Rojava: A nuestras 13 Rosas

Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brissac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Leffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García, Luisa Rodríguez de la Fuente.

(Las 13 Rosas militantes de Juventudes Socialistas Unificadas, asesinadas el 5 de agosto de 1939 en Madrid, en el ocaso de la Guerra Civil Española a manos de defensores del régimen fascista de Franco).

Amara Renas, Amara Jiyanda, Eqide Usman, Hevrin Khalaf, Nergiz Sewis, Zin Kobane, Ceren Gunes, Dilvin Qamislo, Aynur Ada, Hezil Orhan, Norsin Qeremax, Viyan Soran, Delila Ararat.

(13 compañeras mártires, caídas en la defensa de los pueblos de Rojava desde que empezó la ofensiva del Estado fascista turco el 9 de octubre de 2019).

La historia está marcada por aquellas que, paso a paso, construyeron el camino de la resistencia, de los logros, de las derrotas. Los cánticos revolucionarios en cualquier lengua nos conducen a entender lo que fueron las trincheras, los momentos de lucha, el compañerismo y la valentía de los que llenan las páginas de los libros de historia, esas que nos siguen llenando de esperanza. Nos enseñan que la lucha fue y es preciosa, pero que también significa sangre y tener que levantar ataúdes donde descansan los cuerpos de nuestras infatigables compañeras. Y digo cuerpos, porque sus almas son las que siguen impregnando nuestros pasos, amaneceres y anocheceres cavando túneles y levantando barricadas en pueblos y ciudades.

Hace poco tuve que cargar a mis espaldas el ataúd de una de mis compañeras. Sentí que algo me iba a unir para siempre con las que levantaban conmigo esa caja de madera, envuelta en flores y banderas. Sentí que juntas era como si la estuviéramos levantando directamente a ella, como si de alguna manera estuviera caminando entre nosotras, y nosotras la estuviéramos acompañando. Encontré en sus miradas odio, refugio, afinidad, pero también amor.

El camino a Derik fue largo. Paramos a beber un café rápido. Algunas compañeras también estaban de camino, y recuerdo que cada vez que sonaba el teléfono me saltaba el corazón: “que nadie llegue tarde…”, me repetía a mí misma. Nerviosa e ilusionada de poder encontrarme con compañeras que no había visto desde el inicio de la guerra. Y así llegamos al hospital de Derik. Pude reconocer las caras conocidas de compañeras y compañeros. A algunos los había visto antes de que explotara la guerra, con algunos sólo había compartido cortas conversaciones, y con otros había compartido el frente en la batalla en Serêkaniyê. Nos fundimos en mil abrazos, y cada vez que abrazaba a cada una de ellas, tenía que hacer esfuerzos por no romperme en mil pedazos. Entré en esa gran sala, donde descansaban los cuerpos de 14 mártires, 14 compañeros caídos en la lucha contra la invasión turca. No lo sabía, pero allí también descansaban los cuerpos de los compañeros con los que había compartido pocos días antes en la línea del frente alrededor de la ciudad de Til Temir. Fuimos duramente atacados y bombardeados por drones turcos, y en una de estas noches perdimos a nueve compañeros y compañeras. Estaban allí, cogí sus fotografías de recordatorio y abracé fuertemente a los compañeros de las YPG, mientras me hacía prometer a mí misma seguir luchando hasta que el corazón se me pare, igual que me enseñaron estas compañeras. Hasta el final.

Busqué entre la multitud donde ella se encontraba. Y la encontré. Los féretros de las dos compañeras mujeres lideraban la habitación. Se rompía el silencio entre lágrimas y gritos de venganza y resistencia. No podía creerlo. Sus fotografías en los ataúdes, las flores que rodeaban la madera y nosotras al lado de esas cajas, mirándonos, diciéndonos sin palabras que de ahora en adelante íbamos a luchar más fuerte y a cuidarnos más unas a otras. Y más compañeras seguían llegando. Más abrazos, más cánticos, y más amor que éramos capaces de darnos. O eso era lo que yo quería compartir… pero a veces no podía. En el intentar serenarme y fortalecerme, cogía las manos de mis compañeras mientras dentro de mí se repetía “ni una más, ni una más…”. La rabia circulaba por mis venas y entonces podía sentir el coraje de las compañeras caídas, aunque luchaba por encontrar el mío en esos momentos. En estos instantes son en los que te reafirmas en la lucha, son estos recuerdos los que te devuelven el coraje para continuar hacia adelante. Quien apuesta por defender la vida, por luchar, paradójicamente, se enfrentará con la muerte, porque es lo duro y lo precioso de la resistencia, de la decisión de luchar, de no poner tiempo límite ni precio a las cosas… Todo o nada.

Y con estos pensamientos cogíamos entre la multitud y cargábamos en nuestros hombros el ataúd de nuestra compañera. Y lo sentí dentro de mi corazón, “şehid namirin”, los mártires nunca mueren. De veras… lo sentí más fuerte que nunca. Rodeadas de banderas, cánticos y compañeros, pusimos con delicadeza el ataúd dentro del coche. Nos apelotonamos todas dentro también, abrazándonos, cerca de ella, rumbo al Şehid Like (Cementerio de los Mártires), donde otras veces había ido a visitar a los mártires que allí descansaban. La ceremonia fue masiva, cientos de personas se movilizaron para rendir homenaje a los defensores del pueblo de Rojava. Delante de las luchadoras, familiares y compañeras reuníamos un minuto de silencio, y recordábamos que probablemente ésta no sería la última vez que nos encontraríamos allí. Y yo, con la cara cubierta con un pañuelo de color verde, me daba cuenta de que la lucha por la libertad de este territorio es el más vivo ejemplo de las historias que mis abuelas me explicaban de la Guerra Civil española, de los dos bandos, de la defensa bajo las piedras, de los libros que leíamos sobre los Maquis en las montañas, de todos los grupos que se organizaron alrededor de Catalunya y la península, del exilio, la cárcel y la muerte, el frente de Aragón, de las 13 Rosas militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas y asesinadas por fascistas, del inmenso rol de las mujeres en cada guerra y del paso hacia adelante por el fin de la opresión.

Y mientras cubríamos con tierra los ataúdes de los 14 compañeros, reconocí entre la multitud a compañeras internacionalistas de mi tierra, que tanto deseaba poder abrazar. Esperaron hasta que acabamos de enterrar a los compañeros. Las miraba y pensaba que para mí: ellas son estas 13 rosas, nuestras 13 rosas. Mujeres que se han unido a la lucha contra el poder, que han decidido también estar aquí al lado de las mujeres kurdas, árabes, yazidíes, armenias… en la defensa de esta vida, cultura e historia que demasiado nos recuerda a la que vivieron nuestras madres y abuelas. Dictadura fascista, donde nuestra lengua y cultura estaban prohibidas, donde las mujeres eran destinadas a no salir de casa, donde grupos en la clandestinidad organizaban armas e imprimían panfletos para propagar la resistencia.

En este territorio nos encontramos. Rodeadas de valientes mujeres que se unieron a la lucha. Que trabajan duro para construir una sociedad democrática, que el andar de sus pasos las hace a todas y a cada una necesarias para ésta y todas las luchas de este mundo. Cuando el poder se alza para aniquilar la autonomía de los pueblos oprimidos, en la primera línea de defensa, allí estarán en cada lugar, de diferentes culturas y procedencias, pero allí estarán… las 13 Rosas, porque la historia se repetirá en cada rincón donde haya voluntad y decisión de cambio.

Y cogí el último puño de arena y lo puse con cuidado para plantar las flores que quedaban en la tumba cerca de su fotografía. Miré a mí alrededor: aún quedaba gente sentada cerca de los otros compañeros caídos, encendían velas. Atardecía, el sol se escondía entre las montañas. Las volví a mirar, mis 13 Rosas seguían allí, acompañándonos las unas a las otras; esta vez todas pensábamos lo mismo: “ni una más, ni una más…”. Pude entender por qué nosotras no nos fuimos cuando empezó la guerra y por qué muchas otras volvieron. El significado de la vida va de la mano de la libertad, y aunque quizás nosotras no vamos a poder verla, las que vengan detrás nuestro la verán… eso sí… la verán si ahora luchamos y nos organizamos para construir la base para un futuro alejado de totalitarismos, patriarcado, fascismo y capitalismo. Si no es ahora, ¿cuándo? Si no es para una vida colectiva, ¿para qué?

Por esta misma razón, enterrar a las compañeras que han caído en la lucha es una manera de hacer más larga y perpetua su luz. Esa luz que nos ilumina en los siguientes pasos, para seguir defendiendo la revolución de Rojava, y todas las revoluciones que están por venir, y para acoger los siguientes corazones revolucionarios que están por nacer. Mientras tanto hay que seguir… hay que seguir con fuerza construyendo y cavando trincheras en cada pueblo, en cada ciudad, en cada mente que despierta.

Y sucederá lo que nuestro enemigo más teme, que la muerte no nos va a asustar más, porque el recuerdo de la valentía puede contra cualquier muro de hormigón que quieran construir para separarnos las unas de las otras. Y más Rosas florecerán en cada montaña, en cada valle, en cada vientre revolucionario, en cada grieta entre el asfalto… Y la historia de la resistencia seguirá empujando, en el Kurdistán, en Catalunya, en México, en la India, en Chile, en África… donde sea que esté nuestro enemigo, lo cubriremos de rosas, porque cada rosa tiene sus espinas. Y como escuché en una canción revolucionaria hace mucho tiempo atrás: “Ir contra viento y marea, nunca será un sacrificio”.

FUENTE: Emma Sabater / Buen Camino / El Salto Diario