La interminable sombra de ISIS en Medio Oriente

El 20 de enero pasado, el Estado Islámico (ISIS) lanzó una operación militar de gran magnitud y espectacularidad, como hacía mucho no se veía. El objetivo fue la prisión de Sina’ a, ubicada en la ciudad de Hesekê, en Rojava (Kurdistán sirio). En esa cárcel se encuentran detenidos al menos 5.000 yihadistas que integran el otrora Califato liderado por el malogrado Abu Bakr Al Baghdadi. Los miembros de ISIS están bajo la custodia de las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), el grupo de autodefensa de la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria (AANES), el autogobierno creado cuando en 2012 los pueblos de esa región, encabezados por los kurdos, se levantaron en armas en medio de una Primavera Árabe que ya dejaba paso a un invierno terrorífico impulsado por diferentes grupos yihadistas. En ese entonces, el germen de ISIS estaba latente en esos grupos y, sobre todo, en las profundas injusticias sociales que todavía hoy atraviesan a Medio Oriente.

Aunque ISIS fue derrotado militarmente en la aldea de Baghouz, en 2019, y en Irak también fue barrido como ejército, las células durmientes de la organización –con gran capacidad de financiamiento y una ideología férrea- continúan activas en zonas inhóspitas del desierto y realizan ataques suicidas y relámpagos cada vez más seguido. En octubre de 2020, el jefe de la Oficina de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) contra el Terrorismo, Vladimir Voronkov, declaró que en ese momento ISIS contaba con al menos 10.000 combatientes. El funcionario agregó que el grupo terrorista crecía en las zonas donde mantuvo en el pasado un fuerte control territorial que, en su esplendor, iba desde Mosul, en Irak, hasta las provincias de Raqqa y Deir Ezzor, en Siria.

Con el ataque coordinado a la prisión de Sina’ a, ISIS mostró su músculo, el cual es ejercitado de forma permanente por el Estado turco, que le brinda logística y financiamiento a los terroristas. El gobierno del presidente turco Recep Tayyip Erdogan dejó en claro en varias oportunidades que uno de sus mayores deseos es ocupar toda la extensión territorial de Rojava, anexarla y, al mismo tiempo, truncar el proyecto democrático e inclusivo que propone la AANES. En la actualidad, Turquía ocupa ilegalmente el cantón kurdo de Afrin, y una extensa franja fronteriza que tiene epicentro en la ciudad de Serêkaniye. Estas ocupaciones, precedidas de bombardeos masivos y de la posterior incursión de grupos mercenarios –muchos de ellos conformados por ex ISIS-, no sólo producen muertes de civiles y saqueos masivos de sus bienes, sino también un constante cambio demográfico y la turquificación de la educación y la cultura.

Liberar y desplazar

El ataque de ISIS a la cárcel de Sina’ a tuvo dos objetivos: liberar a la mayor cantidad posible de yihadistas y generar el desplazamiento forzado de pobladores locales. En apenas unos días, se calcula que 45.000 personas huyeron de Hesekê y sus alrededores ante el temor por el regreso de los terroristas. Al mismo tiempo que los adoradores del Califato arremetían contra las fuerzas de autodefensa locales, Turquía redoblaba los bombardeos contra las ciudades de Ain Issa, Manbij y Al Bab (esta última ocupada por los mercenarios sostenidos por Ankara). A su vez, en la localidad de Kobane, donde las Unidades de Protección del Pueblo y de las Mujeres (YPG/YPJ) le dieron el primer golpe mortal al Estado Islámico en 2015, los ataques turcos se multiplicaron en el último tiempo desde el otro lado de la frontera. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), con sede en Londres, el año pasado ISIS realizó 342 operaciones en Siria, muchas de ellas contra las fuerzas e instituciones encabezadas por los kurdos.

El lunes, integrantes del Comando General de las FDS presentaron un balance de los combates contra el Estado Islámico, en el marco de la operación que denominaron “Martillo del Pueblo”. Las FDS confirmaron que  121 milicianos y trabajadores penitenciarios murieron durante los ataques de ISIS. Además, 374 yihadistas fueron ultimados.

Desde las FDS analizaron que el plan de ISIS era tomar la cárcel con éxito para luego expandirse y atacar “algunas de las instituciones civiles y militares de la Administración Autónoma en el área”. También revelaron que la incursión de los terroristas no fue un hecho aislado, sino que “provino de un amplio plan que se había preparado durante mucho tiempo”. “Según los documentos incautados, así como las confesiones de sus integrantes, si su ataque a la prisión de Sina’ a hubiera tenido éxito, habrían lanzado otros en diferentes barrios de Hesekê, así como sus agresiones en áreas de Al Hol, Al Shadada, y Deir Ezzor, y habrían podido poner en marcha su amplio plan para anunciar su supuesto califato, al que falsamente se ha llamado Segundo Estado Islámico”.

Las FDS alertaron que lo sucedido indica que ISIS “se ha aprovechado de las condiciones políticas y confiado, directa o indirectamente, en algunos países regionales, como el Estado turco, para llevar a cabo su ataque”. A esto agregaron que Turquía “le da fuerza moral a ISIS, que recupera el aliento de nuevo para reorganizar sus filas”.

En Irak, ISIS lanzó un ataque contra barracones en las montañas a unos 120 kilómetros al norte de Bagdad, matando a un guardia y asesinando a 11 soldados mientras dormían. La agencia AP, citando a fuentes de la inteligencia iraquí, aseguró que si bien el grupo terrorista ya no cuenta con el mismo financiamiento y el control territorial que en el pasado, continúa con sus acciones de forma descentralizada, algo que el propio ISIS anunció antes de su caída en Baghouz.

Si al redoblamiento de ataques de ISIS en Siria e Irak, se suma su presencia en Afganistán y en varios países de África (en este caso a través de organizaciones criminales que le juraron lealtad al Califato), la actividad del otrora grupo que atemorizó al mundo no es para nada despreciable.

El limbo yihadista

Entre los varios puntos críticos que permiten la sobrevivencia de ISIS, es la cantidad de yihadistas encarcelados que se encuentran en un limbo judicial. Solo en el campamento de refugiado de Al Hol, administrado por la AANES en el norte de Siria, hay alrededor de 60.000 personas, en su mayoría miembros de ISIS junto a sus familias. En Al Hol, los intentos de fuga, los hechos de violencia y la reproducción de una ideología basada en el wahabismo, están a la orden del día.

De forma repetida, desde la AANES demandan a Naciones Unidas (ONU) y a los países occidentales que es urgente la creación de un tribunal internacional para investigar y llevar a juicio a los yihadistas que hayan cometido crímenes. También reclaman que los integrantes de ISIS de diferentes nacionalidades, sean repatriados a sus países para ser juzgados. Este pedido, que ya sucedió con otros conflictos a lo largo de la historia, en este caso cae todo el tiempo en saco roto.

La AANES, bloqueada económicamente por Turquía, el gobierno de Damasco y golpeada por las sanciones estadounidenses de la Ley César contra Siria, intenta que los “hijos e hijas del Califato” puedan reinsertarse en la sociedad, pero la falta de recursos financieros y humanos hace que este trabajo sea cuesta arriba.

El liderazgo político del norte y el este de Siria también machaca contra la “inacción” de Damasco ante este tipo de ataques, ya sean de ISIS o directamente de Turquía. Los pueblos reunidos en torno a la AANES critican al gobierno de Al Assad su negativa al diálogo directo, su displicencia ante los intentos de invasión y hasta denuncian que promueven hechos desestabilizadores contra el autogobierno, principalmente en Deir Ezzor. Hasta ahora, Damasco mantuvo hacia la AANES una posición por momentos crítica y de amenaza, o sus funcionarios han efectuado tibias declaraciones de posibles acuerdos. Desde la AANES sólo demandan que se respete el autogobierno, se reforme la Constitución siria de forma radical, se respete la unidad territorial del país y se deje atrás la discriminación del Estado a las minorías étnicas del país, de las cuales los kurdos es la principal.

Campo de batalla geopolítica

En las últimas décadas, Irak y Siria se convirtieron en un infierno donde convergen muertes, atentados, desgobierno, injerencia y la agonía social y económica para una población diversa y milenaria.

Con la invasión de Estados Unidos a territorio iraquí en 2003, Washington logró destrozar un Estado, saquear sus recursos naturales (principalmente petróleo), pero sobre todo profundizar las diferencias étnicas y religiosas para convertir al país en una olla a presión. En la Siria actual, Estados Unidos no está solo. Rusia, Irán, Turquía y hasta Israel tienen a ese territorio como tablero de disputa geopolítica, algo que puede sonar muy entretenido en los grandes medios, pero como consecuencias directas tiene una destrucción sostenida de una sociedad también diversa, que durante muchos años soportó un régimen que, por un lado, permitía cierta estabilidad económica, pero por el otro cercenaba libertades e ideas políticas. La política negacionista del Estado sirio frente a las minorías étnicas, es solo un ejemplo.

A su vez, Rusia desempeña el principal papel en Siria. Desde que el gobierno de Damasco solicitó su intervención militar en 2015, Moscú se convirtió en el gran sostén de Bashar Al Assad. Para el presidente Vladimir Putin, en Siria el status quo que reinó en las últimas décadas no debe ser trastocado. Por su parte, la Casa Blanca necesita mantener su presencia territorial en el país, para que Moscú no avance más allá de las fronteras. Con la participación de Estados Unidos en la Coalición Internacional anti-ISIS y el respaldo a las FDS, Washington no queda opacado por Rusia. Pero el Kremlin y la Casa Blanca, a su vez, permiten que Turquía avance territorialmente sobre Siria. Aunque públicamente el gobierno de Damasco repudie este situación la AANES la denuncie de forma permanente, el neo-sultanato dirigido por Erdogan siempre recibe el beneplácito de ambas potencias, que pujan por traer hacia su zona de influencia al país que tiene el segundo ejército más grande la OTAN.

En medio de estas confrontaciones y tensiones, ISIS saca provecho y no pierde su vigencia. Si en Irak y Siria las administraciones centrales cayeron por propia incompetencia, sumado a las injerencias extranjeras de todo tipo, en un primer momento el Estado Islámico se presentó como una opción estatal y musulmana ante décadas de represión y falencias sociales. Aunque todavía cueste creerlo, el discurso de ISIS caló hondo en muchos sectores de ambos países. Las poblaciones que vieron con buenos ojos la “limpieza” propuesta por ISIS, no tardaron en darse cuenta que el Califato propuesto por los yihadistas era una reproducción de los castigos sufridos en el pasado.

FUENTE: Leandro Albani / Editorial Sudestada

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