Erdogan, el gran extorsionador

Con el acuerdo entre la Unión Europea (UE) y Turquía puesto en vigencia el 20 de marzo último, se ha fundado un gigantesco campo de concentración bajo el cuidado de una de las figuras más oscuras del panorama internacional, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Casi cinco millones de refugiados -2,5 millones sirios y el resto mayoritariamente iraquíes y afganos-, quedaron atrapados en Turquía en su fuga rumbo a Europa, cuando huían de las guerras que en sus países han desatado las intervenciones de la OTAN.

El acuerdo entre las 28 naciones de la UE y Ankara ha sido denunciado por Filippo Grandi, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, ya que el pacto viola el derecho internacional para refugiados.

El costo de esta monumental prisión a cielo abierto será en los próximos dos años de 6 mil millones de euros, y el mayor beneficiado de esto es Erdogan, que sabe muy bien que todos sus antojos serán atendidos por la UE, ya que una “escapada” en masa de refugiados rumbo a Grecia devastaría la muy precaria situación de Europa desde lo político y económico.

Erdogan además ha conseguido que la UE agilice el pedido de visas y la aceleración de los acuerdos para la integración de Turquía al bloque europeo, medida largamente anhelada por Ankara y a la que la UE se ha negado sistemáticamente por recelos anti-islámicos.

El acuerdo-extorción nada dice respecto a mecanismos de control del uso que dará el gobierno turco a los aportes europeos, ya que deberían ser invertidos para el mantenimiento de campos de acogidas. Erdogan se apuró en abrir el campo de Nizip-2, el único que mantiene las normas exigidas, donde son llevados los funcionarios y periodistas  que llegan a Turquía a comprobar que todo está bien y se dejan mentir como fue el caso de la mismísima Ángela Merkel.

Todos conocen la verdad sobre el hacinamiento y la falta de servicios elementales de los cientos de miles de refugiados amontonados en campos bien ocultos de las miradas de extraños.

Erdogan ha sido partícipe necesario para que la guerra en Siria haya tomado la magnitud que ha alcanzado, permitiendo que los más de 850 kilómetros de frontera entre ambos países fueran utilizados para que se filtrasen armas y combatientes llegados para hacer su “yihad” contra Bashar al-Assad. Además ha permitido que en territorio turco se levanten hospitales y campos de entrenamiento para los milicianos llegados desde todos los rincones del islam, lo que incluye a la enorme mayoría de jóvenes musulmanes arribados desde Europa occidental, el Magreb, los países balcánicos, el  Cáucaso y naciones de Asia Central.

Incluso el rey de Jordania, Abdala II, ha denunciado el vínculo entre Estado Islámico y el presidente turco a  una comisión senadores estadounidenses, con quien se reunió en enero de 2015.

Erdogan, vinculado a la Hermandad Musulmana de Egipto, es un convencido de que urge la creación de un nuevo Califato, y es un seguidor de las corrientes negacionistas  de los genocidios perpetrados por el Imperio Otomano contra minorías como las de armenia, cristiana, griega y yazidí.

En la actualidad, Erdogan ha perdido el respaldado por lo que gobierna prácticamente de manera autocrática; menos de un tercio de la población lo sigue sosteniendo, por eso apela a todos los artilugios de las dictaduras para mantenerse. En Turquía, prácticamente ha desaparecido la libertad, ya no solo de prensa, sino de expresión. El cierre y clausura de medios informativos es tan frecuente como la represión a cualquier tipo de manifestación que se haga en su contra.

Organizaciones parapoliciales constituidas por hombres de su partido el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) han protagonizado asaltos contra diarios opositores como Hürriyet, Sabah o Zaman; éste último ha sido cooptado y su línea editorial cambió absolutamente a favor del gobierno; también se han cerrado los dos únicos canales de televisión opositores, Bugun TV y Kanalturk.

El secuestro y asesinato de periodistas se ha convertido en una maniobra corriente del régimen de Erdogan; existe ya una lista de más de mil profesionales desaparecidos o asesinados bajo el rótulo de “terroristas” y de ofender la investidura presidencial.

Oportunos atentados de Estado Islámico han desbaratado protestas en su contra.

Arabia Saudita, que ha sido el gran patrocinador de grupos como al-Qaeda y Estado Islámico, ha aportado ceca de 2,5 millones de dólares a las diferentes campañas de Erdogan tanto electorales como publicitarias.
Locales del izquierdista partido HDP (Partido Democrático de los Pueblos) son atacados de manera frecuente y sus dirigentes encarcelados.

Por otro lado, la comunidad kurda sufre de manera constantes los abusos de poder de Erdogan; sus comercios, clubes, y centros de reunión son asaltados, saqueados e incendiados. En el sureste del país, donde el gobierno libra una guerra sucia contra la comunidad kurda, son arrasados por el ejército aldeas y pueblos, sin que esto llegue a los grandes medios de comunicación.

El fundador y líder del  PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), Abdullah Öcalan, está detenido desde 1999 en la prisión de Imrali, una isla en el mar de Mármara, absolutamente aislado de cualquier contacto con cualquier ser humano a excepción de sus guardias.

La guerra de exterminio que lleva Erdogan contra el PKK, con ciento de miles de muertos en el este del país, parece no entrar en el registro de prioridades de la comunidad internacional.

El sultán Recep

Los niveles de corrupción de Erdogan le han permitido la construcción de un complejo de 500 millones de euros llamado “el Palacio Balnco”, donde además de ser la residencia del jefe de Estado, en los 200 mil metros cuadrados que ocupa dispone instalaciones militares y búnkeres de altísima seguridad y un moderno centro de comunicaciones satelital.

En diciembre de 2015, la propia justicia turca comprobó las relaciones del Erdogan y su hijo Bilal, con Yasin al-Qadi, el banquero de al-Qaeda. Por esa razón, el presidente destituyó a los jueces e investigadores que habían participado de las pesquisas.

De allí se desprenden también los negocios que ha denunciado el presidente ruso Vladimir Putin, acerca de empresas de la familia Erdogan, que a partir del conflicto sirio se han dedicado a introducir al mercado el petróleo tanto sirio como iraquí, que Estado Islámico está robando para sostener su guerra.

Bilal Erdogan, dueño de varias empresas de transporte naval -como la BMZ Ltd-, habría hecho un acuerdo para exportar el petróleo de Estado Islámico a países asiáticos. Sus empresas contarían con amarraderos exclusivos para que los buques cisterna que trasladan el crudo robado, sean cargados y puedan partir si controles.

En febrero del 2016, la Federación Rusa entregó al Consejo de Seguridad de la ONU un informe de inteligencia que demostraba el apoyo del Estado turco al terrorismo islámico y, a pesar de ello, la UE continuó las tratativas con Ankara respecto a los refugiados, que se firmaron un mes después.

Una Europa asustada y débil se ha puesto de rodillas para negociar un poco de paz con el que quizás sea el más grande extorsionador de la historia; ya lo hicieron con Hitler y así les fue.

FUENTE: Guadi Calvo / Resumen Medio Oriente