La guerra contra las mujeres en el sur de Kurdistán

El 7 de marzo de 2022, a pocas horas del inicio del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, se produjo otro feminicidio en Erbil, capital del Kurdistán del Sur (Bashur, norte de Irak). Iman Sami Maghdid, de 20 años, también conocida como María, fue asesinada a sangre fría. Varios disparos acabaron con su vida; presumiblemente, su hermano y tío estaban detrás de esto.

El público kurdo de Bashur comenzó las ceremonias del Día Internacional de la Mujer con noticias más impactantes, como parte de una serie de crueles asesinatos de mujeres desde principios de 2022. Como si la noticia del asesinato y de los perpetradores, que en muchas ocasiones huyen, no fuera suficientemente mala, todo tipo de partidos políticos y personalidades aprovecharon este día como una oportunidad para anunciar su supuesto compromiso con el tema de la liberación de la mujer. Desafortunadamente, no son más que lugares comunes, lo que quedó claro en el hecho de que en la noche del 8 de marzo se transmitió una entrevista de radio por la que es una de las más grandes emisoras, K24, donde el hermano y asesino de María pudo explicar el motivo de su asesinato a sangre fría durante casi 15 minutos, sin censura y sin críticas, mientras aún estaba prófugo.

El video fue eliminado solo después de una protesta pública, pero eso no ayudó.

Durante todo el 8 de marzo, los comentarios de las redes sociales estuvieron inundados de personas que, como siempre, aprobaron el asesinato. Circulaban viejas fotografías de María, en las que aún vestía hiyab, y la gente comentaba: “Mira, esto es lo que pasa cuando dejas la fe”, ya que muchos especularon que María se convirtió al cristianismo. Se difundieron mentiras y calumnias sobre ella, y hombres y mujeres se lanzaron a una competencia para ver quién podía culparla más por su asesinato. Para el 9 de marzo, el hermano fue encontrado en Kirkuk y detenido, pero hasta entonces gran parte del público kurdo ya había assinado post mortem a María.

El tratamiento de los medios kurdos y el público sobre otros casos de misoginia y feminicidio en los últimos meses, tampoco ha mostrado remordimiento ni respeto por los valores éticos. Por ejemplo, cuando la mujer trans Doskî Azad fue asesinada el 5 de febrero por su hermano y se deshizo de ella en las montañas de Duhok, muchos encontraron el caso como un incidente divertido, bromeando al respecto y faltando al respeto de la peor manera. En los artículos, la llamaron repetidamente con pronombres incorrectos, un “hombre maquillado”, e incluso se compartieron fotos de ella antes de su transición. Su asesino ni siquiera ha sido capturado todavía y se supone que se esconde en Alemania.

Según diversas organizaciones, el número de feminicidios en 2022 fue de 15, pero el número de casos no denunciados es mucho mayor. Por ejemplo, cuando mujeres de familias poderosas son asesinadas por miembros de su propia familia, se logra mantener en secreto, y el soborno suficiente a las autoridades involucradas pone un velo de silencio sobre sus casos. Entonces, la iniciativa del viceprimer Ministro del Gobierno Regional de Kurdistán, Qubad Talabani, de que las víctimas de feminicidio nunca más puedan ser enterradas sin una lápida inscrita es buena. Eso presupone que las mujeres asesinadas estén incluso registradas como víctimas de feminicidio y que sus familias permitan que se muestren sus nombres.

Las mujeres trabajan como los hombres pero también hacen el trabajo de cuidado

Sin embargo, la guerra contra las mujeres comienza mucho antes del delito de feminicidio. El feminicidio es solo la punta de un gigantesco iceberg de explotación social y capitalista de las mujeres en Kurdistán. Mientras que en los modelos familiares de la época, los hombres buscaban empleo y las mujeres asumían el trabajo de cuidados como amas de casa, el mercado laboral completamente desregulado en la región de Kurdistán hoy no permite tal planificación de la vida.

Las mujeres jóvenes, en particular, constituyen una gran parte de la fuerza laboral del sector privado, especialmente porque el sector público de la región, notoriamente superpoblado, ya no puede contratar personas. Si estas mujeres también son esposas y madres, a menudo se les deja el cuidado. En resumen: las mujeres trabajan como los hombres en el Kurdistán moderno, pero al mismo tiempo también tienen que continuar con todo el espectro del trabajo de cuidados clásico.

Además, en muchos ámbitos laborales apenas existe una seguridad real frente al acoso sexual, y aunque se pueda demostrar que ha ocurrido, la gente se resiste a denunciarlo o, por ejemplo, a ser testigo de las afectadas.

La situación es aún peor para las mujeres que no pertenecen plenamente a la ciudadanía de la región del Kurdistán. Las mujeres jóvenes yezidíes y las mujeres jóvenes kurdas del Kurdistán ocupado por Irán (Rojhilat) sufren significativamente estigmas sociales y explotación económica. Una y otra vez, las jóvenes yezidíes en los campos de refugiados acaban con sus vidas porque el genocidio y el feminicidio de ISIS es un trauma colectivo tan grande que difícilmente puede ser manejado individualmente.

La situación es igual de sombría para las mujeres kurdas de Irán, que abandonan la teocracia en busca de trabajo y libertad. Son, en muchos casos, llevadas a una relación de dependencia por traficantes de personas y proxenetas en las grandes metrópolis de Kurdistán y obligadas a prostituirse. Un fenómeno igualmente malo y ridiculizado son muchas de las llamadas “modelos”, mujeres jóvenes que son estilizadas como “influencers” para convertirse en figuras públicas, que se están revelando en las redes sociales y son puestas en ridículo en los programas de entrevistas, mientras la situación no tiene nada de graciosa en el fondo, ya que están bajo la presión de figuras del poder político que las explotan económica y sexualmente.

La crisis capitalista en la que está atrapado el mundo entero y la región de Kurdistán, en particular, se está llevando a cabo en el cuerpo de las mujeres. El público kurdo se asemeja a una audiencia que encuentra una distracción de su explotación, expresando su discurso de odio semana tras semana. Ya sean mujeres religiosas o laicas, mujeres cis o trans, todas son explotadas públicamente. La lucha contra la mujer se estiliza como un placer público más que como un problema a resolver.

Quizás en un sentido marxista, el odio a las mujeres y a los homosexuales es el nuevo opio para la gente, trayendo la tan necesaria distracción de las masas que las élites necesitan.

Una guerra de clases en sí misma

Una mirada a las calles de Kurdistán muestra que hay protestas repetidas de estudiantes y trabajadores, que los precios están subiendo, que la mala gestión económica ha provocado condiciones cada vez más intolerables.

Tratar con una sociedad cada vez más misógina debe ir mucho más allá de querer “enseñarles” mejor. Aun así, tienen que preguntarse si, al final, la guerra contra las mujeres es, como suele decirse, una guerra de clases en sí misma.

Los enfoques feministas anteriores de la acción, que solo se basan en el simbolismo y apenas incluyen la explotación económica en su análisis, han fracasado estrepitosamente. Al final, el sacerdote islamista más repugnante es la herramienta de un sistema que se beneficia de las muchas capas de explotación que están en juego aquí. Entonces, si quieres luchar contra el femicidio en el futuro, tienes que hacerte la pregunta: ¿quién se beneficia del hecho de que las mujeres sufran? Ahí es cuando entiendes que los medios kurdos no hacen un trabajo horrible porque no saben más, sino porque hay una agenda sobre cómo se conducen los discursos en el sur de Kurdistán.

FUENTE: Dastan Jasim / Medya News / Traducción y edición: Kurdistán América Latina

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