Un presidente radical para un Irán que busca una entente con Occidente

La carrera del nuevo presidente electo de Irán, Ebrahim Raisí, que tomará posesión en agosto, se ha caracterizado por una consistente obediencia a sus superiores, y en los últimos años en concreto al líder espiritual Ali Khamenei, quien le ha dado el impulso necesario para vencer en las elecciones celebradas el pasado viernes.

Para numerosos analistas, la presidencia del país es la última etapa que le aguarda a Raisí antes de convertirse en el próximo líder espiritual de la revolución islámica en sustitución de Khamenei, que tiene 82 años, cuando llegue el momento oportuno.

Naturalmente, la cuestión central en este momento son las negociaciones sobre el programa nuclear que se desarrollan en Viena con la vista puesta en la restauración del acuerdo que firmó Barack Obama en 2015 y que dos años después abandonó unilateralmente Donald Trump.

El acuerdo fue aceptado universalmente con la excepción de Israel. El entonces primer ministro Benjamín Netanyahu se enfrentó abiertamente a Obama y prohibió a todos sus ministros y altos funcionarios que hablaran de esta cuestión con sus interlocutores estadounidenses, una prohibición que este fin de semana ha cancelado el nuevo primer ministro Naftalí Bennett.

Aunque no está clara la posición de Raisí en esta cuestión, lo previsible es que siga las instrucciones del ayatolá Khamenei, lo que significa que no habrá cambios sustanciales en las negociaciones salvo que los americanos, por algún motivo, modifiquen sus planteamientos, algo que en estos momentos no parece probable.

En cualquier caso, el gobierno saliente de Hassan Rouhani seguirá negociando en Viena durante las próximas semanas, y algunos expertos señalan que existen muchas posibilidades de lograr un acuerdo antes de agosto, cuando Raisí asumirá formalmente la presidencia.

Raisí, de 60 años, a quien, a diferencia del moderado Rouhani, se considera un conservador riguroso, tendrá que diseñar una política exterior que tendrá una gran influencia en los acontecimientos de Oriente Próximo en los próximos años.

En la región existen divergencias en cuanto a cómo será esa política. Mientras algunos expertos indican que necesariamente constituirá un endurecimiento de su implicación en distintos conflictos, desde Siria a Yemen, otros consideran que la política de Teherán se mantendrá como hasta ahora dado que seguirá estando diseñada por Khamenei, y Raisí, cuyo cargo es principalmente simbólico, tendrá que obedecer sus directrices.

Israel continuará fomentando la discordia, pero existen dos elementos novedosos respecto a la última década. Por un lado, el cambio de gobierno en Israel y por otro lado el reciente cambio de administración en Washington. Países como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, que han buscado el enfrentamiento con Irán a la sombra de Israel, parecen haber entendido que el nuevo inquilino de la Casa Blanca quiere reconducir la situación.

Hay que señalar que Raisí ha sido elegido en las elecciones que han tenido una menor participación desde que se estableció la república islámica en 1979, un hecho significativo que muchos atribuyen a las dificultades que han tenido algunos precandidatos moderados que han sido apartados de la carrera electoral.

También hay que consignar que los iraníes han comprobado que no existe ninguna diferencia entre la elección de un presidente moderado como Rouhani, o la elección de un presidente radical. En ambos casos, Occidente se comporta de la misma manera, de modo que pocos iraníes esperan que las duras sanciones económicas impuestas por Trump y que está pagando el conjunto de la población, desaparezcan por arte de magia de la noche a la mañana.

Es posible que la victoria de Raisí, y el relevo de Rouhani, refleje el cansancio de Khamenei con un Occidente del que no puede esperar nada bueno, o que tenga que ver con el deseo de erradicar o controlar la influencia de Occidente en una sociedad encorsetada por el peso de la religión oficial, una circunstancia que no todos los iraníes aceptan de buen grado.

Las relaciones con Irak, un país de mayoría chií al igual que Irán, son cruciales para Teherán, y no se espera que haya cambios sustanciales. Irak es uno de los principales socios comerciales de Irán, pero además existe una amplia sintonía en cuestiones políticas a pesar de la injerencia de Estados Unidos, especialmente durante la época de Trump.

En cuanto a Siria, Raisí ha expresado en más de una ocasión su opinión de que el gobierno del presidente Bashar al Assad es uno de los principales aliados de Irán, y es necesario sostenerlo frente a los grupos rebeldes que han contado y cuentan con el apoyo de los enemigos de Irán. No sorprende por lo tanto que el primer líder en felicitar a Raisí por su victoria fuera Assad.

Una caída de Damasco representaría un duro golpe en sí mismo y también porque Siria es un apoyo esencial para el frente que las milicias libanesas chiíes de Hezbolá tienen abierto con Israel. Algunos observadores estiman que Irán ha invertido 16.000 millones de dólares en Siria, y no solo en el área militar, desde el inicio de la guerra civil en 2011.

La política iraní que han declarado sus líderes tradicionalmente no contempla la injerencia en los asuntos internos de los países de la región, incluido Yemen, pero sí prevé la defensa de las bolsas de minorías chiíes históricamente marginadas, puesto que esto se considera en Teherán política interna, especialmente debido al aislamiento internacional que sufre el país.

FUENTE: Eugenio García Gascón / Público

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