Baluches buenos, baluches malos

Se abre el telón e Irán bombardea un campamento de insurgentes baluches en Pakistán el pasado miércoles. Islamabad le devuelve el golpe al día siguiente, y sobre un objetivo idéntico. Durante unas horas y por primera vez en la historia de las noticias, Baluchistán abre telediarios y portadas por todo el mundo.

Luego se amontonan las preguntas.

Los objetivos de Irán eran supuestas bases al otro lado de la frontera de Jaish ul Adl (“Ejército de la Justicia”), un grupo baluche de corte wahabita. Irán siempre ha acusado a Islamabad de dar cobertura a grupos de esa naturaleza: desde los talibanes a la franquicia regional del Estado Islámico (ISIS).

Junto con Ansar al Furqan (“Partidarios del Criterio”), Jaish-ul Adl surge a principios de la segunda década de este siglo tras el descabezamiento de Jundullah. Esa era la auténtica matriz baluche suní rigorista que se cobró centenares de vidas militares y civiles en atentados a menudo indiscriminados. Además de desafiar a la todopoderosa teocracia chií en el sureste del país, Jundullah era una de las piedras en el zapato de la siempre tormentosa relación entre los vecinos persa y pakistaní.

Teherán siempre ha acusado a Arabia Saudí de financiar a dichos grupos y a Pakistán de darles cobijo.

Pero hay mucho más. En 2016, Riad apuntaló a un general pakistaní retirado al mando de la IMAFT (acrónimo inglés de la Alianza Militar Islámica contra el Terrorismo). Fundada un año antes por el propio Mohamed bin Salman (el príncipe heredero saudí) y con su centro de operaciones en Riad, es una suerte de “OTAN” de cuarenta Estados musulmanes entre los que, por supuesto, no se encuentra ni Irán ni ningún otro país chií. Suena a chiste macabro que un país al que expertos de todo el mundo señalan como uno de los financiadores del Estado Islámico o Al Qaeda lidere una organización que ha de “combatir el terrorismo” según sus estamentos fundacionales.

¿Cuál sería el planteamiento de la IMAFT respecto a los herederos de Jundullah? Nada apuntaba a que Islamabad fuera a combatirlos en su territorio mientras condujeran sus operaciones al otro lado de la frontera. Esos son los baluches “buenos” para Punyab. Por suerte para los ayatolas, los nuevos actores en el sureste persa carecen de la capacidad operativa de Jundullah, pero siguen haciendo daño. El pasado diciembre se cobraron la vida de once policías, y también las de un alto oficial de la Guardia Revolucionaria de Irán y dos de sus hombres en Zahedán (capital de Baluchistán bajo control de Teherán), tan solo unas horas antes del ataque.

¿Fue ese el desencadenante del bombardeo? ¿Quizá el del pasado 3 de enero que reivindicó el Estado Islámico? En cualquier caso, no era el primer ataque que Teherán conducía contra objetivos similares al otro lado de la frontera. Sí era primicia que Islamabad respondiera con la misma moneda. “Campamentos del Ejército de Liberación Baluche (BLA, en sus siglas en inglés) en el sureste de Irán” era el objetivo que esgrimía Pakistán en sus comunicados de prensa.

A diferencia de los insurgentes baluches de Irán, los de Pakistán tienen un corte laico, manifiestan su afinidad hacia grupos como el PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán) y piden la “liberación de Baluchistán”, un territorio del tamaño de Francia dividido por las fronteras de Irán, Pakistán y Afganistán.

Si bien entra dentro de lo plausible que Pakistán ofrezca acomodo en sus fronteras a los baluches wahabitas de Irán para que cometan acciones de guerrilla contra las fuerzas armadas persas, resulta bastante descabellado pensar que Teherán de cobijo a gente que siempre ha denunciado “la ocupación persa” del territorio. El control de la Guardia Revolucionaria iraní es férreo en el sureste de Irán, más aún cuando hablamos del único punto del país donde se sigue viva la protesta que encendió el asesinato de aquella chavala kurda, en septiembre de 2022. Así, es bastante improbable que los baluches “malos” a ojos de Pakistán puedan tener sus bases ahí, sobre todo porque no lo necesitan. El Baluchistán bajo control de Islamabad es un territorio lo suficientemente vasto y montañoso para que la guerrilla pueda desplegarse con eficacia y seguridad.

Cuando se cierra el telón descubrimos que los supuestos campamentos eran humildes casas de adobe, y que las víctimas de sendos ataques (en torno a veinte) eran civiles e incluían niños. Las fotos son muy gráficas, pero da igual: casi nadie las verá y, además, se seguirá ignorando uno de los conflictos más longevos de toda Asia.

FUENTE: Karlos Zurutuza / Gara

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