En estos últimos años, se ha reavivado el debate sobre opciones de organización política más allá del Estado, gracias a la experimentación con prácticas de confederalismo democrático que se está realizando en Rojava (Kurdistan sirio) y a lo que ellos llaman autonomía democrática.
En el contexto de un control no estatal del territorio, producido en una situación de guerra y con la protección de las milicias kurdas y sus aliados, esta nueva sociedad es construida sin tener que desbancar unas estructuras estatales que brillan por su ausencia.
Este proceso de autonomía democrática es posible en esa situación de excepcionalidad que se vive en medio de la guerra de Siria, lo que podría hacernos creer que esta construcción alternativa sólo se puede dar en circunstancias como esas: excepcionales. Por eso me parece importante analizar sus bases teóricas y apuntar algunos elementos que pueden contribuir a visibilizar cómo muchas de esas experiencias también están a nuestro alcance, en espacios controlados por Estados occidentales, y que depende realmente de nosotras y nosotros el que podamos llevarlas a cabo.
Así, en diversas experiencias occidentales, hemos visto situaciones en las que el apoyo social de una acción legítima pero ilegal permite que ésta prospere a largo plazo. La gran capacidad de resistencia del movimiento de ocupaciones en relación a las diversas estrategias represivas del Estado demuestra, en la historia reciente, cómo es posible crear espacios comunales, a través de la desobediencia civil, sin ningún poder económico ni estatal que los apoye.
Lógicamente, aunque queramos construir mayores alternativas, no podemos ocupar una ciudad, ni tan sólo un barrio entero. No podemos salir de la obligación ética y política de convivir en la diversidad, teniendo entre nuestros vecinos a personas de todas las ideologías y formas de vivir.
Mientras, a través de diversas iniciativas físicas o no, creamos espacios comunales sin Estado; y no es el territorio lo que las une, sino las relaciones sociales, económicas y políticas que comparten. De hecho, esto es así ante gobiernos adversos, pero también lo es en contextos de gobiernos que, al menos en teoría, apoyan a los de abajo. Por ejemplo, esa convivencia entre antagonistas se ha seguido dando en los barrios de Caracas en todos estos años del llamado “Socialismo del Siglo XXI”, y si no se ha ido más allá en el cambio social, me atrevo a destacar que es porque los espacios y proyectos comunales no se extendieron más en Caracas de lo que se extendieron por ejemplo, en Barcelona.
Quizá la autonomía democrática de Rojava sí que añade una singular potenciación de los espacios comunales en todos los ámbitos de la cotidianidad, porque es desde los espacios comunales locales desde donde se construye la autogobernanza política.
Autonomía democrática y territorio
Controlar un territorio es una forma de asegurar que las iniciativas comunales no sean reprimidas por un Estado, pero no tiene una relación directa con reconstruir lo común. Y controlar un territorio necesita que, por medios electorales o militares, se disponga de hegemonía. Pero esa no es una condición para construir el comunal. El comunal lo podemos construir ya en cualquier parte, aunque no tengamos ese control hegemónico. Podemos encontrar otras formas de protegernos de la represión que no impliquen una dependencia de situaciones tan inalcanzables, en la mayor parte de lugares del mundo.
Pero si ese es un modelo, si sabemos que la legitimidad apoyada por la comunidad protege lo común, ¿qué nos impide construirlo en cualquier contexto en el que podamos contar con una participación suficiente?
Hoy en día, en la mayor parte del mundo –excepto, de forma muy significativa, el cercano y mediano Oriente– el principal espacio de lucha de poder son los medios de comunicación. Quien tiene más apoyo en los medios es más fuerte en el día a día y, en el marco de unas elecciones, probablemente tiene muchas más opciones de ganar. Y, sobre todo, se da a la inversa: sin presencia mediática, no es posible la victoria.
Sin embargo, las mismas grandes alianzas de los de abajo que se han visto para crear grandes partidos no se han visto para crear medios de comunicación cooperativos. Estos siguen siendo, a día de hoy, pequeñas iniciativas de grupos cohesionados a escala local. Así que, cuando vayamos a las estrategias para proteger las iniciativas comunales, una de ellas está clara: hay que construir grandes alianzas cooperativas de comunicación.
Construyendo otra sociedad aquí y ahora desde lo comunal
La comunicación es importante como alternativa al poder militar, para defender un proceso de autonomía. También lo es la determinación a desobedecer. Pero para construirlo necesitamos, además, muchas otras cosas: hace falta creatividad, imaginación, entrega, mucho esfuerzo, trabajo en equipo, apertura, inclusividad, capacidad de diálogo… Nada que, como seres humanos, no podamos conseguir. De hecho, es mucho más difícil dominar un territorio desde los valores del bien común, ¿verdad?
Estoy convencido de que la principal razón por la que no hemos llegado a grandes cotas de autonomía en las iniciativas desde abajo –en el contexto de los países de Occidente– es porque no hemos imaginado lo suficiente. En otras palabras, no hemos conseguido crear suficiente consenso en torno a una idea fundamental: podemos avanzar de forma significativa para hacer realidad la sociedad que queremos, aun antes de acabar con el capitalismo y con el Estado.
Está claro que por vivir otra sociedad no acabaremos con los enemigos del pueblo, pero es una verdad poderosa la que nos muestra que precisamente esa práctica experimental y abierta de lo comunal, funcionando de forma generalizada, puede suponer una fuente de oposición y resistencia que reduzca la hegemonía real del sistema capitalista en nuestras sociedades
Es importante poner en el centro del imaginario ese plan de construir ecosistemas de espacios y relaciones sociales que cubran la totalidad de las necesidades básicas y que sean abiertos a la participación libre de cualquier persona, cuidando a todas con equidad. Así pues, a esa práctica experimental de construir una nueva sociedad al margen del Estado, sin necesidad de contar con hegemonía sobre un territorio, propongo llamarla Autonomía Comunal.
Nombrando la Autonomía comunal
Esa autonomía comunal tenemos que nombrarla con la insistencia que haga falta, para que se extienda en el imaginario de mucha gente. Para que ello sea posible.
Lo comunal es aquello que, sin ser privado, es autónomo y que, sin ser del Estado, es para todos. En otras palabras, la práctica comunal es aquella que puede defender por la fuerza de los hechos las necesidades de todos los participantes y los recursos que necesitan éstos para vivir de forma digna.
Como decía Bookchin, lo comunal es un proceso que se expresa en la capacidad de autorganización colectiva que emana directamente de la propia libertad de los individuos.
A diferencia de él, no pienso que presentarse a unas elecciones municipales pueda servir de atajo para la construcción de un sistema basado en la democracia directa y el asamblearismo, sino que creo que eso sólo lleva a la integración de cuadros ex-activistas en la institucionalidad.
Dado que la opción del contrapoder desde lo local quedó en un plano secundario en sus propuestas, quizá no ha tenido la suficiente atención o desarrollo posterior. Por ello, me parece especialmente importante destacarla y resaltar que la comuna de comunas hay que construirla desde la pura acción al margen del Estado.
Así pues, las comunas no necesitan tomar el poder para posibilitar la “creación de una sociedad orgánica y descentralizada, regida por el intercambio y el apoyo mutuo a través de la confederación, formando una ‘Comuna de comunas’” –citando la visión de Bookchin–. De hecho, no entrar en ese poder institucional me parece una condición necesaria para tener éxito en un proceso comunal a largo plazo.
Más allá aun de la visión confederal, en el escenario actual donde internet y su uso para el apoyo mutuo es una realidad incontestable, esas comunas pueden nacer no sólo en lo local, sino también a través de grupos de interés y subjetividades que, más allá de su lugar de residencia, escogen generar lazos de afinidad y acción en común.
De hecho, me parece importante y comprobado señalar que son las estructuras flexibles y abiertas las que tienen más capacidad de agregación antes de que una autonomía comunal pueda estar consolidada.
Es decir, en este proceso, las formas de redes y confederaciones deben coexistir para facilitar la extensión de las prácticas de autonomía y de espacios comunales. A ese proceso de ir agregando espacios de relaciones sociales liberadas del mercado, del Estado y de cualquier otra pauta jerárquica y desigual, lo podemos llamar comunalización.
Autonomía más allá del territorio
La autonomía comunal se diferencia de la autonomía democrática en que, en el primer caso, no existe un control del territorio para practicarla; y esa importante distinción lleva a que su práctica pueda ser sensiblemente independiente de la necesidad de contar con una situación de control del territorio –que habitualmente irá acompañada de un ejército, etc.–
Construir la autonomía –democrática o comunal– en distintos contextos del mundo, tanto en Estados fallidos como en Estados fuertes, tanto en lo local como en redes globales, puede y debe convertirse en la mejor herramienta para renovar el imaginario de lo que puede ser una alternativa al sistema de los Estados capitalistas, y ser, por tanto, un camino necesario para una estrategia factible de revolución integral en el presente siglo.
FUENTE: Enric Duran/Diagonal