Sinyar: ocho años después del genocidio yazidí

A comienzos de agosto acudimos en las cercanías de la ciudad de Sinyar (Shengal), en Irak, a un acto de homenaje a las víctimas del genocidio yazidí de agosto de 2014. Se desarrolló al atardecer, junto a lo que fue una fosa común. Estaban presentes los principales grupos que forman la sociedad de la comarca de Sinyar: líderes espirituales, representantes de las diversas milicias que controlan la zona, algunos políticos, plañideras, familiares y amigos de las víctimas, algunas supervivientes, varios representantes voluntariosos de los medios de comunicación, miembros de varias ONG, y niñas y niños vestidos con el traje tradicional yazidí.

Se encendieron velas en donde habían yacido los cuerpos de una veintena de víctimas del Estado Islámico (ISIS). Estas presencias, así como el ambiente de silencioso recogimiento con que se desarrollaba la escena, facilitaban que uno pudiera entender, o más bien sentir, la compleja y dolorosa historia reciente de los yazidíes y, en general, del pueblo iraquí.

Sinyar (Şingal, en kurdo) es un distrito dentro de la región de Nínive. Por el noroeste hace frontera con Siria (con Rojava), hacia el este se encuentran Tal Afar y Mosul. Toda la zona discurre alrededor de la bella montaña de Sinyar, que se extiende de oeste a este a lo largo de unos 70 kilómetros y con una altura máxima de 1.463 metros.

El paisaje es semidesértico, con algunos valles más verdes en Kursi, en la parte superior de la montaña. Las principales localidades son Sinyar, en la cara sur, y Khana Sor y Sinune en la cara norte. Hay varias decenas más de aldeas alrededor de la montaña. La mayoría de la población es yazidí, aunque también hay población kurda, árabe chií, cristiana y, antes del genocidio, árabe suní. Sinyar y su comarca son la principal patria de la comunidad yazidí, población de origen y lengua kurda que practican la religión pre-islámica conocida como yazidismo.

Desde 2003, tras la caída del régimen de Sadam Husein, el distrito de Sinyar estuvo controlado por Gobierno Regional del Kurdistán y por su milicia, los Peshmergas. Erbil sostenía que los yazidíes son kurdos no islamizados y que Sinyar formaba parte del espacio histórico del Kurdistán iraquí (aunque muchos yazidíes insisten en que ellos son una etnia diferente). Sin embargo, entre 2013 y 2014 el autodenominado Estado Islámico, surgido en Irak, se fue expandiendo por Siria, aprovechando la guerra que había en dicho territorio, y fue extendiéndose también por el norte de Irak.

A medida que iban cayendo ciudades próximas, como Mosul, las milicias del ISIS se aproximaron a Sinyar. La población yazidí se consideraba a salvo al estar bajo el control Peshmerga. Pero a comienzos de agosto de 2014 las autoridades del Kurdistán iraquí retiraron súbitamente a los Peshmergas del distrito de Sinyar. Toda la zona quedó desprotegida y a merced de los milicianos del ISIS. A través de sus teléfonos móviles la población yazidí se iba avisando del acercamiento de los milicianos del ISIS a sus pueblos y aldeas. La única salida que les quedaba era huir hacia la protección de la montaña. En sus laderas abandonaban los vehículos para seguir a pie, sin agua y sin provisiones, con temperaturas que podían superar los 45 grados.

Limpieza étnica

No toda la población pudo escapar y así, el 3 de agosto de 2014, se inició el genocidio yazidí. El objetivo del ISIS era eliminar la población, la cultura y la religión yazidíes, ya que consideraban -falsamente- que el yazidismo es una religión basada en la adoración del diablo. Los militantes del ISIS asesinaban sistemáticamente a los varones adultos y a las mujeres mayores y secuestraban a niñas, niños y a las mujeres jóvenes. Éstas eran vendidas en mercados de esclavos, como el surgido en la vecina ciudad de Tal Afar. Una de las masacres más terribles fue la realizada en la localidad de Kocho, el pueblo natal de Nadia Murad, en donde fueron asesinados 334 varones y 72 mujeres. El balance para toda la zona fue de unas 5.000 personas asesinadas en pocos días y unos 6.000 secuestros, además de la destrucción del patrimonio cultural yazidí.

En los días siguientes al 3 de agosto, la montaña de Sinyar albergó a más de 100.000 personas refugiadas, generando una alarma internacional. Países como Estados Unidos lanzaron agua y alimentos desde al aire a la población. Por otra parte, desde Siria, las milicias de YPG (Unidades de Protección Popular), asociadas al PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), y el propio PKK, intervinieron y abrieron un corredor hacia Siria por el que se pudo evacuar a casi toda la población refugiada en la montaña. La mayoría de esta población desplazada sigue viviendo en la actualidad en los campos de desplazados internos del Kurdistán iraquí; una parte más pequeña, permaneció en uno de los valles de la cara norte de la montaña.

La expulsión del ISIS de la ciudad de Sinyar se consiguió en noviembre de 2015, de la mano de las fuerzas kurdas (milicias asociadas con el PKK y Peshmergas), de milicias yazidíes y del apoyo aéreo de Estados Unidos. La definitiva derrota del ISIS en todo Irak se produciría en julio de 2017, con la reconquista de Mosul. A partir de la liberación de la ciudad de Sinyar, ésta volvió a estar bajo el control del Kurdistán iraquí y de los Peshmergas, quedando la zona noroeste de la comarca bajo el control de las milicias yazidíes asociadas a las YPG y al PKK.

Sin embargo, en septiembre de 2017 el Kurdistán iraquí convocó un referéndum por la independencia del territorio kurdo que no fue reconocido por el gobierno federal de Irak. Como consecuencia del conflicto que ello generó entre Bagdad y Erbil (la capital del Kurdistán iraquí), el ejército Peshmerga tuvo que abandonar la zona, ocasión que aprovecharon las milicias chiíes (Fuerzas de Movilización Popular) para ocupar las áreas que antes ocupaban los Peshmergas. Desde entonces, y bajo una cierta alianza con las milicias chiíes, el gobierno de Irak está intentando tomar el control de todo el distrito de Sinyar, con un resultado todavía incierto, y con un trasfondo en donde otras potencias internacionales como Irán (a través de su influencia sobre las milicias chiitas) o Turquía (en su intento de erradicar del norte de la comarca a las milicias asociadas con el PKK) no dejan de tensar la situación.

Heridas abiertas

Siguen quedando mujeres y niñas cautivas. Joma, un joven matemático, nos contó el rescate en el que había mediado unas pocas semanas atrás. A través de varios contactos, consiguió localizar en el campo de Al Hol, en Siria, a una joven de 16 años que había sido raptada en 2014 por milicianos del ISIS. Tenía ocho años cuando fue capturada. En aquel momento presenció la ejecución de su padre. Poco después, vivió al suicidio de su madre, también raptada. Joma pagó un rescate de 1.000 euros para liberar a la joven -un precio bastante por debajo de lo pagado habitualmente-.

Uno de los retos más complicados que tuvo que arrostrar fue el de convencer a la joven para volver con su verdadera familia a Sinyar. Ella veía a los yazidíes como odiosos infieles. Pero tras un delicado trabajo de recuperación de una memoria bloqueada por el trauma, accedió a volver. Da la casualidad de que, unos días antes de la aparición con vida de esta joven, su familia había conseguido identificar los restos del padre en una fosa común.

La memoria de lo sucedido es demasiado reciente. Una tarde visitamos uno de los accesos por los que el 3 de agosto de 2014 la población yazidí del distrito de Sinyar huyó hacia la montaña. Sobrecoge imaginar cómo debió ser la huida, bajo el acoso del ISIS. Además, esos milicianos no venían de otro mundo: muchos de ellos eran vecinos árabes de religión suní, del distrito de Sinyar y de Mosul, que se unían a las fuerzas del ISIS.

A este respecto, nos cuenta Sufian la historia de un grupo de unas 200 personas yazidíes (algunas familiares de él), que fueron acorraladas por milicianos del ISIS. Éstos iban a proceder de manera habitual, separando a las mujeres jóvenes y a las niñas del resto, y a ejecutar a los varones adultos. Sin embargo, uno de los milicianos, que era vecino de este grupo de yazidíes, no pudo soportar la idea de presenciar lo que iba a suceder y se pegó un tiro en la cabeza. Sus compañeros detuvieron todo y lo trasladaron al hospital, gracias a lo cual este grupo de yazidíes pudo escapar, huir a la montaña y salvarse.

Un paisaje aún fantasma

La situación de esta zona es desoladora. La mayoría de las familias yazidíes que antes vivían en el distrito de Sinyar siguen residiendo en los campos de desplazados internos de Duhok (Kurdistán iraquí). Muchas calles de Sinyar, de Tal Banat, se muestran vacías y solitarias, con numerosas casas destruidas, abandonadas a medio hacer, o terminadas y con los cristales rotos. Y entre ellas, algunas alegres casas habitadas y algunas calles comerciales de las afueras con el bullicio habitual.

La frase que se repite constantemente es “¿por qué querría volver la antigua población? Aquí no hay nada que hacer, nadie se preocupa por esto. Todas las personas que siguen en los campos de Duhok, y las que viven aquí, lo que quieren es emigrar al extranjero (Estados Unidos, Australia, Canadá o Alemania). No se está reconstruyendo nada. El gobierno no se interesa por nuestra situación”. En realidad, sí hay ayudas estatales para la reconstrucción de las casas, pero la lentitud del proceso, la burocracia y los sesgos discriminatorios hacia la población yazidí hacen que esta medida sea muy poco efectiva.

Preguntando y totalmente a ojo, estimamos que actualmente vive aquí aproximadamente el 30% de la población yazidí que había en 2013. La base económica de la comarca de Sinyar siempre ha sido muy débil y, actualmente, está muy depauperada. La agricultura tradicional y extensiva está muy afectada por las sequías relacionadas con el cambio climático y por la escasez de mano de obra. Los servicios ligados a la administración municipal y del distrito que entre 2003 y 2014 eran desarrollados por la administración del Gobierno Regional del Kurdistán, ahora que los Peshmergas han sido desplazados, se realizan en el Kurdistán. Para hacer trámites burocráticos municipales, hay que trasladarse a Duhok, a 142 kilómetros de distancia. El sector privado dedicado a los servicios, constituido sobre todo por el comercio, está seriamente afectado por todo lo anterior.

Un regreso incierto

Para las pocas familias que regresan, la principal fuente de ingresos consiste en que los hijos varones se integren en la policía o en alguna de las diversas milicias existentes. La situación presenta algunos símiles con las existentes en otras zonas del mundo controladas por mafias, señores de la guerra o pandillas urbanas, en donde para muchos jóvenes varones la única salida es integrarse en alguna de estas organizaciones. Piénsese, además, que estas milicias controlan un territorio físico determinado, que linda con el territorio que controlan las otras milicias. Dentro de su territorio, la milicia controla el tráfico de mercancías y realiza todo tipo de trapicheos con los que se financia.

En las imágenes y en los vídeos existentes sobre la remota comarca de Sinyar, de antes de la catástrofe de 2014, se percibe una sociedad que progresa, partiendo de un nivel muy modesto. Una sociedad en la que se empezaba a invertir en educación, en la que crecía el comercio (y el consumismo) y que tenía aspiraciones de conectarse con el resto del mundo. En las imágenes reales de la actualidad se percibe una cierta sensación de estar asistiendo a una limpieza étnica, probablemente no deliberada, en donde ha quedado totalmente desarticulada esa sociedad anterior, y en donde la población yazidí del distrito, que antes era una amplia mayoría, puede empezar a ser sustituida, poco a poco, por poblaciones de otras etnias, como la árabe chiita.

Hay algo muy ancestral y “epigenético” en el lamento que te transmiten muchos yazidíes sobre su situación de marginación en la sociedad iraquí. Pero no solo es que vivan el mundo así (fenoménica o subjetivamente), es que se ven muchos indicios de ello. Por ejemplo, Hajy nos enseña la casa de origen de su familia en Tal Banat, en estado de abandono. Le pregunto que por qué no la vende y me relata que, a diferencia de lo que ocurre en otras zonas de Irak, la gran mayoría de familias yazidíes no tiene títulos de propiedad sobre sus casas o parcelas. Y que, por ejemplo, para recibir ayudas estatales para reconstruir las viviendas hace falta aportar los títulos de propiedad.

De la desconfianza hacia un mundo exterior hostil, de la permanente sensación de conflicto y exclusión, de las amenazas reales, de los 73 genocidios que llevan contabilizados, los yazidíes de esta comarca encuentran protección en la montaña de Sinyar. Joma nos habla de que “cuando las cosas se pongan muy mal, dirígete para allá…”. Pocas montañas pueden ejemplificar mejor el concepto de “monte sagrado” para una comunidad. Estas evocaciones se pueden encontrar en la rica música tradicional yazidí, como la interpretada al laúd por Fahad Harbo, desde su escuela de música en Khana Sor.

¿Hay alguna esperanza hacia el futuro? ¿Será posible no tener que refugiarse más en la montaña? Creo que es preferible mantener, aunque a veces cueste conseguirlo, una creencia -una teleología- en el progreso de las sociedades. Por ello hay que buscar algunas luces en esta historia.

La primera es la aprobación en octubre de 2020 del “Acuerdo de Sinyar”, firmado por los primeros ministros de Irak (al Kadhimi) y del Kurdistán iraquí. En él se contemplan tres pilares básicos: el administrativo, que incluye la elección de un alcalde civil y consensuado para la ciudad de Sinyar; el de seguridad, que contempla la retirada progresiva de todas las milicias y que la seguridad pase a depender exclusivamente de la policía local y de las fuerzas de seguridad iraquíes; y el de la reconstrucción, con el desarrollo de planes de reconstrucción.

Tras casi dos años de vigencia se ha avanzado muy poco, o nada, en su aplicación, pero todavía no se ha convertido en papel mojado. Algunos organismos internacionales recomiendan abrir este pacto a todos los actores yazidíes implicados, y que no quede simplemente en un acuerdo entre Bagdad y Erbil. La segunda es la presencia de una serie ONG que ya están prestando ayuda en la reconstrucción y en sectores como la educación y la sanidad. Sobre todas ellas, destaca la “Nadia’s Initiative”. Esta ONG ha venido haciendo mucho más en la reconstrucción de colegios y hospitales que lo que ha hecho hasta ahora el estado. Además, Nadia Murad y su iniciativa permite dar visibilidad mundial a la causa de los yazidíes. La tercera podría ser que las nuevas comunidades de emigrados yazidíes que se están formando en países como Australia, Canadá o Alemania puedan contribuir con sus envíos de remesas y con nuevas ideas al desarrollo de su territorio de origen. Y finalmente, si la República de Irak avanzara progresivamente hacia una senda de más estabilidad y democracia, eso también sería bueno para Sinyar.

Desde España también se podrían hacer dos pequeñas contribuciones a la mejora del bienestar de los yazidíes, de dentro y fuera de Sinyar. Una, sería el reconocimiento por parte del Parlamente Español del genocidio yazidí. La otra, dar facilidades para que algunos yazidíes que se encuentran en los campos de desplazados internos del Kurdistán Iraquí (unas 150.000 personas) puedan también viajar a España y formar aquí una comunidad de varios centenares de inmigrantes como las que ya se han formado en países como Canadá, Australia, Francia o Alemania. La sociedad española es pluralista e inclusiva, como la de estos países. Nosotros también podemos hacerlo.

FUENTE: José Andrés Fernández Cornejo / Fotos: Anna Sala Bolado / El Independiente

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