¿Con qué frecuencia piensas en Selahattin Demirtaş? Es una pregunta que me vino a la mente después de que el máximo tribunal de apelaciones de Turquía confirmara la cadena perpetua sin libertad condicional para otro preso político de alto perfil en Turquía, el empresario y filántropo Osman Kavala. Demirtaş y Kavala tienen más en común que el hecho de estar encerrados de por vida por motivos políticos: el Estado está intentando que se hundan en el olvido. Tengan la seguridad de que eso no ocurrirá.
El diablo está en los detalles de la sentencia dictada esta semana por el Tribunal de Casación turco, que confirma la cadena perpetua agravada contra Osman Kavala y las largas penas de prisión impuestas a otros cinco activistas. Ahora que la sentencia es firme, el acceso de Kavala al patio de la prisión se limitará a una hora al día, ha declarado Milena Büyum, de Amnistía Internacional (AI).
Se le permitirán menos visitas: los abogados sin poder notarial ya no podrán visitarlo. En otras palabras, su contacto con el mundo exterior, que ya es muy limitado, será aún más, y gravemente restringido.
Oiremos menos de él. Pero de sus amigos, oiremos más. Algunos activistas fueron liberados, y uno de ellos dijo: “Dejamos atrás a nuestros seres queridos. Tenemos que sacarlos de allí inmediatamente”. La rabia, el amor y la dedicación en esas palabras son casi tangibles.
Compañeros
Hace tiempo que no sabemos nada de Selahattin Demirtaş. ¿Recuerdas lo activamente que utilizaba las redes sociales, especialmente Twitter, desde la cárcel, a través de sus abogados? En mayo de este año, anunció que se retiraba de la política activa. No indefinidamente, las palabras “en esta etapa” lo indicaban, pero ha estado en silencio desde entonces. Bien por Erdogan, se podría pensar, ya que quiere romper la conexión entre los líderes kurdos y el pueblo kurdo y mantenerlos encerrados es una manera muy eficaz de hacerlo. Esto se aplica no sólo a Demirtaş, sino también al líder del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), Abdullah Öcalan.
En cierto modo esa apreciación es correcta. Dejar que los opositores políticos y los defensores de la democracia y los derechos humanos se pudran en la cárcel y controlar totalmente la conexión que tienen con sus seguidores, da al Estado un gran poder. Pero hay un punto de inflexión. Hay un equilibrio entre intentar que el preso político sea totalmente ineficaz y hacer que sea más eficaz precisamente porque sigue encarcelado. Los presos dejan de ser políticos para convertirse en iconos.
Valor simbólico
Lo mismo ocurre con los efectos de otro castigo que los dictadores tienen a su disposición contra los oponentes políticos: la pena de muerte. En Turquía fue abolida, pero cuando Öcalan fue capturado en Kenia en el marco de una conspiración internacional y trasladado a Turquía en 1999, fue condenado inicialmente a muerte. Posteriormente, fue conmutada por cadena perpetua sin libertad condicional, pero tal vez el Estado no lo habría ahorcado aunque la pena de muerte siguiera existiendo. Porque condenar a muerte a opositores políticos, y especialmente a líderes políticos, no hace sino aumentar su valor simbólico para sus partidarios.
Demirtaş se está convirtiendo en un icono, un líder solidificado en lo que consiguió cuando aún estaba libre. Un símbolo de esperanza: su liberación significará que hay espacio para trabajar políticamente en la solución de la cuestión kurda. Öcalan se ha convertido también en un icono, en lugar de haberse hundido en el olvido, como le habría gustado al Estado. Es incluso más un icono que Demirtaş porque cuando sea liberado, no significará que haya espacio para el progreso político, sino que la cuestión kurda se ha resuelto democráticamente.
El Estado -no sólo Erdogan, sino también sus predecesores- ha encerrado a sus oponentes, pero con el tiempo el Estado en realidad se ha acorralado a sí mismo. Ya no pueden colgar a Kavala, Demirtaş, Öcalan y otros, no pueden liberarlos sin perder la cara, pero tampoco pueden mantenerlos encerrados para siempre, aunque sólo sea porque cualquiera de estas personas que muera en la cárcel provocará un inmenso alboroto que no podrán controlar.
Reflexiones
Entonces, ¿qué hacer? He comprobado lo que dijo Demirtaş al respecto en la entrevista en Artı Gerçek en la que anunció su retirada de la política: “La orden de liberarme ya ha sido dada (por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos –TEDH), supongo que esta orden sólo se aplicará el día en que se aplique la ley. Nuestra lucha determinará cuándo llegará ese día”.
Esta cita tiene tantas capas de verdad. Las penas de muerte, las largas condenas de prisión, pero también el exilio, son todos ellos reflejos de las injusticias cometidas contra el pueblo junto al que estos líderes luchan por la libertad. Y ninguno de estos castigos tiene el poder de detener esa lucha, del mismo modo que ninguno de estos castigos puede llevar al olvido. Los presos siguen siendo importantes participantes en la lucha. Hasta que se alcance otro punto de inflexión: la libertad.
FUENTE: Fréderike Geerdink / Medya News / Traducción y edición: Kurdistán América Latina
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