Por qué boicotear a Turquía debería ser una demanda feminista

“No agachará la cabeza, porque se ha roto el sello de la esclavitud”, dijo Jiyan Tolhildan, miembro de la Revolución de las Mujeres de Rojava, al celebrar el décimo aniversario del movimiento.

Unas horas después de su discurso, ella y otras dos mujeres fueron atacadas y asesinadas por un dron turco. Jiyan había dirigido con éxito las fuerzas de defensa kurdas en la batalla contra ISIS en el noreste de Siria.

Rojava, una zona predominantemente kurda del norte de Siria, declaró su autonomía tanto del régimen de Bashar Al Assad como de las amenazas de otras organizaciones armadas activas en la guerra civil de Siria en 2012; una autonomía por la que lucharon valientemente mujeres como Tolhildan.

Poco se sabe de esta inspiradora revolución femenina fuera de los pequeños círculos de activistas en Occidente, a pesar de que el mandato de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES, la denominación oficial de la región) abarca casi un tercio de Siria.

Y, sin embargo, la resistencia de las mujeres es el acontecimiento político más emocionante que se ha producido a lo largo de mi vida y merece ser más conocido, apoyado y sentido como propio por las feministas.

El lugar de la mujer está en la resistencia

No se esperaba que la revolución de las mujeres durara más allá del momento de su nacimiento, en 2012, durante la llamada Primavera Árabe, cuando la resistencia democrática a Assad estalló en el sur y creó un vacío en el norte y el este del país, donde el naciente movimiento kurdo estaba flexionando sus músculos democráticos.

La evolución de la situación dio a los kurdos la oportunidad de declarar su autonomía. Bajo la dirección del Partido de la Unión Democrática (PYD), los kurdos sirios establecieron un sistema democrático laico y étnicamente inclusivo, auténticamente ascendente, cuyo objetivo principal era la emancipación de las mujeres.

El PYD se vio influido por la ideología del “confederalismo democrático”, una orientación política ideada por Abdullah Öcalan, líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), tras ser encarcelado por Turquía en 1999.

En la década de 1980, Öcalan partió de la idea, apoyada en la teoría política marxista-leninista, de reconstituir los trozos separados de Kurdistán en un único Estado nacional. Kurdistán había quedado disperso en cuatro estados-nación (Irak, Irán, Turquía y Siria) por la línea Sykes-Picot trazada en 1916 para satisfacer los intereses rivales de Francia y Gran Bretaña.

Sin embargo, en 1999 pasó a rechazar el Estado como entidad opresora, optando en su lugar por una forma localizada de democracia directa que se practicara dentro de las fronteras nacionales de los estados en los que vivían los kurdos.

Influido por sus lecturas de las feministas occidentales en prisión y sus conversaciones de toda la vida con mujeres kurdas, llegó donde ningún otro líder militante masculino ha llegado. Argumentó que la libertad de las mujeres era más importante para él que la libertad de la patria y que “ninguna raza, clase o nación está sometida a una esclavitud tan sistemática como el ama de casa”.

La oposición turca

El nuevo marco de Öcalan rechazaba la idea de un Kurdistán independiente. Su ideología neutralizaba cualquier amenaza de un Kurdistán independiente para el Estado turco.

Pero Turquía siempre ha gobernado su región kurda con mano de hierro, aplastando cualquier intento -pacífico o no- de promover las aspiraciones kurdas de vivir libres de discriminación. Esa mano de hierro es más evidente en sus bombardeos de las zonas kurdas y en el estacionamiento de tanques en las calles de la región.

A pesar de la oposición del poder central, los kurdos lograron un cambio radical a nivel local en el sureste de Turquía al votar un sistema de co-alcaldes, un hombre y una mujer por municipio local. El sistema de co-alcaldía se introdujo en 2014. En dos años, el líder autoritario de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, detuvo a los alcaldes kurdos, aunque no disolvió los consejos locales. Cuando los alcaldes kurdos volvieron a ser elegidos en las elecciones locales, Erdogan hizo una segunda limpieza en 2020.

Una de las víctimas de los ataques de Erdogan contra las formas en que los kurdos se habían apoderado de los resortes del gobierno local fueron las políticas favorables a las mujeres, como el liderazgo igualitario de género. Los ayuntamientos que habían introducido políticas progresistas favorables a las mujeres, como los contratos de trabajo con perspectiva de género, también se enfrentaron a la represión. Estos contratos establecían que los hombres violentos o los que obligaran a sus hijas jóvenes a casarse perderían sus puestos de trabajo, y éstos se darían a sus esposas. En respuesta, el Estado turco detuvo a muchos de los alcaldes elegidos localmente y los sustituyó por diputados nombrados por el Estado.

Cuando el vacío de poder en Siria permitió a los kurdos, al otro lado de la frontera con Turquía, establecer un confederalismo democrático de pleno derecho en Rojava, a Erdogan le preocupó que la revolución provocara el descontento de su propia población kurda. Estaba dispuesto a reprimir cualquier resistencia.

Sin embargo, el momento político era favorable a la Revolución de las Mujeres de Rojava, sobre todo porque formaban parte de la resistencia global contra ISIS. La violenta secta fundamentalista estaba atacando a Rojava y su promoción de la igualdad de las mujeres. Turquía, miembro de la OTAN, tuvo que tragarse el amargo trago de ver cómo las fuerzas estadounidenses apoyaban a quienes consideraba terroristas.

Pero cuando ISIS finalizó su espiral de muerte, entre otras cosas gracias a los esfuerzos de mujeres como Jiyan Tolhildan, y Estados Unidos tenía menos inversión para el apoyo a los kurdos, Erdogan y sus seguidores estaban listos para contraatacar. En 2018, el bombardeo transfronterizo de Turquía se convirtió en una invasión y ocupación a gran escala del cantón más occidental de Rojava. Desde entonces, ha invadido y ocupado otros pueblos y ciudades.

Erdogan ha prometido “aplastar las cabezas” de los combatientes kurdos y ha dicho que no descansará hasta haber destruido la revolución en Rojava.

El miedo de Erdogan

El miedo de Erdogan a Rojava, y su determinación por reprimir su revolución, se debe a la dedicación a un confederalismo democrático de pleno derecho en Rojava, basado en la igualdad de género.

Cuando Rojava creó su Ministerio de la Mujer en 2014, se embarcó en un asalto legislativo contra las prácticas patriarcales, prohibiendo el matrimonio infantil, el matrimonio forzado, la dote y la poligamia. También tomó medidas drásticas contra los intentos de impedir que una mujer se casara por su propia voluntad. Se han tipificado como delito los asesinatos y la violencia por motivos de honor, así como todas las formas de discriminación contra la mujer.

Otras medidas progresistas son el reconocimiento de que, en los casos judiciales, el testimonio de una mujer es igual al de un hombre; la mujer tiene derecho a la misma herencia; los contratos matrimoniales se emitirán en los tribunales civiles; y las mujeres, independientemente de su estado civil, tienen derecho a la custodia de sus hijos hasta los 15 años.

Los tribunales de la Sharia -el principal método por el que se imparte justicia en todo Oriente Medio- han sido disueltos. Incluso en Gran Bretaña, los intentos de las feministas por disolverlos han sido infructuosos.

Todos estos acontecimientos tuvieron lugar mientras Rojava luchaba por su supervivencia, primero contra ISIS y luego contra Turquía. Pero, desde la ocupación de algunas zonas de Rojava por parte de Turquía, los avances se han invertido. Las mujeres han sido obligadas a volver al hogar, privadas de sus derechos recién adquiridos, enfrentándose a estrictos códigos de vestimenta, las jóvenes están siendo obligadas a casarse y un número considerable de mujeres han sido secuestradas y asesinadas.

A pesar del trato que da a los kurdos, Turquía se ha mostrado activa en la escena mundial con su mediación en el acuerdo con Rusia para permitir el paso seguro del grano desde los puertos ucranianos. Ha pulido aún más su aureola de pacificador en la guerra de Ucrania. Suecia y Finlandia han aceptado la estipulación de Turquía de que su futuro ingreso en la OTAN debe estar condicionado a que ambos países acepten extraditar a activistas kurdos a Turquía.

Las kurdas exigen ahora una zona de exclusión aérea sobre Rojava y la retirada de las tropas turcas. Si bien estas demandas requieren que fuerzas poderosas intervengan y cambien la realidad geopolítica sobre el terreno, como ciudadanas de a pie, podemos, al menos, negar nuestro apoyo a la desmoronada economía turca negándonos a comprar productos turcos y a fomentar el turismo turco.

Boicotear a Turquía puede parecer una causa inusual para que las feministas se unan, pero debería ser el centro de nuestra campaña internacional si queremos conservar un modelo para nuestro propio futuro.

FUENTE: Rahila Gupta / Byline Times / Rojava Azadi Madrid / Edición: Kurdistán América Latina

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