

La carrera política del actual Presidente turco da comienzo en 1984, después de que el Golpe de Estado militar de 1980 ensangrentó por tercera vez a la República. Nacido en Estambul, creció en el seno de una devota familia islámica de Rize, región situada al norte de Turquía, cuyas costas baña el Mar Negro. Hizo sus primeros estudios en la escuela Imam Hatip, un centro educativo vocacional islámico, para ingresar posteriormente en la Universidad de Marmara en donde se graduó en Administración Empresarial (business administration). Después del golpe militar, Erdoğan se afilia al Refah (Partido del Bienestar), fundado por el líder reaccionario islámico Necmettin Erbakan, quien en 1996 llegaría a ser electo Primer Ministro.

Erdoğan fue inicialmente presidente del distrito de Beyoğlu, para pasar a ocupar en apenas un año el mismo cargo en todo Estambul, un puesto que mantuvo hasta 1998 en el que el Refah fue declarado ilegal por la Corte Constitucional, acusado de amenazar el secularismo vigente oficialmente en Turquía.

Apenas unos meses antes de la ilegalización de su partido, Erdoğan durante el transcurso de una manifestación de apoyo a su formación política en la ciudad kurda de Siirt, leyó en público un poema, y la anécdota, más allá de los gustos literarios de Erdoğan, ilustra bien las características y maneras de este líder político. El poema en cuestión era de la autoría ni más ni menos que de Ziya Gokalp, considerado el padre e inspirador del nacionalismo turco y promotor de la identidad supranacional pan-turca, que sirvió de guía a las políticas del creador de la República, Mustafa Kemal Ataturk.

La elección de un poema escrito por un autor y sociólogo fundamental en la negación del islamismo, el pan-islamismo y las influencias otomanas, podría sorprender a primera vista si no fuera porque Erdoğan recitó en realidad una versión manipulada y muy personal del citado poema, añadiéndole sin ningún pudor versos que no solo no eran, por supuesto, del autor sino totalmente contrarios a su sentir, como: “Las mezquitas serán nuestros cuarteles/ las cúpulas nuestros cascos/ los minaretes nuestras bayonetas/ y los fieles nuestros soldados…”.

Aparte de la manipulación, es interesante, sin embargo, constatar que pasados los años Erdoğan finalmente admira una parte esencial del legado y el pensamiento de Gokalp, que adquiere su máxima expresión en su obra “Principios del la Turquidad”, publicado en 1923 al mismo tiempo que la fundación de la República, apenas un año antes de su desaparición física. En su libro, Gokalp recrea el concepto de la amplia identidad nacionalista que tanto había divulgado en sus poemas y su obra literaria; la nación, según él, está “formada por individuos que comparten una lengua, una religión, una moralidad y una estética común, o sea que han recibido la misma educación”. Para Gokalp la virtud unificadora era pues la prevalencia de la “turquidad”. Unificadora y consecuentemente excluyente de cualquier diferencia.

Estos conceptos resultan fácilmente identificables en las políticas unificadoras de Ataturk, pero si se las reactualiza a estos tiempos, los mismos no se diferencian mucho de los que el propio Erdoğan viene proponiendo desde su liderazgo.

Llevar adelante propósitos tan ambiciosos como uniformar a una nación tan diversa y multicolor requiere de un jefe supremo que la conduzca por el buen camino, y es al mismo tiempo incompatible con la existencia de un sistema democrático en su entorno. Lo anterior explica y da sentido a la sostenida política de Erdoğan de demolición lenta pero constante de las, seguramente imperfectas pero legales, estructuras e instituciones que han gobernado y dado cierta estabilidad a Turquía desde los tiempos de Ataturk.

El último golpe en estas prácticas de demolición ha sido la destitución-dimisión del Primer Ministro Ahmet Davutoğlu, quien representaba el último valladar de defensa y continuidad del régimen parlamentario, con un Gobierno democrático, basados en un Estado de Derecho. Se podría argumentar que el ex Primer Ministro no era en realidad un “demócrata”, pero como han escrito algunos comentaristas en Turquía su figura era “el último vínculo” con una forma de gobernar democrática, y esa forma ha dejado de existir.

El objetivo final de Erdoğan, según sus propias palabras, es un “sistema presidencial a la turca”. Si bien ya estamos en presencia de un monopolio de facto del poder del Presidente Erdoğan, incluso antes que se hagan los cambios correspondientes en la Constitución, aun falta este paso fundamental y final. Por ejemplo, durante los últimos años se ha asistido a la perdida de independencia del poder judicial, antes incluso de que el mismo sea puesto bajo control directo de la presidencia ejecutiva, o hemos visto fundamentales reformas en el sistema educativo bajo la nueva política de crear una “generación fiel” mediante la promoción de escuelas religiosas. Y no está de más subrayar en rojo que la educación es el primer eje esencial del proyecto Nueva Turquía, que promueve Erdoğan, mientras que “mandar la economía” seria la segunda premisa, dado que el nuevo sistema político, de corte autoritario, requiere y se basa en asegurar la distribución de los recursos económicos según las lealtades políticas.

El proyecto Nueva Turquía se basa en dos nuevos conceptos: la definición de democracia ha sido reducida desde hace tiempo a “gobierno mayoritario” y está siendo remplazada por conceptos unilaterales y de ambigua definición como “voluntad nacional” y “misión histórica”. La “nación” misma se está definiendo bajo términos de afiliación a una “comunidad que está formada por la historia, la fe, los objetivos y las lealtades comunes”. Algo ya conocido si nos retrotraemos, como hemos señalado anteriormente, a la fundación de la República nacionalista y pan-turca a Ataturk.

Los observadores más escépticos se escudan en que en realidad esa es la Turquía de Erdoğan, nos guste o no. El Presidente ha sido muy claro: cree que su liderazgo supremo logrará conducir a un corte histórico con el pasado republicano, y llevar a buen puerto el sueño de una “Turquía fuerte”, que será la guía del mundo musulmán de obediencia sunita. Estos objetivos se lograrán a través del “sistema presidencial a la turca” que propone. Ha dicho claramente que él no cree en la política de partidos y que su AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) no es un partido ordinario sino una “misión” o “causa” (dava, en turco)

Como suele ser normal en estos casos, los intelectuales, ONG-s, periodistas, académicos, sindicalistas, estudiantes y movimientos sociales que son críticos con el “Proyecto Nueva Turquía” son inmediatamente calificados como traidores, títeres y colaboradores de los enemigos de Turquía, con el consiguiente tratamiento represivo y demonización social. Somos testigos diariamente de la represión y violencia de que es capaz el Estado turco: decenas de personas son detenidas cotidianamente, a lo que hay que sumar, por supuesto, la guerra interna contra los kurdos, que se puede considerar a niveles de los sangrientos años de la década de 1990.

La filosofa Hannah Arendt en su emblemática obra “Orígenes del Totalitarismo” señalaba que: “El totalitarismo se diferencia esencialmente de otras formas de opresión políticas conocidas como el despotismo, la tiranía y la dictadura. Donde ha llegado al poder ha desarrollado instituciones políticas totalmente nuevas y ha destruido todas las tradiciones sociales, legales y políticas del país”.

Aunque estemos obligados a mantener una mirada cautelosa, la cita anterior parece una definición muy apropiada para describir lo que está sucediendo en Turquía.

A pesar de que resulte difícil ver la luz al final del túnel, si observamos al detalle la realidad se observan brechas en esa pared aparentemente solida que dirige con mano de hierro Erdoğan. Los ejemplos comienzan a sumarse, como pueden ser el que a pesar de que el régimen turco ha apoyado claramente (mediante formación, entrenamiento y sostén logístico y militar) a los militantes del ISIS, sin embargo esa luna de miel parece afrontar serias dificultades; una buena muestra de ello es el violento y mortífero atentado de la semana pasada en el aeropuerto de Estambul. También es un síntoma los reiterados bandazos y fracasos de la política exterior turca, aunque quizás lo más significativo como síntoma de rebeldía y resistencia sea la firme valentía que demuestra el pueblo kurdo, y diversos sectores turcos demócratas, de izquierda y progresistas que luchan de múltiples formas y maneras para evitar el desastre que supondría que Erdoğan consiga sus propósitos.

No activar la solidaridad práctica y concreta, y la denuncia, y dejar abandonados a los kurdos y a estos sectores resistentes de la sociedad turca sencillamente no es una opción.

FUENTE: José Miguel Arrugaeta/Orsola Casagrande – Rebelión