Talibanes sí, kurdos no

Desde que los talibanes retomaron el poder en Afganistán, el cruce de opiniones, hipótesis, teorías, y hasta festejos por la retirada de Estados Unidos del país, se vienen sucediendo de forma casi interminable.

Ayer, el movimiento Talibán dio a conocer a sus primeros líderes estatales y ministros. La vieja guardia que en la década de 1990 aterrorizó a los afganos y a las afganas, está de vuelta. Y nadie parece conmover que dirigentes denunciados por crímenes de guerra, las más diversas violaciones a los derechos humanos, y el saqueo de un territorio, ahora se designen entre ellos para llevar las riendas del país.

Para dar un solo ejemplo: el nuevo ministro del Interior es Sarayuddin Haqqani, líder de la conocida Red Haqqani, un grupo aliado a los talibanes. La Red Haqqani –designada como “terrorista por Estados Unidos- está implicada en algunos de los más sangrientos ataques perpetrados en Afganistán en las últimas dos décadas. El mismísimo Sarayuddin Haqqani se encuentra en la lista de búsquedas internacionales de criminales del FBI.

Cuando los talibanes tomaron el poder en Kabul, su promesa más repetida fue conformar un gobierno inclusivo, amplio, que reflejara la diversidad étnica y religiosa de Afganistán. Por supuesto, esa postura pública –enmarcada en la “moderación” de los seguidores del Mulá Omar para este nuevo período-, ya duerme en el cajón de los recuerdos. Ni qué hablar que ni una sola mujer integrará, nunca, el flamante gabinete talibán.

En algunas universidades afganas, los talibanes ya comenzaron a aplicar sus políticas represivas, justificadas en una interpretación del Islam que es rechazada por gran parte de la comunidad musulmana internacional. En los centros de estudios los alumnos fueron separados de las alumnas con cortinas. Además, desde hace dos días hay protestas encabezadas por mujeres en algunas ciudades del país. Los reclamos son básicos: que se respeten sus de derechos. Los talibanes se encargaron de reprimir cada una de estas protestas.

La “normalización” del régimen talibán tiene responsables: Estados Unidos, China, Rusia, la Unión Europea y potencias regionales como Pakistán, Arabia Saudí, Turquía e Irán. Por estos días, cada uno de los gobiernos de esos países se encuentra en diálogo directo con los talibanes. ¿Qué discuten? ¿Sobre la protección de los derechos de las mujeres? ¿Sobre el cuidado de los niños y las niñas que crecen en un ambiente de pobreza y violencia? O, tal vez, ¿sobre el futuro del país en el marco de la democracia y la libertad? Nada de eso. Discuten cómo hacer que la Rueda Gigante del Dinero siga girando. Y también, planifican como sostener a un régimen que entre 1996 y 2001 redujo a Afganistán a escombros. Las riquezas del territorio, el “gran juego” en Medio Oriente y la supervivencia del capitalismo –ya sea del Tío Sam, del nacionalismo ruso o de los herederos cínicos de Mao Zedong-, son sólo algunos puntos que permiten que el movimiento talibán -el mismo que la propaganda occidental se encargó de condenar al más profundo subsuelo del infierno-, ahora se presente como la única opción “viable” para Afganistán.

En el otro extremo de Medio Oriente, la realidad en el terreno es diferente. En Rojava (Kurdistán sirio), desde el 2012  los pueblos que habitan esa región, encabezado por los y las kurdas, construyen una sociedad inclusiva, respetuosa de las nacionalidades y religiones, donde las mujeres son el eje sobre el que giran los cambios sociales.

El atrevimiento de los pueblos kurdo, armenio, asirio, turcomano y árabe de Rojava, les cuesta vidas todos los días. Ante el cerrado silencio internacional con lo que sucede, el gobierno del presidente turco Recep Tayyip Erdogan no tiene ningún reparo en ocupar ilegalmente territorios, como los son las regiones de Afrin, Jarablus, Serekaniye y Al Bab. Donde el Estado turco pone un pie, comienza un plan sistemático de saqueos, asesinatos, secuestros, turquificación de la sociedad, desplazamientos forzosos masivos y cambio demográfico.

En Rojava, 11.000 pobladores entregaron sus vidas en las filas de las autodefensas (YPG/YPJ y en las Fuerzas Democráticas de Siria –FDS-), para derrotar militarmente al Estado Islámico (ISIS). En esa región, en apenas 10 años se crearon universidades, casas de las mujeres (Mala Jin), se pusieron a producir tierras ociosas, se conformó una Administración Autónoma (AANES) en donde sus órganos de dirección son precedidos por un hombre y una mujer, y se propuso, una y otra vez, un plan de democratización de toda Siria, respetando siempre la unidad territorial del país.

Es verdad que la AANES –que ya tiene tres años de funcionamiento- mantiene relaciones con Estados Unidos y Rusia. Pero esas relaciones son apenas una formalidad con la cual se intenta detener el avance desbocado de Turquía sobre la región. Hasta ahora, ni Washington ni Moscú se interesaron demasiado por el futuro de Rojava. El interés real de estos dos actores en mantener lo más cerca posible a Turquía. Y si eso significa mirar para otro lado cuando Erdogan ordena bombardeos masivos contra las poblaciones civiles, los presidentes de Estados Unidos y Rusia son los primeros en contemplar, en silencio, las muertes de hombres y mujeres que apuestan por una sociedad más justa.

Otro ejemplo del “gran juego” en Medio Oriente. En los últimos cuatro meses, los bombardeos de la aviación turca en Rojava y Bashur (Kurdistán iraquí) asesinaron a 30 civiles, entre los cuales hay siete niños y niñas. ¿Alguien escuchó las voces indignadas de los presidentes de Estados Unidos, Rusia o China? ¿Alguna monarquía del Golfo Pérsico o desde la República Islámica de Irán demandaron, al menos, un poco de mesura al mandatario turco? ¿El establishment que dirige Naciones Unidas habrá escuchado, al menos de lejos, el sonido de las bombas turcas que caen, una tras otra, en territorio kurdo?

Los proyectos del Afganistán de los talibanes y de Rojava son totalmente antagónicos. Por ahora –y por mucho tiempo más-, los líderes que gobiernan el mundo prefieren la real politik, que los talibanes parecen dispuestos aceptar. Del otro lado, los pueblos de Rojava siguen empecinados en construir otra sociedad más humana, democrática e inclusiva. Esta realidad que ya tiene una década, lo único que recibió de forma constante es la indiferencia de las potencias mundiales o, todavía peor, las bombas que lanza Erdogan y nadie quiere escuchar.

FUENTE: Leandro Albani / La tinta

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