Qatar, el nuevo chivo expiatorio

La decisión de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahrein y Egipto inicialmente de cortar la relación diplomática con el Estado de Qatar anunciada este lunes desata una nueva crisis en la región de Medio Oriente.

Esta medida es el corolario a una campaña de difamación iniciada por EAU hace meses que publicó varios artículos en la prensa estadounidense sembrando sospechas y dudas sobre los supuestos vínculos de Qatar con el terrorismo salafista.

En ellos se sugiere que el pequeño emirato fundó al grupo Daesh y que todavía hoy patrocina a Al Qaeda y a la cofradía de la Hermandad Musulmana, englobando así a todos estos grupos en la amenaza terrorista.

Varios analistas señalan que la reciente visita del presidente Donald Trump a Riad habilitó esta medida, ya que seguramente dio luz verde a los planes de EAU y Arabia Saudita para llevar adelante su agenda política de tomar represalias contra su vecino Qatar.

Se trata de la peor a la que se enfrentó el Consejo de Cooperación del Golfo desde su creación en 1981 y que aglutina a estos tres países junto con Bahrein, Kuwait y Oman.

Sin embargo, la medida drástica no es apoyada por toda la Casa real saudí, ya que a la interna se está produciendo una lucha intestina por la sucesión al trono.

El arquitecto del plan de boicot e intervención en la soberanía de Qatar es el príncipe heredero de Abu Dhabi, Mohamed Bin Zayed, aliado con el segundo príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salmán, hijo predilecto del rey Salmán, quien a sus 31 años se presenta como el rostro de la modernización del reino.

De hecho, se granjeó adversarios en el gobierno y la Casa real saudita por su excesivo ímpetu reformista y por ser responsable de la guerra que libra Arabia Saudí en Yemen, que causa estragos entre la población civil yemení y es un saco sin fondo para las arcas saudíes.

Los príncipes saudita y emiratí están enfrentados al todavía príncipe heredero Mohamed Bin Naif de Arabia Saudita, quien deplora la decisión de cortar lazos políticos, diplomáticos y comerciales con Qatar. En parte, esto se debe a que Bin Naif detesta a Bin Zayed de EAU por razones familiares, tras una riña entre este último y su padre.

Si bien Bin Naif mantiene excelentes relaciones con agencias de seguridad como la CIA o el FBI, eso no garantiza que tenga un buen vínculo con la Casa Blanca, y de hecho la relación de dichas agencias con la administración Trump están atravesando una crisis propia.

El Príncipe Bin Naif mantiene buenos contactos a su vez con Turquía, EEUU y Qatar pero no puede hacer o decir nada, ya que está esperando su turno para alcanzar el trono.

Si el plan forjado por Arabia Saudita y EAU es exitoso y logran forzar un cambio de régimen, entonces podría ocurrir que el segundo príncipe heredero Bin Salmán convenza al rey de decretar la salida de Bin Naif, su competidor número uno al trono.

Todavía es una incógnita hasta dónde están dispuestos a llegar con las medidas estos países que cerraron no sólo el espacio aéreo a la aerolínea qatarí de bandera, Qatar Airways, con lo que ello supone de desconcierto para cientos de miles de pasajeros que por estas horas debían volar desde Doha a El Cairo o Manama, sino que además Arabia Saudita cerró la única frontera terrestre que Qatar tiene y por la que pasan entre 700 y 800 camiones por día. El 40% de los alimentos que se consumen en el pequeño emirato proviene de esa frontera.

Se trata de una apuesta muy peligrosa. Arabia Saudita parece buscar con esta medida reducir a Qatar a una nación segundona que acepte ser tutelada como lo es Bahrein, que no puede accionar sin permiso de la casa real saudí.

El reino que es además custodio y guardián de las dos ciudades santas del Islam quiere aplastar todas las voces de discordia y evitar así que Qatar siga cuestionando su posición en los muchos y complejos conflictos que asolan hoy la región; desde Yemen a Libia pasando por Siria.

La decisión secundada por Egipto, un país rehén de la ayuda económica y financiera de las monarquías petroleras, en especial de Arabia Saudita, constituye un ataque a la soberanía qatarí.

Resulta injusto aseverar que todos los males que aquejan a la región provienen del accionar de Qatar, un Estado con apenas 2.400.000 habitantes autóctonos y que depende de mano de obra extrajera, mucha de la cual proviene de Asia pero también de unos 200.000 egipcios.

Habrá que esperar para saber hasta dónde quieren llegar con la presión sobre Qatar y qué reacción se puede esperar de la Casa Blanca: mirar al costado no parece una opción, ya que EEUU tiene muchos intereses a proteger en el rico emirato.

Irán y Turquía seguramente seguirán brindando su apoyo a Qatar, aunque es dudoso que puedan convencer a las monarquías petroleras árabes de cejar en su empeño de presionar al emir para que al menos cambie su política exterior, expulse a dirigentes de Hamas en el exilio y altere la narrativa oficial que vierte el canal de televisión Al Jazeera.

Turquía está sopesando qué gana y qué pierde con esta contienda habida cuenta de los proyectos de inversión que Arabia Saudita tiene para su país, en especial la compra de cuatro barcos de guerra turcos.

Hay otros elementos para analizar esta crisis, que revela el gran temor que las monarquías árabes más conservadoras tienen a que sigan soplando vientos de democratización en sus países y que sus sociedades exijan transparencia.

La primavera árabe no cuajó y no trajo cambios como tampoco funcionaron los procesos de contra revolución en Egipto o Yemen.

Los países que hoy atacan a Qatar necesitan otra ofensiva, pero es peligroso seguir culpando a Daesh o Al Qaeda de la fuente de inestabilidad en Oriente Medio. No hay pruebas rotundas de que Qatar haya financiado a grupos terroristas.

Sin embargo, sí hubo individuos que financiaron al Frente Al Nusra, extracción de Al Qaeda en Siria, a través de organizaciones de beneficencia, algo que también sucede en EAU o Arabia Saudita.

Resulta una paradoja que cuando se conmemora el 50 aniversario de la Guerra de los Seis Días en 1967, países árabes que se aliaron para luchar contra Israel hoy se enfrentan entre sí y se alinean con el gobierno israelí para exigir que Qatar no albergue a activistas islamistas de grupos como Hamas y otros dentro de la urdimbre del terrorismo salafista.

Occidente debe seguir de cerca esta crisis, ya que este tipo de medidas tan reaccionarias siembran desconcierto e inestabilidad en una región de por sí ya muy convulsa.

FUENTE: Susana Mangana (Profesora de Estudios Árabes e Islámicos, Responsable de Programa Política Internacional y Cátedra Permanente de Islam, Universidad Católica, Uruguay) / El Observador