Turquía está acelerando la construcción de sus presas a pesar de la oposición de las poblaciones locales. Algunas presas se están construyendo en terrenos sagrados de los alevíes, poniendo en peligro su patrimonio cultural y dañando el medio ambiente natural.
Baris Yildirim, abogado y activista, pasea por un parque muy cuidado a orillas del río Munzur, que discurre a través de Tunceli (Dersim), una pequeña ciudad en el este de Turquía.
Al otro lado de la valla se encuentra la represa hidroeléctrica Uzuncayir, que se terminó de construir en 2010 e inundó un sitio sagrado para los alevís, la minoría religiosa más grande del país.
Yildirim, un aleví que vive en la casa de sus antepasados -que veneran la naturaleza-, ha estado involucrado en una misión desde 2008 para impedir que el gobierno construya más represas en la provincia.
“Este parque fue construido para apaciguarnos por la compañía que construyó esa presa -dice Yildirim con amargura-. Pero ahora tenemos que rezar a través de una valla.”
Yildirim ha presentado demandas y ganado algunos casos a lo largo de los años. Su última batalla es evitar que el gobierno se apodere de tierras para la presa de Konaktepe, que estaría ubicada dentro de una reserva natural cercana.
“Ganar -afirma-, podría significar salvar la herencia cultural de los alevís”.
El fundador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Ataturk, consideraba que las represas eran un camino a seguir para la nación en desarrollo, y muchas de las que se están construyendo actualmente se planearon hace décadas.
Los vecinos que se oponen a las represas se han convertido en víctimas de la política energética del país, opina Ozer Meral Uc, ecologista y miembro del movimiento Munzur Flows Freely, una coalición de 40 grupos de la sociedad civil en Tunceli.
Las autoridades han dicho públicamente que las represas hidroeléctricas son necesarias para satisfacer las necesidades de energía y agua de Turquía y reducir su dependencia de los países que venden energía.
“El Estado quiere reducir su dependencia de la energía de países extranjeros -señala Uc-. Pero Konaktepe inundará las casas de la gente”.
Además, el agua almacenada en las presas podría prevenir la sequía durante varios años si fuera necesario, ha dicho el gobierno. El año pasado, los niveles de agua estaban en su punto más bajo en casi medio siglo.
Carrera legal
Los alevís, que constituyen entre el 15 y el 20 por ciento de los 79 millones de habitantes de Turquía, provienen de tradiciones folclóricas chiitas, sufíes y anatolias, y practican distintos rituales que los ponen en conflicto con sus homólogos musulmanes sunitas, muchos de los cuales los acusan de herejía.
“El gobierno está tratando de asimilarnos al islam sunita. Hay un proyecto para matar nuestra cultura y nuestro patrimonio”, alerta Yildirim.
El gobierno, que ha mantenido una serie de talleres para alevís a fin de permitirles expresar sus preocupaciones en un esfuerzo por reconciliar las tensas relaciones, no se mostró disponible para comentar la cuestión, a pesar de numerosos correos electrónicos y llamadas.
Hace cuatro años, Yildirim ganó una demanda en el más alto tribunal del país para detener la construcción de la presa de Konaktepe.
El tribunal dictaminó que la represa era ilegal, ya que atravesaría el Parque Nacional Munzur, un área rica en biodiversidad, donde prosperan 1.600 tipos de flora y fauna.
A pesar del fallo, el gobierno ha seguido adelante con el proyecto mediante la compra y confiscación de tierras, asevera Yildirim.
Empuje hídrico
El gobernante Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP) ha aumentado la construcción de represas -111 sólo en 2017, según medios de comunicación locales- a pesar de las protestas internacionales de ambientalistas y de la población local.
Cuando el gobierno se apodera de un terreno para construir una infraestructura que se considera de interés nacional, está legalmente obligado a indemnizar a los propietarios. Cuando se niegan a vender, los casos terminan en los tribunales.
A pesar del fallo judicial de hace cuatro años, la Resmi Gazete -que publica leyes y anuncios oficiales- dijo que en 2016 el gobierno expropiaría tierras en las montañas donde se iba a construir la presa de Konaktepe.
Una vez terminada, la represa produciría 1,2 por ciento de la energía del país, con un valor de 80 millones de dólares anuales, según un informe de 2009 del Tribunal del Agua de Estambul, un organismo internacional que resuelve los conflictos por el agua.
Algunas personas ya han vendido sus tierras.
“Muchas de las personas que venden sus tierras no entienden las consecuencias”, declara Yildirim.
En 1985, el padre de Celal Kara vendió sus tierras cuando se estaba construyendo una de las primeras presas de Tunceli, la del Mercan. La hija de Kara dice que fue engañado.
“Mi padre estaba convencido, porque el gobierno nos dijo que nuestro pueblo se parecería a París. Pero los árboles fueron talados. La naturaleza fue destruida y perdimos nuestra aldea”, recuerda.
Historia complicada
La presa de Konaktepe fue uno de los varios proyectos planeados en 1998 en un acuerdo entre Turquía y el Departamento de Comercio de los Estados Unidos.
En un principio, el plan preveía la participación de Export-Import Bank, que cubre el riesgo para las empresas estadounidenses en el extranjero, aunque el banco comunicó por correo electrónico a la Fundación Thompson Reuters que sólo participaba en la fase previa del proyecto.
La opacidad en torno al proyecto significa que no está claro qué empresas extranjeras o locales están involucradas, o incluso en qué etapa se encuentra el proceso, señalan los activistas.
Sarah Bardeen, portavoz de International Rivers, un grupo de defensa con sede en Estados Unidos, explica que los habitantes de Tunceli se encontraban en una posición difícil.
“Los gobiernos tienen que acatar las decisiones de su poder judicial, y el poder judicial de Turquía detuvo decisivamente la presa de Konaktepe en 2014. Pero el proyecto está levantando su fea cabeza de nuevo”, alerta Bardeen.
“Si el gobierno no acata las reglas, los vecinos y sus aliados tendrán que apuntar a los financieros y a las compañías constructoras que están avanzando con un proyecto ilegal en contra de los deseos de la población local”, señala.
Yildirim y otros activistas del movimiento Munzur Flows Freely dicen que la energía solar sería mucho menos dañina para su medio ambiente sagrado y podría satisfacer sus necesidades energéticas.
Las protestas contra los proyectos de construcción de presas fracasaron después de que el gobierno multara a los manifestantes en Tunceli y en otros lugares tras el intento de golpe de estado en 2016, cuando elementos del ejército intentaron derrocar al presidente Recep Tayyip Erdogan.
Desde entonces, Turquía se encuentra en estado de emergencia.
En el distrito Ovacik de Tunceli, las montañas nevadas se ciernen sobre un lugar sagrado de los alevís, donde hombres y mujeres jóvenes en vaqueros y sudaderas encienden velas y las colocan en las grietas de las escaleras llenas de hollín a orillas del río Munzur.
En las cercanías, Yurdanur Toprak, madre de dos hijas en edad universitaria, cocina gozleme, una masa rellena de verduras. Con sus mejillas rojas por el calor, Toprak dice que no necesitan represas.
“Los peces morirán, nuestra naturaleza quedará dañada”, resume.
FUENTE: The Christian Science Monitor / Traducido por Rojava Azadi