Un argentino en Kurdistán: historias de esperanza, entre abrazos y bombas

Les vengo a presentar uno de los lugares más recónditos del mundo, de esos donde hasta en el mapa cuesta encontrar: Kurdistán. No es uno más de los países que terminan en “tán”, en realidad tampoco se puede afirmar que es un país, ya que tiene ciertas particularidades que lo diferencian del resto. ¿Por qué viajar imaginariamente al corazón de Medio Oriente? Porque allí, como en casi cualquier lugar del mundo, se encuentra un embajador de las tierras santafesinas, Mauricio Centurión, un fotoperiodista que siente que su misión es “contar historias” y hacer “un periodismo de la esperanza”. Prepárense para un recorrido donde la guerra, las bombas y las muertes son tan cotidianas como los gestos de solidaridad y humanidad del “pueblo más amable del mundo”, según relata Mauricio. Un dato de color: allí hay una “Maradona de la Medicina” que es amada por el pueblo kurdo.

A más de 13.100 kilómetros de la ciudad de Santa Fe, Mauricio se sienta delante de la cámara y toma un mate. Advierte que habla mucho, se va por las ramas y cuenta riéndose que tiene doble nacionalidad: “Soy mitad correntino y mitad santafesino. Nací en Corrientes, pero viví más de 10 años en la capital provincial”. Hace más de tres meses que está en uno de los lugares más conflictivos del planeta tierra, pero sin demasiada prensa. Se encuentra en una región que no es reconocida por la comunidad internacional como un país independiente, es decir, Kurdistán no tiene el reconocimiento del resto de las naciones, ni de la ONU. Se considera a los kurdos como el pueblo sin nación más grande del mundo, son cerca de 45 millones de personas de las cuales se estima que 25 millones están en Medio Oriente. Mauricio está actualmente en Rojava, que es el nombre kurdo de la Federación Democrática del Norte de Siria que se declaró independiente en 2012. La raíz de esta travesía se remonta a un viaje realizado en 2017 a México donde convivió con grupos zapatistas. En los últimos días de aquel periplo, una integrante del grupo le dijo que tenía que hacer lo mismo pero en Kurdistán. Se lo prometió. La curiosidad fue tal que, según relató, “a la vuelta de México pasé por una librería y me compré cuatro libros de Kurdistán y me puse a leer. Automáticamente, fue un interés total”. Desde ese momento no paró hasta sentir a Medio Oriente bajo sus pies.

—Contame sobre tu llegada al lugar

—Kurdistán se me metió en la cabeza y no paré, para mí nunca fue imposible. El viaje fue tremendo. Estaba en Portugal, tuve que ir a Londres y de ahí a Doha. En Qatar se perdió el avión y tuve que hacer un reclamo. Mi inglés era totalmente básico. No tenía donde dormir y de repente me dieron una habitación en un hotel de cinco estrellas, ¡algo totalmente absurdo! De ahí fui a Sulaimani, Irak. Allí tomé el único transporte que contraté. Las personas con las que había entrado en contacto del Kurdistán me dijeron que esa fecha estaba bien porque habían mermado los ataques. Tuve la suerte de que se sumó a mi viaje una alemana que hablaba español. Fuimos hasta la frontera y ahí me ayudó con las traducciones, presenté todas las credenciales y pasé.

Para comprender mejor la complejidad geográfica del lugar donde se encuentra Mauricio, se puede decir que el Kurdistán es una nación sin Estado, porque el territorio que era de ellos fue ocupado por otros países. En Rojava viven cinco millones de personas y es “lo más parecido a un país”. En 2012 hubo una revolución que recuperó territorios kurdos que formaban parte de Siria. “Se ponen en práctica las ideas de un líder político y militar llamado Abdullah Öcalan. Lo revolucionario es que se colocan en primer lugar los derechos de las mujeres. Decía que no hay liberación posible de ninguna sociedad, si no hay liberación de la mujer”, explica Mauricio.  

—¿Cómo es la cotidianeidad? ¿Cómo es vivir o estar allí?

—La cotidianeidad son las cabras, se come todo lo que tenga que ver con estos animales y hay mucha vida comunitaria, las personas viven demasiado juntas. Quienes tienen parejas viven con sus padres y sus hermanos. Hay que entender que el capitalismo como revolución industrial no existió acá. Se trabaja mucho, cerca de las cinco de la mañana están arriba, pero hay un espacio para el tiempo libre que es muy sagrado y colectivo. Cuatro veces al día hay rondas de charlas, charlas y charlas. Los kurdos son el pueblo más amable del mundo, para ellos no existe ningún encuentro si no hay un agasajo, te dan de comer hasta las familias más pobres. Es abrumador y te interpela mucho.

Mauricio cuenta que hay ciudades grandes y otras pequeñas, y que en los diferentes lugares hay negocios, supermercados “como en cualquier lugar del mundo”, pero la mayoría de las comunidades viven por fuera de eso. Prima una economía más comunitaria, de colaboración y de intercambio dentro de las mismas. “Se ayudan a esquilar las ovejas, se ayudan a ordeñar entre todos”, indica. 

—¿Cómo se vive la guerra?

—A veces cruzan aviones que uno tiembla y tiembla toda la casa. Las personas tienen un oído absoluto, te dicen que eso que pasó “es ruso y es tal avión”, “ese es americano”, “eso es un dron” y así. Hace 15 días, en un centro subsidiado por la ONU, un grupo de adolescentes de 17 años estaban jugando al vóley y un dron les soltó una bomba y murieron cuatro de las que estaban practicando deportes.

—¿Cómo es el trato en ese contexto?

—Ahora estoy en una aldea de una comunidad que antes era nómade y dejó de serlo por el cierre de la frontera. Por ahí me voy tres o cuatro días a hacer entrevistas y cada vez que vuelvo me hacen una fiesta, me mandan mensajes que me extrañan, es tremendo. Creo que tiene que ver con la guerra… La guerra hace que cada momento sea muy diferente, acá todos los días me dicen cuanto me quieren, todos los días los chicos te abrazan y te dan un beso. Está esa idea de que puede ser que mañana no estés, que si te vas puede ser que un dron explote tu auto.

—Desde lo social o cultural, ¿qué similitudes podés encontrar con Santa Fe?

—Los puntos en común que encuentro tienen que ver con los barrios de Santa Fe, con Las Lomas, por ejemplo. Se manejan lógicas que son muy parecidas a la de “El Birri”. En momentos de crisis, lo que sucede en los barrios es que las personas se ayudan entre sí y acá existe esa lógica. Hace dos horas, una persona que se estaba por casar sufrió un atentado y murió, y así todos los días. A pesar de eso, hay toda una consciencia de cómo apoyar a las familias.

Alina, la médica argentina que se volvió un símbolo en Kurdistán

Alina Sánchez, o Lêgerîn como la llamaban en Medio Oriente, fue una médica argentina nacida en 1986 que se formó en Cuba y trabajó en la planificación y ejecución de un sistema de salud para el pueblo kurdo. Su labor se tornó tan importante que hoy, tras haber fallecido en 2018, se transformó en un símbolo. Mauricio Centurión le comentó a AIRE que la historia de la oriunda de San Martín de los Andes le generó muchísimo interés y actualmente está haciendo varios trabajos en paralelo sobre su figura y lo que representa.

—Estando en tierras kurdas, ¿cómo fue tu primer acercamiento a Alina?

—El primer mes que estuve acá lo dediqué a filmar una película sobre Alina. Estuvimos alrededor de 16 o 17 días haciendo el rodaje con todas personas kurdas. Me empezó a sorprender lo grande que era Alina. Fueron días muy intensos. Toda persona que se enteraba que estábamos haciendo eso nos decía algo sobre ella. 

—¿Qué fue lo que más te sorprendió?

—Nos empezamos a mover y nos encontramos con un hospital que se llamaba Lêgerîn y tenía la foto de ella, un centro de salud llamado Lêgerîn, niñas que se llamaban Lêgerîn. Todo por Alina. Cada persona que la conoce me cuenta una historia diferente y linda. Hay quienes se enteraron de que estoy acá y viajaron hasta siete horas solo para conversar conmigo o traer un regalo.

—¿Por qué la aprecian tanto?

—Llegó luego de la revolución y supo armar un sistema de salud para un lugar que atraviesa una guerra. Todos me dicen que trabajaba mucho y dormía muy pocas horas. Se ponía objetivos como construir hospitales en todos los lugares de la frontera que es donde más ataques hay. Dicen que vivía para los heridos. A los médicos que entrevisté les sorprende que Alina tenía un acompañamiento que iba más allá de lo médico.

Contar historias como motor

Centurión cuenta que lo suyo es “la fotografía, el ver y lo inesperado, pero cuando es necesario toco el botón de REC de la cámara y si no bajo la cámara y escribo”. Cuenta que tiene “como siete proyectos empezados, dos con Alina, con los jóvenes, con el ejército revolucionario, entre otros”.

—¿Cómo llamarías a lo que hacés?

—Hago periodismo que no sé cómo se llama, si es fotoperiodismo narrativo. Lo que no tengo dudas es que es periodismo, de contar una historia, de no mentir y hacerlo con mucho compromiso. 

—¿Cómo lo describirías?

—El periodismo que intento hacer y construir tiene que ver con contar la esperanza. Creo que ya se contó demasiado el desespero y es muy importante construir un periodismo de la esperanza. Que tenga que ver con construir a las personas, con no hablar por las personas.

FUENTE: Agustín Vissio / Aire Digital / Fotos: Mauricio Centurión

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