La intención de este artículo es expresar algunas reflexiones sobre la violencia que, desde hace siglos, el patriarcado lleva ejerciendo sobre las mujeres; sin centrarse en estadísticas ni abundar en afirmaciones de filósofos, pensadores, voces aparentemente respetables que vuelcan sobre las mujeres mensajes que pretenden acallar sus voces y mantenerlas en una sumisión cada vez más difícil de ejercer.
La primera ruptura de género: el asesinato de la diosa
La violencia sobre la mujer es un privilegio de los hombres, una manera de mantener su poder a través del terror ante la resistencia de las mujeres.
La mitología da testimonio del inicio de la violencia estructural contra las mujeres con el asesinato de la Diosa Tiamat, el primer feminicidio y matricidio de la historia, teorizado por Abdullah Öcalan en el concepto de la Primera Ruptura de Género. El que exista este primer asesinato, manifiesta que no siempre ha existido esta violencia contra las mujeres. Es significativo que la diosa reciba tres heridas: en la cabeza, en el vientre, en la vagina. Más allá de la mitología, como mujeres ¿cómo podemos entender estas tres heridas sobre nosotras, individual y colectivamente? En la cabeza está nuestra capacidad de raciocinio; en el vientre nuestra capacidad de engendrar, en la vagina nuestra realidad sexual. ¿Quiere expresar este mito que el nuevo dios, el patriarcado, ha herido nuestra capacidad de pensar, de sentir, de engendrar? ¿Ha violado nuestros espacios de pensamiento, de vivencia, de sexualidad? ¿Y cómo se manifiesta esta violación de nuestros espacios vitales e intelectuales en los largos siglos, milenios, transcurridos desde esta primera agresión?
Los mitos no fueron escritos contemporáneamente a los sucesos que narran, no son una historia de hechos singulares que recogen y después reproducen testimonios contemporáneos, pero los podemos entender como reflejo de grandes cambios que se fueron produciendo y que -en su gran complejidad- se fueron narrando de manera literaria, creando poesía sobre estos acontecimientos, pero que no se recogieron en la puntualidad de una batalla, del triunfo de un rey, de la llegada de un nuevo pueblo, sino en el tiempo largo del que Öcalan habla a partir de las teorías de Braudel.
Es difícil saber qué ocurrió en cada momento concreto, pero todas guardamos en nuestra memoria ancestral que, en una época muy lejana, una diosa fue asesinada y todas nosotras fuimos asesinadas con ella.
Siglos después, en la mitología griega, encontramos innumerables casos de violaciones, encabezadas precisamente por el Dios principal, Zeus, que viola adoptando disfraces diferentes. En forma de lluvia de oro viola a Dánae, hija del rey de Argos; transformado en toro rapta a Europa, hija del rey fenicio, y que posteriormente se casa, con la aprobación de Zeus, con el rey de Creta. Bajo la forma de un cisne, seduce (qué eufemismo) a Leda, princesa etolia.
¿Podemos relacionar estas violaciones con las prácticas de los guerreros conquistadores, que se van uniendo con mujeres de los pueblos conquistados para gestar una nueva generación que legitime sus usurpaciones? Los matrimonios de los conquistadores con las hijas de los reyes derrotados se han producido a lo largo y ancho de la historia, con mayor o menor violencia.
Volviendo al asesinato de la diosa, estos mitos nos muestran el paso de una sociedad centrada en la madre y sus atributos a una sociedad patriarcal, motivado este paso por causas que no son objeto de este artículo.
Las violaciones de los vencedores o sus forzados casamientos con princesas del pueblo vencido generan una legitimidad de sus sucesores a gobernar, así como una huella genética. Los vencedores violan a las mujeres de los pueblos vencidos, lo que genera la humillación de los hombres a través de los cuerpos mancillados de las mujeres. ¿Pero qué genera esta violencia en las mujeres? La violación se produce en todas las guerras, es un arma más, una forma de dominar la sociedad y la tierra atacada, por la fuerte conexión que la mujer tiene con ellas.
La arqueología, los mitos, las leyendas, nos hablan del paso de una sociedad natural a una sociedad basada en la fuerza, la violencia, la opresión, que se inicia con la tres heridas de la diosa, pero se perpetua hasta nuestros días, ¿por qué?
El sufrimiento de las mujeres no está considerado. El patriarcado se asienta en el poder y se justifica desde el poder, un poder que necesita de la violencia para perpetuarse, para no ser cuestionado, un poder que se ejerce contra todo aquello que caracteriza a las sociedades igualitarias: los cuidados, la empatía, la capacidad de llegar a acuerdos satisfactorios para todas las partes, la gestión de lo común en beneficio de todas… De todos estos aspectos carecen el capitalismo y el poder.
La segunda ruptura de género: las religiones monoteístas
Asesinada la diosa, herida la mujer, se inicia un camino de desmantelamiento de todo lo que significa la herencia de la diosa. La triada clásica del paso del matriarcado al patriarcado -madre, padre/hijo- en la religión cristiana se convierte en padre, hijo y procreador/paloma.
Las religiones monoteístas legitiman el cambio de paradigma: el dios es ahora único y hombre, está exento al mundo que ha creado -a diferencia de la diosa, que era una con lo creado- y crea a través de la palabra (y dios dijo: hágase la luz, y la luz se hizo. Y el verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros: el verbo es la palabra, y el verbo encarnado es Jesucristo). La diosa pierde sus poderes, pero no su relación con las personas; por poner un ejemplo, las vírgenes de la religión católica, forman parte de las antiguas creencias que no han podido aniquilarse por completo, y que por tanto vienen de la línea que empieza con la diosa; es curioso el caso de la virgen del Rocío, en cuyo culto, muy popular, se producen escenas de gran violencia, protagonizadas por hombres jóvenes que literalmente luchan por llevar a la virgen en andas. Un culto en su origen popular que hoy en día ha sido arrebatado y alterado en su sentido original, convertido en carne de programas de televisión y pasarela de famosos a caballo.
Esta sería la segunda ruptura. Se asienta tanto el desprestigio de la diosa/mujer, que, en la religión cristiana, la madre de Jesús es virgen, concebida por una paloma (¿Otra metamorfosis de Zeus?) a través de la oreja, como si la herida en la vagina de la diosa todavía sangrara, o como si la mujer, ser inferior, no pudiera engendrar un ser superior.
La violencia contra la diosa abre la puerta y justifica todas las demás violencias: contra la naturaleza, contra las niñas, contra las personas diferentes al modelo estándar del sistema.
La filosofía incide aun más en esa imagen. La mujer es definida desde fuera por hombres que detentan el poder que les da su supuesta sabiduría. La mujer pierde la capacidad de definirse a sí misma; y por lo tanto, el conocerse a sí misma se convierte en una ardua tarea. Filósofos como Schopenhauer, o Freud, definen a las mujeres como seres enfermos, incompletos, masoquistas; conceptos que justifican todo tipo de violencia contra las mujeres, porque se lo merecen, o porque les gusta.
La violencia contra la mujer es física, y también mental. Es despojada de sus propiedades, de sus conocimientos, de su entidad. Hay dos casos muy diferentes pero paradigmáticos que redundan en la culpabilidad natural de las mujeres, y que ocurrieron en el estado español no hace tantos años: el asesinato de las tres niñas de Alcasser (Se lo merecían, afirmó un vecino del pueblo, por hacer autostop) y el terrible asesinato masivo en Puerto Hurraco, Badajoz, por parte de dos vecinos invadidos por un odio de años causado por problemas de derechos de propiedad (en este caso se culpó a las hermanas –mujeres- de los asesinos, por haberles incitado a realizar el crimen).
Milenios después del asesinato ritual de la diosa, las mujeres siguen sufriendo violaciones en el hogar, en la calle, por parte de familiares, amigos, grupos de jóvenes, por soldados no solo en la guerra, sino también por las tropas de pacificación (ante la pasividad de los organismo internacionales, que afirman que este “desahogo” masculino impide violencias mayores). ¿Por qué perviven estas violencias? ¿Son atavismos del patriarcado que, a medida que las mujeres avanzan en muchos ámbitos necesitan reafirmar su masculinidad dominante? (Como dijo el escritor Henry Miller: “La hombría hay que ganársela. Y se hace a través de la violencia contra la mujer”.) ¿La sumisión de la mujer ha sido “necesaria” para mantener el statu quo del patriarcado y del capitalismo? Violencia contra las mujeres, clasismo, racismo… son realidades que se mantienen a día de hoy, a pesar de siglos de teórico avance; pero como diría Öcalan, si partimos de métodos erróneos no podemos llegar a soluciones correctas.
Las resistencias
Pero siempre ha habido resistencias, las mujeres siempre han resistido, podemos sentir que hay un recuerdo, una huella de la diosa. Durante un tiempo se intentó buscar los ejemplos de artistas, reinas, escritoras, científicas que justificaran que las mujeres sí que habían tenido una presencia en la cultura, en las ciencias, etc.
Pero la resistencia no consiste tanto en buscar un espacio en la historia escrita por los hombres -historia política, del arte, de la literatura, etc.- a remolque de los parámetros masculinos, sino en recoger nuestra propia historia, desde nuestra propia sensibilidad, nuestros propios objetivos.
Siempre se ha producido una resistencia por parte de la mujer, a nivel individual y a nivel colectivo; resistencia armada y resistencia epistemológica.
De las mujeres de Chiapas a las kurdas, las mujeres organizan la resistencia y la defensa de un territorio, un territorio común que se defiende para el uso común, que se organiza desde la convivencia y la construcción de una vida libre -como el pueblo de las mujeres de Jinwar. Ancestralmente, las mujeres Munduruku, en la Amazonia brasileña, han defendido sus tierras, su lengua y su cultura del asedio de las empresas capitalistas de Occidente, que quieren esquilmar los recursos de la tierra en la que viven ellas y han vivido sus antepasados.
El genocidio cultural debilita a los pueblos. Como afirmaba una mujer de Munduruku, perder su idioma -hablado por muy pocas personas- es perder la herencia de sus antepasados. La falta de historia propia nos priva de referentes, de identidad, de las raíces que nos dan sentido. Si no conocemos nuestra historia no sabremos quiénes somos, y eso nos hace vulnerables.
Adenda
En el tiempo en espiral la violencia contra las mujeres parece perpetuarse desde el lejano día en que la diosa fue asesinada. La mujer necesita conocer su historia; no solo conocerla, sino escribirla, definirse ella misma y escribir la historia común de todas nosotras, en todas las épocas y en todos los espacios. Elaborar esa historia ignorada es dar un mayor sentido a nuestra vida, y elementos necesarios para defendernos de las agresiones del patriarcado; es importante además para todos los grupos que sufren también la violencia del estado y del capitalismo, y que han sido, igualmente, despojados de su historia. La historia no es la que se ha escrito desde la ciencia positivista, una disciplina impartida en la academia y viciada desde el principio; sino una historia que recoge las reinterpretaciones de los mitos, los cuentos, los restos arqueológicos, y de manera muy especial los testimonios directos de las personas.
FUENTE: Ana Arambilet / Jineolojî
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