Efectos de la guerra civil siria en Turquía

Altindag, un suburbio del norte de Ankara, aún muestra las cicatrices del verano de 2021, cuando turbas locales arrasaron las calles, atacando negocios y hogares sirios tras el asesinato de un adolescente turco a manos de un refugiado. Vehículos policiales patrullan los principales cruces. Algunas partes de la zona parecen desiertas. En respuesta a la violencia, el Ministerio del Interior turco decretó que la proporción de extranjeros en algunos barrios, empezando por Altindag, se limitaría al 20% de la población. Las autoridades expulsaron a 4.000 sirios y derribaron más de 300 edificios, presumiblemente para asegurarse de que los refugiados no pudieran regresar.

Las tensiones se han calmado, pero los sirios que quedan están inquietos. Lo que más temen no es la reanudación de la violencia, sino el riesgo de deportaciones masivas. Yasin, un barbero de Alepo, dice que una vez lo detuvieron por contrabando de cigarrillos, y que esto podría dar a la policía una excusa para deportarlo a Siria. Acabaría en la cárcel, dice, porque luchó contra el régimen. “Turquía nos acogió cuando prácticamente todos los demás países árabes se negaron”, afirma. “Ahora está mostrando la puerta a los sirios”.

En Turquía viven unos 15 millones de kurdos, un millón de árabes, decenas de miles de armenios descendientes de los que se libraron del genocidio de 1915, y una pequeña y menguante población de griegos y judíos. Pero los cambios sociales y demográficos que ha sufrido el país a causa de la guerra en Siria, no tienen precedentes. A finales de 2010, justo antes del comienzo de la guerra, Turquía sólo tenía 10.000 refugiados y solicitantes de asilo. Doce años después, acoge a 3,6 millones de sirios, más que el resto de Europa junta, además de más de un millón de migrantes procedentes de África, Asia Central, Oriente Próximo y Rusia. Turquía es un país transformado.

Las relucientes ciudades de contenedores con aire acondicionado, que antaño salpicaban la frontera, donde se refugiaba la mayoría de los recién llegados en los primeros años de la guerra, son cosa del pasado. Ahora hay menos de 50.000 refugiados en los campos. El resto está disperso por las ciudades, sobre todo en el sur y el oeste. Según Saniye Dedeoglu, profesor de la Universidad Abdullah Gul de Kayseri, más del 98% de los trabajadores sirios tienen un empleo informal, sin seguridad social ni otras prestaciones. La mayoría cobran menos que los turcos. El trabajo infantil, sobre todo en la agricultura, está muy extendido. Pero los refugiados están en mejor situación que los de otros lugares de Oriente Próximo. Los sirios tienen acceso a la sanidad y la educación públicas, y una vía para obtener la ciudadanía. Unos 730.000 niños sirios, cerca del 65% del total, están escolarizados. Unos 220.000 refugiados se han nacionalizado.

Por lo general, los países occidentales elogian a Turquía por su notable labor con los refugiados sirios. Sin embargo, los turcos no quieren oírlo. La mayoría dice que el país se ha convertido en un refugio para extranjeros que Europa no quiere ver dentro de sus fronteras. Y muchos quieren que los refugiados vuelvan a casa. La violencia como la de Altindag sigue siendo poco frecuente. Pero a medida que la economía se resquebraja y se acercan las elecciones, las actitudes hacia los sirios se han endurecido.

Según los sondeos de opinión, los refugiados son el tercer tema más importante para los votantes, sólo por detrás de la economía y el desempleo. Los políticos de la oposición avivan y alimentan el resentimiento. Kemal Kilicdaroglu, jefe del opositor Partido Republicano del Pueblo (CHP), ha prometido que, restableciendo las relaciones con el régimen de Damasco, se asegurará de que los sirios en Turquía regresen a casa “con tambores y trompetas”. El gobierno no se queda atrás. Erdogan, a quien muchos sirios en Turquía consideran un salvador, ha empezado a aplacar a sus bases, insistiendo en que él también quiere que la mayoría de los refugiados se vayan. Hace unos años, propuso reasentarlos en zonas del norte de Siria anteriormente controladas por las YPG (Unidades de Protección del Pueblo), pero ahora ocupadas por tropas turcas y sus representantes locales. Los grupos de derechos humanos lo denunciaron como un intento de ingeniería demográfica. Las ofensivas turcas en Siria, además de las atrocidades cometidas por sus apoderados árabes, ya han desplazado a cientos de miles de kurdos. Turquía también ha deportado a miles de sirios, en su mayoría por presuntos delitos o por no haberse registrado ante las autoridades. Muchos afirman haber sido obligados o engañados por la policía turca para que firmaran formularios de retorno voluntario.

La presión pública ha obligado a Erdogan a dar marcha atrás. Ningún dirigente extranjero ha perseguido el cambio de régimen en Siria con más tenacidad que él. Pero el pasado noviembre, Erdogan dijo que estaba dispuesto a enterrar el hacha de guerra con Bashar al-Assad, el dictador sirio. Quiere hacer creer a los votantes que el acercamiento a Siria allanará el camino para los retornos masivos. Muchos sirios en Turquía temen pagar el precio. Es probable que se queden gane quien gane las elecciones. Deportarlos violaría las leyes turcas e internacionales. Y los retornos voluntarios, al menos a escala masiva, son una quimera. Según los estudios, sólo uno de cada cinco refugiados quiere regresar.

Hacer las paces con el régimen sirio podría incluso desencadenar un nuevo éxodo. En las zonas de Siria bajo control turco viven unos cuatro millones de personas. Si Turquía las devolviera a Damasco, algo en lo que insistirá Assad como parte de cualquier acuerdo de normalización, muchos de los que temen su tiránico régimen podrían huir hacia el norte. Una retirada turca de la provincia de Idlib, en el noroeste de Siria, bastión de la oposición, iría seguida, sin duda, de una nueva ofensiva del régimen y de otra oleada de refugiados.

Problemas transatlánticos

La guerra en Siria también ha trastornado las relaciones de Turquía con Estados Unidos. Casi desde el comienzo de los combates, el gobierno de Erdogan respaldó los esfuerzos para derrocar a Assad, ofreciendo a los rebeldes armas y un refugio en Turquía. Estados Unidos apoyó inicialmente esta iniciativa. Pero su apetito se enfrió, especialmente cuando yihadistas extranjeros y turcos entraron en Siria a través de la frontera sur de Turquía, engrosando las filas del grupo yihadista Estado Islámico (ISIS).

Un punto de inflexión se produjo en 2013, cuando Barack Obama, a pesar de haber hablado previamente de líneas rojas, evitó una respuesta armada después de que las tropas sirias mataran a 1.500 personas con armas químicas. Otro se produjo un año después, cuando Erdogan se cruzó de brazos ante el asedio de Kobane, una ciudad kurda de Siria situada cerca de la frontera. Sólo los ataques aéreos y bombardeos estadounidenses salvaron a los kurdos de una masacre. Turquía siguió pidiendo la marcha de Assad, pero Estados Unidos se centró más en la guerra contra ISIS, que en parte subcontrató a las YPG. Turquía acusó a Estados Unidos de no hacer nada para detener a Assad. Estados Unidos acusó a Turquía de no hacer nada para detener a ISIS.

Con la ayuda de Estados Unidos, los kurdos derribaron el califato islámico. Pero su guerra, así como la violencia desatada por los yihadistas en Siria, se extendió a Turquía. En 2015, los combatientes de ISIS llevaron su campaña de terror al otro lado de la frontera. Durante los 19 meses siguientes, sus bombas en toda Turquía mataron a cientos de personas. La mayoría de las víctimas eran kurdas o simpatizantes de la causa kurda. Muchos de los autores resultaron ser radicales islamistas autóctonos que habían viajado a Siria para unirse al califato y habían regresado a casa. Si su objetivo era sembrar el caos en Turquía, lo consiguieron. Los políticos kurdos afirmaron que Erdogan apoyaba a ISIS contra los kurdos de Siria. Algunos incluso acusaron a su gobierno de participar en los atentados en su país. Días después de un atentado, dos policías turcos fueron asesinados en una ciudad cercana a la frontera con Siria. Una rama del PKK reivindicó lo que calificó de asesinato por venganza.

Erdogan respondió al asesinato con más ataques aéreos contra posiciones del PKK en el norte de Irak. Tras años de calma, la guerra volvió al sureste kurdo de Turquía. Los combatientes del PKK, envalentonados por sus logros en Siria, se refugiaron en ciudades de toda la región, colocando trampas explosivas en viviendas y lanzando cohetes contra vehículos del ejército. El gobierno respondió con una represión implacable, enviando tanques a los centros urbanos. Cuando se calmaron las aguas, unas 2.000 personas habían muerto, varios distritos estaban en ruinas y la política turca se había escorado aún más hacia la derecha. Erdogan, que en su día apoyó valientemente los derechos culturales de los kurdos, e incluso entabló negociaciones con el PKK, cortejando a los votantes kurdos, había cambiado de rumbo, reinventándose como nacionalista turco.

Hoy, la política de Erdogan en Siria se ha convertido en una debilidad, exponiéndole a la reacción de los votantes y a la presión de Rusia, argumenta Gonul Tol, del Instituto de Oriente Medio, en un nuevo libro, “La guerra de Erdogan”. Pero la guerra también le ha permitido consolidar su poder. Erdogan ha presidido la detención de miles de activistas y políticos del partido kurdo HDP (Partido Democrático de los Pueblos), incluido el encarcelamiento de su antiguo líder, Selahattin Demirtas. Su guerra contra el PKK en Siria y el norte de Irak le ha ayudado a silenciar a la disidencia y a abrirse camino hacia un gobierno unipersonal.

El giro belicista de Erdogan y su decisión de perseguir al HDP le granjearon nuevos amigos en el MHP (Partido Nacionalista, de ultraderecha). El intento de golpe de Estado de 2016 selló su alianza. Tras purgar del ejército y la policía a los partidarios del movimiento islamista Gülen, al que culpó del golpe, y a otros opositores, Erdogan entregó al partido nacionalista MHP las llaves de parte del aparato de seguridad. El MHP le devolvió las llaves de una presidencia ejecutiva. Un año más tarde, el partido dirigido por Devlet Bahceli, antiguo líder de los Lobos Grises, un grupo de derechas con un historial de violencia política, apoyó un referéndum que otorgaba al líder turco nuevos y amplios poderes. Erdogan se impuso, aunque por un estrecho margen. La guerra en Siria había redibujado el mapa político de Turquía.

FUENTE: The Economist – 16 enero 2023 – Traducido por Rojava Azadi Madrid

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