La danza kurda como resistencia: del govend al ballet

La cultura kurda no sólo es antigua y vibrante, sino que también alberga una variedad de elementos que muestran su complejidad y diversidad. Un poderoso ejemplo de esta diversidad es el dîlan (baile) kurdo, con sus numerosas variedades locales y regionales. Para muchos kurdos, la danza se considera la esencia de la identidad cultural y una parte fundamental no sólo para definir lo que significa ser kurdo, sino para preservar todo lo que ese legado conlleva.

Hay varios tipos de danza que representan el folclore y el patrimonio kurdos. Las danzas tradicionales son el Govend y el Helperkê. Estas danzas son interpretadas por un grupo de personas que se toman de la mano, sacuden los hombros y siguen movimientos de piernas organizados e intrincados, siguiendo un ritmo musical coherente. Sin embargo, debido al contacto con otras culturas, el pueblo kurdo es capaz de interpretar también otros destacados géneros de danza. Por ejemplo, la danza del vientre, que es una danza de Oriente Medio y del antiguo Egipto, es bastante popular, mientras que otros prefieren bailar ballet, que se remonta al Renacimiento en Europa.

En general, para el pueblo kurdo el baile es importante porque puede facilitar la armonía social, promover lazos comunitarios más allá de las fronteras que dividen Kurdistán, y traducirsus emociones de libertad, felicidad e incluso dolor en bellos movimientos rítmicos. La danza es una forma de autoexpresión cultural que sigue diferenciando a los kurdos de otros grupos étnicos y religiosos con los que coexisten. Los estudiosos afirman que: “La danza como forma de resistencia puede crear armonía social entre los miembros de un grupo y perturbar a los que no pertenecen a él. A menudo, los miembros del grupo de afuera son los que tienen el poder, mientras que los del grupo de adentro utilizan la danza para resistir, crear y ejercer su propia forma de poder”.

Quizá por ello, este elemento cultural kurdo, al identificar a los kurdos como separados, ha sido también fuente de opresión y marginación. Los kurdos representan y encarnan a la perfección la famosa frase atribuida a Emma Goldman: “Si no puedo bailar, no quiero formar parte de tu revolución”. El baile para los kurdos siempre ha estado presente de forma destacada, incluso en los periodos más dolorosos de su larga y trágica historia. A menudo se ve a los combatientes kurdos en primera línea representando sus aspiraciones de vida, esperanza, libertad y democracia a través de su Helperkê o Govend.

En este artículo, se ilustrará la importancia de la danza para el pueblo kurdo, desde la importancia cultural del Govend hasta el significado de la danza de ballet para las mujeres kurdas.

El eterno encanto del Govend

Al analizar el proceso de por qué surgió la danza en la cultura kurda, en primer lugar podemos interpretar que nació de ciertos factores psicológicos. Para los kurdos, el baile es un acto simbólico destinado a satisfacer aspiraciones como la identidad nacional, el patriotismo, la resistencia y la celebración del amor, la vida y la alegría. No obstante, también puede representar otras emociones como el dolor, la desesperación o incluso la pena durante los funerales de los mártires. En periodos de guerra y conflicto, la danza se utiliza como símbolo de identidad nacional y resistencia contra los opresores.

Siempre que hay una ocasión especial, los kurdos se unen y bailan Govend en grupo, con la posibilidad de que un individuo también baile solo para mostrar su talento ante el grupo. Bailar es algo inherente a la identidad kurda; incluso cuando una persona no sabe bailar, se espera que intente aprender los movimientos. Mis primeros recuerdos están llenos de imágenes de jóvenes mujeres y hombres kurdos aprendiendo los pasos para ser diestros en el Govend y preparándose para bodas o celebraciones.

Muchos amigos y parientes me han comentado que cuando bailan Kurmancî o Şêxanî (dos danzas kurdas) sienten que van más allá del tiempo y el espacio, volando con la música, mientras su corazón se llena de alegría. En las cuatro regiones de Kurdistán (Bakur, Bashur, Rojava y Rojhilat) hay cientos de danzas, y muchas derivan originalmente de un tipo de Govend, debido a su circulación entre las distintas ciudades y pueblos kurdos.

Las danzas kurdas también derivan de la energía de elementos poderosos de la naturaleza. Estos tienen un valor importante en Kurdistán, entre ellos el del fuego, las montañas, los ríos y el sol. Para los kurdos, reunirse alrededor de una hoguera e interpretar el Govend para celebrar el Newroz, por ejemplo, representa el orgullo por su herencia y el compromiso de honrar su identidad kurda. Además, los kurdos se caracterizan como personas de “sangre caliente”, que sienten que el calor de las montañas y el fuego, que viven y se encienden en sus cuerpos y almas cuando reflejan estas características bailando al unísono. El carácter comunitario de la danza kurda también es esencial en este caso. Los kurdos suelen bailar en grupo tomados de la mano o entrelazando los dedos, y creando círculos y semicírculos. Al final de la fila, una persona suele hacer girar un pañuelo, como si ondeara una bandera, para inspirar a los demás. Así, el Govend o el Helperkê ilustra también su identidad colectiva, sus valores compartidos y su cultura desafiante. Según Fernández (2002): “El Govend, al tener este poder conmemorativo, engendra un profundo vínculo entre su práctica y los miembros de la comunidad, apego del que da fe la intensidad del baile en las celebraciones nupciales”.

Bailarinas kurdas

Las mujeres kurdas han desempeñado históricamente un poderoso papel en la creación de la identidad cultural kurda y en la defensa de sus elementos más progresistas. Además de las cantantes, pintoras y bailarinas tradicionales kurdas, hay bailarinas que pretenden añadir a la cultura kurda un estilo de danza occidental. Con ello, pretenden rebatir la imagen estereotipada de que la cultura kurda se limita a sus propias características nacionales.

La princesa Leyla Bedirxanî (1903-1986) fue la primera bailarina kurda que actuó en prestigiosas casas de ballet y teatros europeos durante las décadas de 1920 y 1930. Procedía de la célebre familia Bedirxanî, una noble familia kurda que desempeñó un papel esencial en la preservación de la identidad y la cultura kurdas en Cizîre, Botan, en el Kurdistán septentrional (sureste de Turquía). Por ejemplo, los primos de Leyla, Mîr Celadet Bedirxanî y Mîr Kamîran Bedirxanî, se dedicaron al desarrollo de la lengua y el periodismo kurdos.

Leyla Bedirxanî nació en Estambul en 1903. Su padre, Abdürrezak Paşa Bedirxanî, fue activista kurdo durante el Imperio Otomano. Su madre, Henriette Hornik, era una dentista austriaca-judía de Viena. Su padre buscó el apoyo de la Rusia imperial porque Rusia, en ese momento, estaba tratando de establecer contacto con las comunidades kurdas en el Imperio Otomano desde la década de 1850 (Barbara Henning, 2018). El padre de Leyla acabó exiliándose a Trípoli (Libia) entre 1906 y 1910 debido a su activismo político. Más tarde, Leyla viajó con su madre a Egipto, donde creció en el palacio del Estado tributario del Jedive. Tras la Primera Guerra Mundial, Leyla ingresó en el prestigioso internado de Montreux, en Suiza, para proseguir su educación. Tras graduarse, estudió en una escuela de danza de Viena (Austria). En 1927 realizó una gira por Estados Unidos, y entre 1929 y 1930 se embarcó en giras europeas para actuar en los escenarios más destacados, como la Ópera La Scala de Milán (Italia) en 1932.

Leyla era famosa por su estilo oriental único en la creación de movimientos derivados de la perspectiva oriental de la danza. El público europeo quedó impresionado por su capacidad para combinar dos culturas diferentes en un espectáculo artístico asombroso. Leyla demostró su singularidad a través de su carisma personal y su contribución distintiva al arte del ballet. Se esforzó por romper los grilletes del exilio a través de su estilo sin precedentes y sus excepcionales habilidades en su carrera de ballet. Después de la Segunda Guerra Mundial, Leyla se convirtió en profesora de danza para niñas y abrió su propio estudio de ballet en París, donde siguió viviendo hasta su fallecimiento en 1986.

La carrera de Leyla ilustra un aspecto fundamental de la mentalidad clásica de la mujer kurda y su herencia cultural. Podría interpretarse que Leyla dio resonancia a las voces de las bailarinas kurdas en el siglo XX.

Hoy hay otras Leylas que aspiran a continuar su camino. Leyla Lois, de 33 años, es una poetisa kurdo-celta, bailarina y educadora de ballet afincada en Australia. En una entrevista reciente, declaró: “De adulta, disfruté mucho revisitando estas historias de mi infancia, el Rey Arturo y Merlín, Blodeuwedd, la bondad del búho, de mi lado galés y la leyenda de Shahmaran, diosa serpiente, de mi lado kurdo… Me inspira la fuerza y la belleza de mis culturas ancestrales, y muchas de estas leyendas afloran en mi poesía y coreografías”.

Un siglo después de que Bedirxan subiera por primera vez a un escenario, otra mujer kurda, Nazik Al-Ali, ha continuado su legado. Al-Ali, una bailarina kurda de 23 años de Qamishlo, en el Kurdistán occidental (noreste de Siria), fue noticia en todo el mundo cuando actuó en las calles vacías de esa ciudad durante la pandemia del Covid-19. Su mensaje era difundir la paz en tiempos de guerra. Su mensaje era difundir la paz en tiempos de miedo y desesperación a través de su ballet.

Nazik Al-Ali aspiraba a romper ciertos estereotipos predominantes en la sociedad kurda. Por ejemplo, quería desmentir el argumento de que las mujeres kurdas son introvertidas y están desconectadas de su cuerpo debido a una cultura conservadora de vergüenza y roles de género tabú. En su entrevista con Medya News, Al-Ali declaró que “a pesar de la guerra devastadora y la oscuridad creada por la pandemia mortal del coronavirus, mi mensaje desde ese baile fue un mensaje de paz y esperanza… Mi baile en las calles de mi ciudad fue con un vestido negro y en ausencia de la gente buena de esos lugares. Fue un grito de desafío de mi cuerpo y de mi alma para desafiar a los asesinos de la vida. Para devolver el alma a nuestras hermosas calles, para acabar con la guerra, la eliminación de la pandemia y ofrecer un poco de esperanza en la vida para superar las complejidades de la época”.

La actuación de Nazik en la calle fue un acto de rebelión contra la afirmación de que las mujeres deben permanecer “decentes” y no mostrar sus características y aspiraciones femeninas visibles en público, especialmente en movimientos de danza libres y sensuales como el ballet. En palabras de Martha Graham: “El cuerpo dice lo que las palabras no pueden”. Para la comunidad kurda, la danza es una de las pocas instancias en las que las emociones colectivas de dolor, alegría, esperanza y lucha se representan a través del cuerpo.

Nazik representa un ejemplo de las muchas bailarinas de todo el mundo que utilizan sus actuaciones para desafiar a los poderes sociales y políticos dominantes en el mundo. En Rojava, las YPJ (Unidades de Protección de las Mujeres) que luchan contra el ISIS en el frente, a menudo eran vistas bailando como una poderosa representación de su resistencia contra los puntos de vista extremistas de la organización terrorista, que las quería ocultas, envueltas, en silencio y sin ser vistas.

Bailar para ser vistas y oídas

En una línea similar, la conservación de las danzas folclóricas kurdas en la diáspora constituye un ejemplo del fuerte vínculo que el pueblo kurdo establece con su patrimonio cultural. Al transmitir las costumbres y creencias tradicionales de su cultura a las siguientes generaciones, la comunidad kurda de la diáspora asienta su presencia y la difunde en las comunidades de acogida.

Por ejemplo, como consecuencia de la emigración política kurda a Alemania, existe un festival anual llamado “Mîhrîcana Govendên Kurdistan”. Este festival tiene lugar cada año en una ciudad diferente de Alemania el fin de semana de Pfingsten (Pentecostés). La gente celebra en un desfile y hay un concurso de baile, que es el componente principal del festival (Habibe Şentürk, 2021). Estos festivales actúan como lugares de resistencia, comunidad y empoderamiento para las personas migrantes y desplazadas y las comunidades marginadas de la diáspora. Según Şentürk(2021), “el mîhrîcan, en este sentido, demuestra que el folclore también puede utilizarse como resistencia a los discursos hegemónicos y puede empoderar a una comunidad. El mîhrîcan es una forma estética de inventar colectivamente una tradición reutilizando tradiciones de la tierra natal. Al mantener unida a la primera generación y atraer a la segunda para que aprenda y practique las danzas de Kurdistán, el festival proporciona un espacio para la resiliencia de la comunidad”.

La danza es una herramienta importante para la capacitación colectiva, la unidad y la cohesión. En el ejemplo de los artistas afroamericanos, el activismo de la danza se ha convertido en un poderoso componente del movimiento Black Lives Matter. De ahí que los activistas y manifestantes hayan utilizado su danza como mecanismo para rebelarse contra las ideologías racistas. La danza como lucha contra las ideologías opresivas puede ser profundamente liberadora para una comunidad marginada y reforzar los límites de la resistencia tanto entre comunidades, cuerpos y valores como a través de ellos. Como ha afirmado Agnes de Mille, bailarina y coreógrafa estadounidense, “la expresión más verdadera de un pueblo está en su danza y su música. Los cuerpos nunca mienten”. Otros ejemplos de danza como resistencia incluyen la “Bomba”, que es una forma de danza y música originaria de Puerto Rico como resultado de la trata transatlántica de esclavos.

Del mismo modo, en la otra parte del mundo, muchas mujeres de Irán y del Kurdistán oriental ocupado luchan por bailar en público. Tras el asesinato de Jina Amini a manos de la policía de moralidad religiosa, muchas mujeres kurdas e iraníes han interpretado danzas y las han dedicado a las mujeres que luchan en Irán. Muchas de estas mujeres fueron detenidas simplemente por colgar en Internet fragmentos de sus actuaciones de danza, como la iraní Maedeh Hojabri, de 18 años.

Para los kurdos, la danza es un acto de libertad, autorrepresentación, identidad y amor propio. Sin embargo, muchas comunidades kurdas siguen profundamente arraigadas en valores culturales conservadores que niegan que las mujeres desempeñen un papel fundamental en la revitalización de la cultura física de una sociedad. Mediante la promoción de la danza en sus diversos géneros, incluido el ballet, las mujeres kurdas tienen acceso a una poderosa forma de autoexpresión que puede trascender sus miedos, incertidumbres y preocupaciones cotidianas. Sin embargo, esta perspectiva no está suficientemente extendida en la sociedad kurda y persisten muchas barreras culturales y patriarcales.

El filósofo alemán Axel Honneth (1995) destacó en su libro Strugglefor Recognition (Lucha por el reconocimiento) la importancia del amor propio y el respeto por uno mismo a través de la comprensión recíproca y el logro del reconocimiento de cada miembro en la sociedad. Según Honneth, el desconocimiento o la falta de reconocimiento es el origen de los conflictos sociales. Porque ser reconocido en la sociedad es ser reconocido por los miembros de esa sociedad como un individuo que tiene ciertas creencias, valores y tradiciones culturales. Cuando se margina y estigmatiza a un individuo en función de su género, cultura o tradiciones, simultáneamente se le está desconociendo y, en esencia, borrando y deshumanizando. De ahí que las mujeres kurdas, debido a los complejos factores geopolíticos e históricos a los que se enfrentan los kurdos, sean doblemente maltratadas y no reconocidas. Como acto de desafío y resistencia, las mujeres suelen bailar para liberarse de las presiones sociopolíticas a las que se enfrentan.

En la actualidad, muchos kurdos intentan romper con los estereotipos imaginarios que la comunidad internacional ha creado para definirlos. Por ejemplo, considerarlos una nación sin Estado, desplazados y privados de sus derechos, o una comunidad que carece de una identidad y una voz concretas y unificadas. Las atrocidades que han vivido los kurdos son innegables; sin embargo, su cultura, folclore y patrimonio son mucho más fuertes y grandes que las décadas combinadas de tragedias y violencia que han soportado. La danza ha sido para los kurdos un poderoso modo de resistencia, lucha y supervivencia. Mientras los kurdos puedan bailar, podrán resistir.

Referencias

-Fernández, S. I. (2022). The Commemorative Power of Govend Dances for a Kurdish Community in Transition. The World of Music, 11(2), 91–112. link

-Haider, A. (2018). The most Dangerous Dances in History. Published on 11.07.2018 for BBC.

-Hendricks, A. (2022). What is Dance Activism? Published on 07.07.2022 on JSTOR.link

-Henning, B. (2018). Narratives of the History of the Ottoman-Kurdish Bedirhani Family in Imperial and Post-Imperial Contexts Continuities and Changes.University of Bamberg Press Bamberg, 2018.Band 13 Bamberger Orientstudien.

-Honneth, A. (1995). The Struggle for Recognition: The Moral Grammar of Social Conflicts, MIT Press, 1995, Ch. VI.

-Kurdish Archive & Documentation Center (KADC), LeylaBederkhan.

-Ibrahim, I. (2021). Nazik Al-Ali resists terror and Covid-19 with ballet. Medya News. link

-Şentürk, H. (2021). The Politics of Dance and the Poetics of Space: Kurdish Dances in Germany. A dissertation submitted to the Institute of Cultural Anthropology/European Ethnology, Georg August University Göttingen. link

-Van Wilgenburg, W. (2021). Kurdish-Celtic ballet dancer finds inspiration in her ancient heritage. Kurdistan 24.

FUENTE: Wan Issa / The Kurdish Center for Studies / Traducción y edición: Kurdistán América Latina

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