La visita a Irak del Papa blanquea a la dictadura que abandonó a cristianos y yazidíes a merced del ISIS

Faltaban unas horas para la largamente esperada visita del Papa Francisco a Irak y la Región Autónoma del Kurdistán (5 al 8 de marzo pasados) cuando uno de los pocos partidos políticos asirios verdaderamente independientes (Hijos de Mesopotamia o, en siriaco, Abnaa Al Nahrain) emitía un comunicado en el que le recordaba al Pontífice que la postal idealizada que había pergeñado la administración kurda de Erbil -en manos de la dictadura tribal de los Barzani- respecto a la verdadera situación de los cristianos y del resto de la población se sostenía sobre patrañas. “La realidad actual de nuestro pueblo no es ese cuadro rosa que algunos beneficiarios del poder intentan dibujar. La realidad de nuestro pueblo es sufrimiento y este sufrimiento, agravado tras el derrocamiento de Sadam en 2003, afecta no únicamente a Irak, sino a la Región Autónoma del Kurdistán”, se aseguraba en el comunicado, al tiempo que se enumeraban los abusos cometidos por los gobiernos de Bagdad y Erbil, tanto contra la minoría asiria, como contra todos los pueblos de Mesopotamia.

“Una verdadera democracia abraza a todos los niños sin discriminación. La gente salió a la calle en muchas provincias iraquíes para exigir cambios y reformas y realizó enormes sacrificios, perdiendo una preciosa sangre”, añadía el texto en relación a los activistas árabes y kurdos asesinados o encarcelados por los dirigentes de las dictaturas a los que el Papá felicitó cordialmente.

En un tono más conciliador y diplomático, el vicerector de Relaciones Internacionales de la Universidad de Salamanca, el asirio de confesión caldea Efrem Yildiz, se dirigió también al Papa antes de su visita en una carta donde le recordaba que el bienestar de los cristianos dependía asimismo de unos derechos políticos que los gobiernos iraquíes ponen a menudo en entredicho. “Las Llanuras de Nínive son la última esperanza para implantar una autonomía regional que les permita organizarse como pueblo y vivir en paz con sus vecinos kurdos, yazidíes y árabes”, afirmaba Yildiz en el escrito. Y por si no quedaba claro, el hispano-asirio añadía a renglón seguido: “No basta con compadecerse de su delicada situación. Es necesario actuar políticamente a escala internacional para garantizar los derechos de esta gente olvidada por todo el mundo y Su Santidad puede desempeñar un papel crucial para garantizar la supervivencia de los asirios en su tierra”.

¿Qué es lo que se dirimía, en realidad, tras esas peticiones de los líderes cristianos? Lo que la intelligentsia de esa minoría se temía, y con fundados motivos, es que la visita del Pontífice sirviera para reforzar aún más las dictaduras bajo las que viven subyugados junto a sus vecinos yazidíes, árabes y kurdos. Y eso es exactamente lo que, de alguna forma, ha sucedido, lo que tampoco ha sorprendido a nadie, dada la larga tradición de colaboración entre las iglesias orientales y los poderes autoritarios de la zona. En su día, el patriarca caldeo de Bagdad mantuvo unas relaciones inmejorables con Sadam Husein, del mismo modo que el clero cristiano sirio confraterniza abiertamente hoy con el tirano sirio Bashar Al Asad.

Existe una especie de acuerdo tácito extensible también a los Barzani, de acuerdo al cual la dictadura ofrece protección para la libertad de culto a cambio de la sumisión que se niegan, sin embargo, a conceder los representantes políticos asirios de algunos partidos independientes como Zowa o el ya citado Abnaa Al Nahrain. En el Parlamento de Erbil, hay cinco asientos reservados para los asirios, pero se hayan ocupados por hombres de paja a sueldo de la formación de los Barzani, el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), que es el menos democrático de los partidos del Kurdistán, pese a que el nombre insinúe lo contrario.

En el fondo del debate subyacen igualmente las tensiones entre la curia de las tres iglesias principales por las que se reparten los cristianos orientales (Caldea de obediencia vaticana; la siriaco-ortodoxa y la del Este, estas dos últimas son autocéfalas) y los movimientos políticos nacionalistas asirios que defienden los derechos culturales y políticos de esa minoría. A menudo, unos y otros operan de espaldas, cuando no están abiertamente enfrentados. “Es probable que las iglesias hayan salido reforzadas, pero ha sido muy decepcionante que el Papa no aprovechara su presencia en la Región Autónoma del Kurdistán para hacer referencia a la violación de los derechos humanos o a ciertos problemas específicos de los asirios como el robo de tierras o el bombardeo de algunas zonas rurales cercanas a la frontera turca, responsabilidad directa de la Administración kurda de Erbil”, asegura un activista de Dahok, cuyo nombre prefiere mantener en el anonimato para preservar su seguridad.

En la prisión de Erbil se hacinan cientos de opositores, en su mayoría kurdos, por los que tampoco el Papa rompió una lanza durante su visita. Si bien Francisco hizo mención durante su encuentro en Nayaf con el ayatolá Ali Sistani a los problemas a los que los asirios hacen frente en los territorios chíitas administrados por Bagdad, el silencio fue absoluto en presencia de los kurdos. El Papa no solo omitió las críticas a ese régimen tribal sino que felicitó por su trabajo a los tres principales representantes de la familia Barzani -Masud, Masrur y Nechirvan- con quienes se reunió nada más aterrizar en el aeropuerto de Erbil.

Francisco aprovechó también su visita a los Llanos de Nínive para recalar en Bajdida o Karakosh, la mayor ciudad asiria ocupada por el Estado Islámico tras su ofensiva del verano de 2014. A las autoridades kurdas se refirió literalmente como “protectoras de cristianos”, pese a que fueron justamente sus Peshmerga (fuerzas armadas), quienes, primero, desarmaron y más tarde, abandonaron a su suerte a los yazidíes de Shengal y los asirios de esa ciudad. En otras palabras, los supuestos protectores de los desplazados fueron quienes provocaron los desplazamientos.

“Me pregunto si el Papa tenía alguna idea de qué significa en realidad el regalo que le hicieron durante su estancia en Bajdida (Karakosh) o si sabe quiénes somos, más allá de la mera etiqueta de cristianos de Oriente Medio”, asegura el asirio de Chicago Alen B., en relación a la ofrenda que le realizó un representante de la comunidad local. El regalo en cuestión era un escudo donde podía verse un lamasu o león alado a los que los antiguos asirios confiaban la protección de sus ciudades, junto a una bandera de Beth Nahrain, o la Tierra entre dos ríos (Mesopotamia). Ambos son elementos icónicos del movimiento político que representa a los asirios ajenos a cualquier símbolo de carácter religioso.

Es un hecho probado e incontrovertible que los desplazados cristianos que supuestamente acogieron los Barzani en el Kurdistán tuvieron que salir huyendo justamente por culpa de las decisiones adoptadas por su dictadura, que no dudó en sacrificarles, lo que permitió que el Daesh conquistara Bajdida con media docena de vehículos y sin ninguna resistencia.

Claro que su responsabilidad directa en el destino del pueblo asirio no termina ahí. Según Abnaa Al Nahrain, son precisamente los Barzani los culpables del contexto de impunidad que ha permitido el sistemático robo de tierras asirias en valles como Barwari o Nahla. Estas mismas áreas, últimos reductos enteramente cristianos en Irak, son golpeadas con regularidad por los bombardeos aéreos de los turcos, con los que los líderes tribales mantienen unas relaciones excelentes. Gracias a los acuerdos con Ankara, se crearon también las condiciones para la creación de bases militares turcas desde donde, so excusa de combatir al PKK, se organizan operaciones militares cuyas principales víctimas son los civiles kurdos, yazidíes y asirios.

Es justamente la lucha contra esa guerrilla socialista uno de los principales problemas que comprometen hoy la supervivencia de la minoría asiria, no solo en Irak, sino en las vecinas Irán y Turquía, donde la dictadura islamista de Erdogan está retroalimentando un clima de abierta intolerancia y hostilidad hacia las minorías.

Un mes antes de que el Papa Francisco visitara Irak, varios medios europeos se hacían eco de una de esas noticias que llaman la atención con regularidad acerca del desprecio de las autoridades de Ankara para la herencia armenia de Turquía. En esta ocasión, se denunciaba que un mercader local había organizado una fiesta-barbacoa en una iglesia situada en el pueblo de Germus, doce kilómetros al noreste de la bíblica Edesa (Urfa).

Que los lugares de culto cristianos (a menudo, joyas antiquísimas de un valor histórico incalculable) sean profanados o simplemente devastados y saqueados por buscadores de tesoros es una práctica común en el sureste de Anatolia y, muy especialmente, en torno al lago Van y la ciudad de Mardin.

Antes del genocidio cometido por los otomanos contra la población cristiana durante la Primera Guerra Mundial, la primera de esas zonas estaba habitada por miles de armenios, mientras que los llamados Montes de los Siervos de Dios (Tur Abdin, en turoyo, una variante montañesa de la lengua siriaca) estaban mayoritariamente habitados por cristianos de etnia asiria y de confesión siriaco-ortodoxa o jacobita.

Quedan todavía hoy unos pocos miles de asirios en ese territorio. Ellos son, de hecho, los últimos descendientes de los supervivientes del llamado Seyfo o Año de la Espada (1915). A decir verdad, que un mercader organice una barbacoa en una iglesia es el menor de los males posibles que a menudo afrontan los asirios y los armenios en la Turquía de Erdogan. A finales del pasado mes de enero, se celebró una audiencia en un tribunal de Mardin (Turquia) en el contexto del proceso que se sigue contra un monje, Sefer Bileçen. El religioso asirio podría ser condenado a quince años de prisión por ofrecer un pedazo de pan a un kurdo que llamó a sus puertas y que, según la policía turca, resultó ser un miembro del ilegalizado PKK.

Meses antes, la alcaldía metropolitana de Estambul bautizó un parque de la ciudad con el nombre de Hüseyin Nihal Atsiz, uno de los más prominentes simpatizantes turcos del nazismo, además de un reputado intelectual de la ideología panturanista que en su día desembocó en el genocidio armenio-asirio y que hoy sirve para apuntalar emocionalmente la represión del pueblo kurdo.

Una parte muy significativa de quienes lograron escapar a las bayonetas otomanas terminaron por hallar refugio al otro lado de la frontera iraquí. Y esos son justamente los cristianos asirios a los que el Papa ha visitado. “Su presencia ha llenado de alegría y esperanza a todo el mundo”, asegura Athra Kado, un maestro de siriaco de Alqosh (Irak) y antiguo comandante de la milicia asiria NPU. “Sin embargo, hasta donde yo sé, no ha habido una implicación política por parte del Vaticano. Solo consejos y afirmaciones para pedir la paz, la coexistencia y el fin de la corrupción”. Para muchos, la visita ha sido insuficiente y muy decepcionante.

FUENTE: Ferran Barber / Público

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